LA PRIMERA MUERTE
No sentía miedo al ver a su abuelo dentro del ataúd, con su traje negro y su camisa blanca como siempre vestía para salir. Su cara y su calva estaban tan besables como siempre.
A la nieta sentada a sus pies, en la vieja descalzadora, le parecía dormido. De mirarlo tan fijamente se convenció que respiraba.
Fuera de la alcoba los mayores hacían su duelo con coñac, café y conversaciones, incluso alguna risa.
Ella creía que morirse era una pausa, un trámite de adultos. Que al irse los impertinentes vestidos de oscuro él saldría de la caja para sentarse en su sillón.
_”Bueno hija, ya morí, ahora a seguir viviendo”.
Pero cuando vio cómo bajaban la caja por las escaleras y el coche largo y feo arrancó llevándoselo comprendió que morirse es desaparecer para siempre.
Y entonces le lloró.
D. W.
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