LA COJITA ( 1896/ 1986)
Con trece años se cayó de un árbol “por hacer diabluras” decía.
A lomos de un burro la llevó su padre, rabiando de dolor y con el hueso de la rodilla fuera, desde su aldea hasta el Hospital Civil.
Con los medios de entonces poco se pudo hacer. Dejaron sin juego la rótula, quedando la pierna soldada en una pieza.
La herida nunca se cerró ni dejó de supurar. Docenas de veces dijeron que debían amputarla. Ella siempre se negó.
Una Hermana la acusó de soberbia y le pronosticó muerte lenta y agónica. Por entonces tenía ya 40 años y había parido catorce veces. La acompañaba el menor de seis que le vivieron.
El muchacho llamó guarra a la sor. ¡Qué escándalo insultar a una esposa de Dios!, “a mi madre no la hase llorá nadie, y meno una monha. É usté mala, amenazando en vé de consolá”.
Se la llevó para casa y vivió cincuenta años más conservando su pierna. Ella misma se curaba con hierbas y emplastos.
María la cojita iba andando tres días a la semana desde la Granja Suarez hasta el centro de Málaga, a servir a una buena casa.
Ella lavaba y planchaba la ropa desde bien temprano hasta casi anochecer. La señora mandaba que le dieran desayuno y almuerzo en la cocina, metiendo en su cesta las sobras y alguna golosina para los críos.
Era buena Doña Joaquina.
María tenía una gata negra que la esperaba siempre en la rotonda, donde empezaba la civilización.
La felina la veía llegar apoyada en su cayado, cargada y balanceando su cuerpo por mor de la pata tiesa. Le maullaba y seguían las dos hasta la casa. Por las mañanas se cumplía el mismo ritual.
Llamó a su amiga como su señora, Joaquina, apeándole el tratamiento por la confianza.
Su amistad duró hasta que una tarde no estuvo.
La buscó entre los olivos y las pencas. Preguntó a cuanta alma vio. No la encontró ni viva ni muerta.
Llorando y llena de polvo llegó a su casa. Su marido la recibió con dos bofetones.
_”¡Mira como vienes a estas horas, liviana, y no hemos cenado!. Aligérate que me esperan en la Adoración Nocturna”.
Se limpió lagrimones y sangre con el delantal y se puso a aviar un guisaillo con el trozo de ternera algo pasada que le había dado su señora.
Los niños, en un rincón callaban. El mayor hacía tiempo que se había ido harto de ver demasiado cerca la correa del papá.
María les dijo a los niños que la Joaquina se había ido a vivir con su tocaya y que ahora comía boquerones todos los días.
Oyéndola los más chicos hubieran querido nacer gatos.
María la cojita contaba unos cuentos muy hermosos. El arrobo que veía en las caritas infantiles suavizaba su tristeza. Los guardaba en la memoria que jamás supo escribir.
Con la muerte de su verdugo conoció la libertad, siempre creyó que le pegaba por su torpeza, que debía agradecerle el haberla hecho su esposa siendo tullida.
Pagaba “los muertos” religiosamente para no hacer gasto a los hijos. Se fue cumplidos los noventa, la cabeza perdida en los campos de su infancia.
Pedía dulces para merendar y que la llevaran a jugar a la Viña. Escasa demanda para tanta brega.
D. W.
Muy tierna la historia, y triste además, Dela, y muy bien contado, enhorabuena
ResponderEliminarY cierta, que ha habido y hay muchas Marias.
Eliminar¡Que ilusión me hace recibir tus comentarios Bruji! 💜
Enhorabuena.
ResponderEliminarPrecioso, sigue escribiendo.
ResponderEliminarRaquel.
Muchas gracias Raquel, esa es mi intención. Espero no defraudar ni defraudarme.
EliminarHe descubierto tu blog,y me encanta cómo escribes.Estoy devorando todas las historias .Mil gracias por compartir!!!!
ResponderEliminarMuchísimas gracias Aurora, las gracias te las doy yo por tu comentario tan amable.
ResponderEliminarUn gusto compartir con gente como tú. Saludos.
He descubierto hoy tu blog y me lo he leído todo. Estoy fascinada por tu forma de escribir y por los relatos tan maravillosos, tan reales y para mi tan cercanos. Yo me siento mú Málaga como tú y soy de una familia de campo y tus relatos me han llegado al alma...
ResponderEliminarConsigues que una no quiera para de leer. Un saludo