HILVÁN LARGO
Al alzar las manos para ensartar la aguja al trasluz de un rayo de sol, a Teresa se le desvía la mirada hacia el resplandor del papel de orillo que figura el río de su humilde belén. Casi han acabado las fiestas, se pisa ya un nuevo año, pero aún queda el día de Reyes, la más emocionante, sin embargo, desde que nació su niña, la teme porque no puede dejar junto a sus zapatitos un juguete. Este año le ha bordado un pañuelo blanco con tanto primor que parece espuma y le dirá, para conformarla, que ya es una niña muy grande, cerca de cumplir los siete y hacer la comunión.
Teresa está metida en sus veinticinco, es modista y todo el mundo la cree viuda. La verdad es que fue madre siendo soltera, por esto hubo de abandonar su pueblo dónde hasta las piedras estaban al tanto de su bochornosa condición. Curiosamente para quien le hizo la criatura nadie tuvo reproche ¿qué culpa tenía el señorito de ser tan guapo? Él no pagaba los virgos, pero si salía barriga entregaba unos duros al bastardo. Teresa los tomó porque la situación no estaba para dignidades, aunque rogando a la Santísima Virgen, que también es madre, cobrara al charrán sus canalladas.
Harta de pasar vergüenza sin culpa, tomó a su niña, marchando hasta otra capital donde nadie la conocía, y santificó el dinero comprando una máquina de coser de segunda mano. Alquilaron sala y alcoba en un bajo con ventana a la calle y no fue perezosa para colgar en la reja un cartel que rezaba:
MODISTA ECONÓMICA Y FORMAL
Fue comprobar las comadres su buen oficio y hacerse de clientela. Hoy, su fama de habilidosa llega hasta el centro y son muchas las señoras que quieren relumbrar a poco coste. Le llevan el figurín y ella confecciona cualquier modelo por difícil que sea, incluso de novia, A pesar de esto, solo saca para ir tirando.
Teresa descose el forro de un abrigo deslucido para darle la vuelta y, ejerciendo su magia, convertirlo en nuevo. La mata el que su hija esté ilusionada con que los Reyes van a traerle una muñeca “de verdad” pues la pobre siempre las ha tenido de trapo. De momento le es imposible comprar ni una de cartón. Se consuela diciéndose que la vida es un hilván largo y algún día mejorará su suerte. La sacan de esos pensamientos amargos unos toques en la puerta.
Adelante, dice. Quien entra es una marchanta cargada con dos paquetes:
—-¡Buenas! te traigo el retal para la blusa y esto, a ver si te hace avío.
Desenvuelve Teresa el bulto y aparece una Mariquita Pérez, la muñeca soñada por todas las niñas. Asombrada, mira a la dadivosa con cara de lela.
—Fíjate que le faltan las piernas hasta las rodillas. La pava de mi hija la dejó caer sobre el brasero. Ya no la quiere, le dan susto los muñones negros. Su padre le va a comprar otra, claro.
—Claro -dice Teresa llena de pasmo, conocedora del dineral que cuesta.
—Seguro que tu chiquilla no es tan remilgá.
—No, ¡pobre mía!, gracias, señora.
—Ná, si eso me haces una rebajita en el corte, guapa.
Teresa idea ponerle unas medias llenas de serrín compactado, disimulando las juntas con los muñones mediante unos puchos de perlé y reforzadas por unas botitas de piel sacada de un monedero viejo. También sanea el vestido añadiéndole un volante.
Amanece el seis de enero más feliz para la chiquilla de Teresa, que abraza a la muñeca sin importarle sus piernas fláccidas.
—¿De dónde habrá sacáo la modista pal dispendio? -preguntan las vecindonas.
—Dicen que una clienta se la ha dáo por estar rota.
—¡Ofú que suerte tiene! -comenta otra con retintín.
Juega la niña sentada en el escaloncillo de su casa cuando se acercan las hijas de las vecinas: mírala, presumiendo con las sobras de los ricos, e intentan levantar las faldas de la muñeca a pesar de que su dueña la esconde tras de sí.
—¡Quietas parás -grita una voz zangolotina- que os arreo con la muleta!
Las niñas salen corriendo, burlándose: “¡toma del frasco, el Cojo defendiendo a la huérfana!”
El chavea avanza hacia ella renqueando, trabado por los hierros que aprisionan sus piernas.
—No les hagas caso. Tu muñeca es como yo, que le habrá dáo la polio.
—Mi mamá dice que me la han traído porque saben que la cuidaré mú bien.
—Tu madre lleva razón.
La niña le pregunta si le pinchan los alambres y el mozuelo, tanteando el andamiaje, se quita importancia: no, ya estoy acostumbráo.
Teresa, que ha estado escuchando, primero con rabia y luego con desgarro, se hace ver:
—Mira, mamá, este niño es como mi Mariquita, seguro que su madre será muy buena y por eso la cigüeña se lo ha traío a ella para que lo cuide. A las madres descuidás les dejan los rorros que no están rotos, ¿verdad?
—Si, hija, así mismo es -con el dedo corazón, encallecido del roce con el dedal, deshace una lágrima de orgullo- ¿queréis merendar?
—No señora, no le quiero hacer gasto -dice el muchacho, disimulando el sentimiento.
—Hombre, no es que vayamos a reventar, pero para un hoyo con aceite y azúcar hay.
Sentados alrededor de la mesa camilla, al calorcillo del picón y entre risas, comulgan los tres con pan bendito esa tarde de Reyes.
Precioso Dela, como todo lo tuyo.
ResponderEliminarPrecioso relato, lleno de ternura y aroma de aquellos duros tiempos.
ResponderEliminarMaravilloso ,me ha encantado ...gracias
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