lunes, 18 de septiembre de 2023

PONGAMOS QUE HABLO…

 PONGAMOS QUE HABLO…

 

Este verano he viajado en golondrina por un Mediterráneo que va de Algeciras a Estambul, según deja dicho un buen hijo de esa tierra. Me he empapado de la poesía hecha luz y bosque de piedra, el sueño ya casi real de un humilde arquitecto cuya fe fue más allá de la religiosidad imperante. Él quizá nunca supo de su grandeza, pero acertó prediciendo un mundo donde la ciencia facilitaría la obtención de los milagros. He caminado por una Rambla que se inunda de rosas y libros cada mes de abril y por un paseo, llamado de Gracia, lleno de casas mágicas coronadas por dragones y con gigantes guerreros viviendo en la terraza, que empieza en una plaza propiedad de palomas sin vergüenza ni miedo a los humanos. He conocido un barrio multiétnico y un bar bicentenario, de su antigüedad dan fe los flecos de pintura granate que cuelgan del techo, del que cuentan que tuvo entre sus parroquianos a los mismísimos Christian Andersen, Van Gogh, Baudelaire y Picasso e incluso dicen haber visto a Hemingway besando impunemente al hada verde de nombre Absenta. Tampoco me faltó ocasión para conocer a las musas de un Palau iluminado por una bóveda inaudita, pródiga al repartir, tintándola con todos los matices del espectro, la luz del sol. Posee esta ciudad una iglesia a la que nombran Catedral del Mar y una Catedral dedicada a Santa Eulalia, custodiada por trece orondas ocas, amén de un parque cuyo inquilino principal es un lagarto con escamas de trecandís. No he carecido de fondas en las que comer según mi filosofía. Un restaurante clandestino llamado “Age of Acuario” al que había que acceder tocando un timbre para subir a un primer piso, encontrándose el futuro comensal con una deslumbradora galería modernista, manteles y servilletas blancas de tela y una camarera encantadora presta en servir el suculento menú del día. Maravilloso el veterano restaurante “Teresa Carlés” con una carta deliciosa y un más delicioso aún activismo por el Medio Ambiente, los animales y el Planeta. Disfruté hurgando en los puestos del mercado de Los encantes, lugar en el que se puede encontrar desde una ganga art decó hasta un escurridor de plástico. Vi a muchos sin techo preparase la cama en los escalones de algún portal, incluso en medio de cualquier acera. Una mujer miraba sin ver a la estatua de un almirante a la vez que abrazaba un cartón de vino blanco. Por cierto ¿no le enseñó nadie a este insigne marino que señalar está muy feo? Topé con las casetas blancas de la Feria del Libro de Ocasión y me hice, por quince euros, con dos libritos de “poesía de bolsillo” de Ganivet y Keats; ambos editados en 1940 ¿por cuántas manos y ojos habrán pasado en ochenta y tres años? Oí hablar en una lengua que me resultó curiosa y busqué en el Google el significado de algunos vocablos. Me hizo reír que pollo se diga pollastre y me alegró saber que moreres significa moreras, tal como imaginé; nadie me ha negado la palabra al escuchar de mi boca un castellano andalú. Confieso que anduve todo el tiempo aferrada a mi diminuto bolso cargado con menos de lo imprescindible por miedo al robo por tirón, pero ni lo sufrí ni vi robo alguno. Monté en varios taxis con conductores diversos: un árabe, dos foráneos, un sudamericano y el inevitable facha; mi favorita fue una mujer negra porque me sentí como llevada por la choferesa de Cela. Y lo que es la vida… me hice una foto junto a la escultura de un mórbido gato negro con cara de niño mientras en ese mismo instante su autor abandonaba este mundo.

Pongamos que hablo de Barcelona.

D. W