jueves, 30 de marzo de 2023

EL TONTO EL HABA

 FELISA Y ANDRÉS (16)

 

 TONTO EL HABA

 

Para Andrés empieza la primavera el día que se come una sartená de habas. Le gustan en su punto justo de cochura en aceite de oliva junto a un par de cebolletas, rehogadas con caldo perfumado de hierbabuena y rociadas con su pizca de sal. Como se las hizo su tita Lola hasta el día en que murió, siendo él un hombre con la cabeza sentá -decía ella- ya casado con Felisa. Su mujer las tomaba con remilgo es que me dan gases -se excusabaY tita Lola, al oírla, canturreaba en la cocina:

 

La presumía no come carne

porque de noche le da calambre 

La presumía no come arró

porque de noche le da la tó

 

A lo que Felisa, lejos de enfadarse, le contestaba:

   —Arroz siii, Lola, con leche y canela de ese que usted borda.

Y la tita, encantada, le perdonaba lo de las habas y le hacía una tortilla de pan rallado con ajo y perejil fresco.

 

Andrés se acuerda de tita Lola llegando Semana Santa. No solo por las habas. El viernes Dolores era su santo. Él no pudo hacerle regalos de verdad hasta que cobró su primer sueldo. Fue un modesto ramo de flores que ella alabó más que si le hubiera llevado los jardines de Babilonia. Años después, asentado como profesional de la arquitectura con estudio propio de merecida reputación, le hizo el que soñaba desde siempre con poder obsequiarla. Nunca olvidarán, ni Felisa ni él, su cara cuando abrió la cajita de terciopelo rojo con esos dedazos deformes por la artrosis y el trabajo de cinco décadas preparando comandas. 

    —¡Pero que cosa más bonita hijos! -y tornando la voz severa, les regañó- Os habréis gastado un dineral.

    —Usted lo merece, tita. 

   —¿Es que no me va a dar mi tita favorita el capricho de regalarle lo que me dé la gana? Anda, ven que te lo ponga.

   —Pero hijo, ¿aquí, sobre la batilla de briega?

   —Es para ver el efecto. Ya habrá ocasión de lucirlo sobre un buen traje.

   — Eso, para el bautizo de vuestro primer hijo.

Felisa enrojeció. Llevaban cinco años casados y la familia no venía… y la llamaban, ¡ya lo creo que la llamaban! pero los bebés se hacían los sordos.

Andrés prendió el broche en el ancho tirante izquierdo de la bata. Ella fue a asomarse al espejo de la entradita. Le pareció que contemplaba el retrato de una reina rodeada del marco pintado con purpurina. Acarició la suavidad fría de la gema que estallaba de luz, deslumbrándola.

   —Hijos, ¿que piedra es esta que brilla tanto y es tan requetepreciosa?

  — Es una esmeralda, tita. Una esmeralda en forma de haba, en agradecimiento a todas las que has guisado para mí.

Tita Lola se echó a llorar.

   —Una modesta cocinera de fonda no lleva alhajas.

   —La joya eres tú. -replicó abrazándola.

   —¡Ay, mi tonto el haba, que buen hombre me has salío! Y estalló en sus mejillas una sarta de besos con chasquidos de madre.

 

Esa sería su última onomástica. Se fue una mañana de otoño, sentada en su butaca mientras repasaba un libretón donde iba apuntando recetas con su letra redonda e insegura que cortaba el rabo de las bes y no ponía comas porque escribía como trabajaba, sin tregua. 

 

Para Andrés fue el cuaderno. De él saca los guisos amados, aunque no sabe darles ese punto loliano que la tita se llevó en el bolsillo del delantal. 

El broche luce en su solapa cada vez que asiste a un acto importante. Para honrar a su tía. Y para no olvidar de dónde viene. Por mucho tratamiento de señor arquitecto premiado que posea nunca dejará de ser, interprételo cada cual cómo prefiera, el tonto el haba.

D. W

 



 

 

viernes, 24 de marzo de 2023

SUPERVIVENCIA

 SUPERVIVENCIA 

 

Cada primavera me apetece echar a andar,

ponerme unos zapatos viejos y escaparme.

Dirigirme hacia la ciudad fría donde 

la noche devora al sol y pronto

el gentío se amanceba en sus burdeles

sin manchar de gritos y colillas 

mis oídos y las calles.

 

Cada primavera hay un instante 

(revoloteo de golondrinas,

un verdor de alga terrestre 

o una emboscada de azahares)

y me arrepiento de ser triste.

Tiro los zapatos viejos, acomodados al paso,

me calzo sandalias altas, indomésticas, y salgo.

 

Cada primavera, busco la planta con más flores

y la aúpo al alféizar de mi ventana.

D.W




jueves, 9 de marzo de 2023

UN TROZO DE VIDRIO

 UN TROZO DE VIDRIO

Sumergido en agua parece más grande. Un iris verde rodea una pupila negra que jamás se asombrará por nada ni se dejará deslumbrar por el sol. El ojo de cristal es la primera cosa que ella ve al despertarse y cada vez que la desvela el peso de él sobre sí, arremangándole el camisón con rabia para aliviarse en su vientre. Mientras soporta las embestidas que la hunden más en el colchón de lana, el ojo de cristal mira compasivamente; se le antoja que el postizo de su marido se avergüenza de la brutalidad de su dueño.

Una vez oyó a una vecina cotorrear que, aunque una se parta de dolor pariendo, da gloria hacer chiquillos por el gustirrinín, que parece que se derrite el sentío con ese palpitar de la pepitilla como campana llamando a festivo. Ella, que ha parido ya siete veces, nunca sintió tal alboroto en las partes bajas; a la contra, su madre le previno de que eso solo les prevelica a las mujeres de la vida, las que cobran por abrirse de piernas y que si un hombre te dice “anda tonta, que esto es canela” es solo para engatusarte. 

 

Él se había plantado en el pueblo diez años atrás vestido con traje y corbata, quizás algo raídos, pero nadie se fijó en ese detalle pues parecía atuendo de ciudad y síntoma de manejar perraje. Cuando se supo que era el encargado del señorito para parcelar la nueva aldea y que estaba viudo todas las mozas se revolucionaron. El ojo de cristal, tan límpido comparado con el verdadero, le daba aire de soldado heroico. Ella se sorprendió cuando empezó a cortejarla, nunca hubiera pensado que llegaría a tomar estado pues nació renca y poca cosa, aun así, antes de que se diera cuenta estaban casados. 

 

La noche de bodas fue la primera vez que lo vio despojarse de su ojo artificial, resguardándolo en un vaso de agua cubierto por un pañuelo albo. No tuvo repelús, al contrario, le enterneció su semejanza con una canica hasta que, debido a las sombras concebidas entre el quinqué y la oscuridad, el rostro masculino sin la pieza se le infirió luciferino, como si la bondad fuese en él tan de quita y pon como el ojo.

Después de que hubieran consumado el matrimonio ella le preguntó muy bajito el por qué la había elegido para esposa.

El cíclope, tras un silencio en el que la incandescencia de su cigarro rasguñó la negrura de la alcoba, dijo “porque eres fea y coja y de seguro ningún hombre te va a rondar”.

Después, acercándose tanto a ella que salpicó de saliva su cara, la hizo mirarle la cuenca vacía: “lo perdí defendiendo mi honor -dando una chupada al pitillo concluyó- pero más perdieron la infame y su querido”.

Desde entonces sabe que el ojo es lo único bueno del hombre que será para toda la vida su dueño, un disfraz que ante el pueblo y el amo le presta la bonhomía de la que carece.

 

Una madrugada ella se desliza de la cama mientras él ronca. La luna la guía para que no tropiece cuando rodea la cama, agarrada apenas al piecero niquelado, hasta llegar a la mesita de noche del contrario. Mete los dedos en el vaso y saca el ojo apretándolo en el puño con tanta fuerza que nota su propio pulso. Con sigilo sale al zaguán e ignorando la mirada de súplica del vidrio, lo tira al pozo. Le cuesta porque es un objeto puro, pero no tiene más remedio, como cuando desnuca a un conejo para el guiso y ella, pagando el tributo por arrebatar una vida, solo se come las papas. Del ojo se desprende un gemido fugaz al hundirse. Vuelve al lecho, sabedora de que, aunque niegue el hurto le caerá una paliza sin que la salve ni siquiera la nueva vida que le va creciendo dentro; pero él deberá acudir al trabajo mostrando su rostro verdadero, el de asesino, que el parche negro cruzándole la cara acentuará más. Con esa pequeña venganza se dará por satisfecha.

 

* Cuento segundo finalista en el concurso ACREM “Palabras Mayores” 2023