jueves, 8 de diciembre de 2022

EL RESCATE

 EL RESCATE

 

Oí claramente mi nombre. Tumbadas en la manta verde e imprecisa, amalgamadas entre docenas de sus congéneres, supieron al verme que las estaba buscando, aunque yo aún no lo sabía. Atraída por el sonido que me nombra y una vez localizadas quienes me llamaban me arrodillé ante ellas, tomándolas en mis brazos para verlas mejor. La pequeña sonreía. La mediana me guiñó un ojo pues su boca se había desdibujado.

¿A cuanto me deja las dos muñecas? -pregunté mostrando mi torpeza en regateo, pues lo suyo es decir le ofrezco tanto por esto. El hombre tomó un tiempo en levantarse. Poca ganancia le veía al negocio. Un euro por la mediana, cincuenta céntimos por la chica. 

Me pareció bien, pero me di cuenta de que solo disponía de un billete de veinte. El hombre no tenía cambio e iba a quitarme el botín de las manos cuando reuní, entre los bolsillos del vaquero y los compartimentos del bolso, calderilla por un total de uno con cuarenta y cinco. Hecho -asintió el vendedor volviendo a su silla playera. 

Las metí en la bolsa misma de la recolección previa a encontrarlas: castañas, mandarinas y una chaqueta de punto color azafata (ya no existe ese tono demodé) cuya etiqueta lleva impresa una extraña leyenda “Fabricada en España”.

 

Después de bañarlas, secarlas al sol y cepillarles el pelo hasta que lo hice brillar descubrí que ambas muñecas ostentaban sus fechas de nacimiento, acaecidos treinta años atrás, tatuadas en sus espaldas. La pequeña padece de un pie mordisqueado. Eso me enternece. Sea de perro o de bebé la huella de los dientecillos fieros me parece tan digna como las cicatrices de un veterano de guerra. 

A ratos vivos (detesto decir ratos muertos) las he ido vistiendo. Mientras escuchaba una película cubría sus desnudeces con retales. Uno de cuadritos perteneció a un pichi que tuve. El vestido de la mediana fue el pernil de un pantalón. Estoy pensando en cómo fabricarle unos zapatos a la pequeña para ocultar la deformidad de su pie y protegerla del frío. A mi me parece que las muñecas tienen vida. Por eso las rescato. 

 

Llovizna, son las cuatro de la madrugada. Mientras escribo me cuentan que se conocieron en la manta del ropavejero y allí han malvivido hasta que acudí en su auxilio. Se ven felices con su ropa. Me confiesan haber pasado apuro teniendo al aire las vergüenzas. Les pido disculpas por mi burda labor de modista. Ellas discrepan, se ven guapas y lo agradecen prometiendo que mañana me contarán sus historias: son algo tristes -advierten. Como la vida -pienso. Pero no lo digo. 

 

Que descanséis -les deseo. Contestan a la recíproca. Apago la luz e intento dormir un par de horas. De mañana (ya hoy) lo único cierto es que será otro día 

D. W




 

3 comentarios:

  1. Como ya nos tienes "acostumbrados" Dela, la sencillez del relato lo engrandece por su contenido.
    Es simplemente fantástico.
    Gracias

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    1. No soy anónimo, soy Juan fersir, un admirador.

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  2. Un objeto de coleccionismo. Muchas marcas y tipos de muñeca se han convertido en verdaderos objetos de coleccionismo. Seguro que por casa de tus padres y tus abuelos te habrás encontrado con algo antiguo, pero con mucho valor.

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