jueves, 22 de diciembre de 2022

LA ONZA (1944)

 LA ONZA (1944)

 

Los sabañones acuden cada invierno a su cita con Chelito, abultando sus dedos adolescentes. Se da unturas con aceite frito para aplacar el picor como de aguijón de avispa y evita rascarse para no empeorarlos. Al menos para esto le viene bien tener las uñas recomidas por el asperón y el esparto con los que vuelve en luz los fogones. Ser pincha de cocina es un trabajo duro, pero el sueldecillo arrimado al de su padre hace avío. Con quince años y siendo la mayor de cinco hermanos no le queda otra que apencar. Si se esfuerza y fija bien en cómo hace de comer la Lola, lo mismo la ponen de ayudanta. Mientras, toca aguantar sin poner mala cara a la pila de platos que medran y ollas que parecen pozos, tan hondas que debe subirse en un taburete para escamondar el fondo.

 

Lola, la cocinera, se porta bien con ella porque la ve endeble. Cuida que coma en condiciones apartándole la primera, que es el plato donde va más pringue, enternecida por su esfuerzo y mansedumbre. 

 “Te he guardado cocretas”-y le guiña un ojo. Siempre tuvo la costumbre de sisar cosillas para sí y ahora se las cede a ella. “Comételas hija, que yo ya estoy bien retotoyúa”. El instinto maternal que no pudo desplegar con los propios vástagos lo condensa en la joven pincha, brote tierno que no quiere ver tronchar. Los camareros y demás personal masculino la perciben como presa fácil y se meten a la mínima oportunidad con la joven que se aturrulla, poniéndosele la cara color salsa de tomate.

   —Chelito, ¿ha encontráo ya la pulga?

   —¡Cusha, a la niña ni mirarla!

   —¡Digooo... si era de broma!

   —Bromauro os voy a echar yo en la achicoria -amenaza la Lola, blandiendo un cucharón donde cabría un navío.

 

En pascuas la tarea es mayor, pero libran en Nochebuena y Navidad; nadie decente come fuera de su casa esos días.

   —Chelito, ¿te vienes al Alkazar?, vamos todas.

A la mocita le hace ilusión. Poquísimas veces fue al cine; entre la guerra, la miseria y el trabajo no ha vivido.

Su madre da permiso y le presta su abrigo, vuelto ya por la modista del barrio y con el lustre perdido, pero con la facultad de seguir calentando. Chelito se recoge el flequillo con horquillas, abombándolo sobre la frente en ese peinado que está de moda y al que llaman “Arriba España”. Se rocía de extranjis con una peseta de la colonia a la que dicen revedó, aunque en el tarro ponga “Rēve d’or” y que su madre guarda al fondo del ropero. Para que no se dé cuenta del robo dada la elocuencia del aroma, se despide de la familia lanzándoles un beso desde la puerta. Los hermanos aplauden: “¡Qué guapa , Chelito!”

 

En la puerta del cine la esperan las compañeras muy peripuestas, no en vano el Alkazar está en Liborio García, una bocacalle de Marqués de Larios, la hermosa avenida de Málaga por donde pasea domingos y festivos, de arriba abajo y de abajo arriba, toda la ciudad.

Llega la Lola embutida en un abrigo de paño granate que conserva su brillo, a saber de qué le luce tanto el pelo. Se la ve mujer de mundo porque habla con tóas las letras como la gente fina, y maneja parné, pero de dónde lo saque es asunto de ella. Obsequiosa, con la solemnidad de una matrona romana, reparte onzas de chocolate, del de verdad no del de algarrobas. 

   —¡Vamos, muchachas, a endulzarse el pico!

Bizquean todas ante los paquetitos plateados que huelen a merienda de ricachones.

Chelito rompe apenas una esquina del papel, mordiendo la golosina. El dulzor de seda negra le arranca lágrimas y a poco, unos remordimientos que arruinan la experiencia. Piensa en sus hermanos, que jamás lo han catado, y no puede seguir saboreándolo.

Aunque le parece que traiciona a la Lola se lo guarda en el bolsillo. Haciendo un esfuerzo porque no sabe fingir, pregunta a la pandilla si tiene churretes en las comisuras de los labios, aparentando haberlo devoradocon gula voraz. “¡Qué agoniosa, chiquilla!” -ríen.

 

Las películas de amor y lujo le prevelican, a ella y a todo el cine que aplaude rompiéndose las manos. Josita Hernán está guapísima con esos trajes hechos por sastras buenas amoldaos a sus hechuras. Además, la cinta solo se ha partido dos veces por lo que los silbidos y taconazos del público fueron pocos, aparte de los cortes de los besos, cuando se oye pasar sobre las butacas una ola mansa de suspiros

 

Salen del cine con los ojos brillantes. La Lola acompaña a Chelito hasta Puerta Nueva y la despide con dos besos. “Venga, tira ligera para tu casa”El frío arrecia sobre el Puente de la Aurora y la callejuela del convento, donde el aire siempre revolotea repartiendo pulmonías. Allí, apoyado en la reja de una casona en ruinas, está el Manué, uno de los camareros que la inoportunan. 

  —Quieta ahí, perejí -le dice dando la última chupada al cigarrillo y tirándolo al suelo, catapultándolo entre el pulgar y el índice.

La chica parece una liebre deslumbrada por el foco de un coche. La verdad es que el muchacho le hace tilín, pero como dice la Lola y su madre que tós los hombres son unos sinvergüenzas…

  —Tú no te libras hoy del beso -y la abraza. Chelito nunca ha estado tan cerca de nadie. El Manué mueve los labios sobre los suyos transmitiéndoles calor. La lengua choca contra sus dientes qué, tras una corta lucha, acaban por dejarla pasar. El mozo sabe a lo que huelen los guisos que llevan vino. Y a ella le gusta.

Los asustan dos gatos que pasan envueltos en chillidos de celo y se separan. Ella se lleva las manos a la cara, avergonzada. Corre hacia su casa, rezando para que las luces del atardecer y el frío hayan echado sombras sobre el episodio. Él se ríe, viendo cómo va alejándose dando traspiés por las piernas flojas. 

 

Da Chelito los toques acordados en la puerta calle y le abre la vecina que la oye primero. La chica entra y sube las escaleras antes de que la mujer llegue a cerrar, “¡Niña, pos sí que vienes arrecía, estás colorá!

 

No más entrar, los hermanillos se le cuelgan del cuello besándola y pidiéndole que les cuente la película. Ella, aún temblorosa, mete la mano en el bolsillo del abrigo, “os traigo un regalito” -dice- pero el chocolate se ha convertido en una almáciga de horquillas, pelusas y papel de orillo

 

La madre rezonga mientras intenta limpiar la plasta del forro, “¡a quien se le ocurre, hía! La onza  derretío con el calorcillo del cine.  

Chelo se pone a llorar avergonzada, segura de que el desastre lo ha provocado el ardor de corresponder al beso.

D. W 

 



 

 

jueves, 15 de diciembre de 2022

CANON

 CANON 

 

Pues voy yo y me quedo prendada de un sostén de encaje verde sirena que se abrocha por delante y tiene una espalda de ensueño. Tres tiras de flores de guipur bajan desde la nuca hasta debajo de los omoplatos. 

Entro en la tienda virtual y no hay de mi talla porque solo fabrican “medidas estándar”. Con la de féminas operadas que hay me extraña que mis naturales 100C no entren en esa categoría. Les voy a poner una reclamación. Que se preparen estos cretinos de TTA-Bra.

 

En la tienda “física” (corsetería se llamaba antes) pido hablar con la responsable, que resulta ser un hombre. Eso me disgusta. Un vendedor debe haber probado su producto o al menos ser como era el mercero de mi barrio (antes de que en los barrios desaparecieran las tiendas), capaz de averiguar las tallas con una ojeada. Tenía esa gracia quizá por ser el menor de cinco hermanas y mariquita. Todas las mujeres en tres kilómetros a la redonda aullamos de pena cuando se jubiló.

Pero este huele a heterosexual. Me mira con displicencia y deja que mis palabras se estrellen contra el suelo como una colilla. Le falta pisarlas. Dejándome ver su ancha espalda cubierta por una camisa sin una arruga, se aleja, diciéndome que va a llamar a la encargada.

 

Esta vez si me atiende alguien de mi género. Una mujer espectacular, una “ADA: siliconADA, boxtomizADA y rellenADA. Le cuento mi enfado por la falta de tallas y me responde:

   —Estimada clienta: lamentamos no satisfacer su demanda, pero tenemos a su disposición docenas de diseños adecuados a su edad y peso.

 ¿Mi edad y mi peso? ¡quiero ese sostén así me salgan las chichas entre los guipures! - digo para mí mientras la fulmino a metrallazos de pupila.

  —Los modelos en tul no son factibles en tallas superiores pues no cumplirían su función al menos que se refuercen, cosa que les restaría el glamour del que somos referentes.

  —Hay puentes que pesan toneladas sostenidos por cables y ustedes, que se autoproclaman profesionales de la lencería ¿no son capaces de levantar dos pechos?

 

La ADA abre y cierra los ojos confundida. Se le enredan las pestañas de arriba con las de abajo. Se le va menguando la voz al contestarme: estimada clienta lamentamos…amos…amos…

Acude apurado el responsable y ante mi estupor, propina a su encargada un puñetazo en el estómago. Yo voy a gritar cuando el hombre me dice:

  —Usted perdonará, es un prototipo en pruebas y aún se encasquilla. -la desenrosca por la cintura y con cada mitad del cuerpo bajo sendos sobacos se pierde tras una cortina cercana a los probadores.

Salgo de la tienda andando hacia atrás percibiendo, amortiguado por el hilo musical, el siseo del motor de las demás dependientas

D. W

 



 

 

 

 

jueves, 8 de diciembre de 2022

EL RESCATE

 EL RESCATE

 

Oí claramente mi nombre. Tumbadas en la manta verde e imprecisa, amalgamadas entre docenas de sus congéneres, supieron al verme que las estaba buscando, aunque yo aún no lo sabía. Atraída por el sonido que me nombra y una vez localizadas quienes me llamaban me arrodillé ante ellas, tomándolas en mis brazos para verlas mejor. La pequeña sonreía. La mediana me guiñó un ojo pues su boca se había desdibujado.

¿A cuanto me deja las dos muñecas? -pregunté mostrando mi torpeza en regateo, pues lo suyo es decir le ofrezco tanto por esto. El hombre tomó un tiempo en levantarse. Poca ganancia le veía al negocio. Un euro por la mediana, cincuenta céntimos por la chica. 

Me pareció bien, pero me di cuenta de que solo disponía de un billete de veinte. El hombre no tenía cambio e iba a quitarme el botín de las manos cuando reuní, entre los bolsillos del vaquero y los compartimentos del bolso, calderilla por un total de uno con cuarenta y cinco. Hecho -asintió el vendedor volviendo a su silla playera. 

Las metí en la bolsa misma de la recolección previa a encontrarlas: castañas, mandarinas y una chaqueta de punto color azafata (ya no existe ese tono demodé) cuya etiqueta lleva impresa una extraña leyenda “Fabricada en España”.

 

Después de bañarlas, secarlas al sol y cepillarles el pelo hasta que lo hice brillar descubrí que ambas muñecas ostentaban sus fechas de nacimiento, acaecidos treinta años atrás, tatuadas en sus espaldas. La pequeña padece de un pie mordisqueado. Eso me enternece. Sea de perro o de bebé la huella de los dientecillos fieros me parece tan digna como las cicatrices de un veterano de guerra. 

A ratos vivos (detesto decir ratos muertos) las he ido vistiendo. Mientras escuchaba una película cubría sus desnudeces con retales. Uno de cuadritos perteneció a un pichi que tuve. El vestido de la mediana fue el pernil de un pantalón. Estoy pensando en cómo fabricarle unos zapatos a la pequeña para ocultar la deformidad de su pie y protegerla del frío. A mi me parece que las muñecas tienen vida. Por eso las rescato. 

 

Llovizna, son las cuatro de la madrugada. Mientras escribo me cuentan que se conocieron en la manta del ropavejero y allí han malvivido hasta que acudí en su auxilio. Se ven felices con su ropa. Me confiesan haber pasado apuro teniendo al aire las vergüenzas. Les pido disculpas por mi burda labor de modista. Ellas discrepan, se ven guapas y lo agradecen prometiendo que mañana me contarán sus historias: son algo tristes -advierten. Como la vida -pienso. Pero no lo digo. 

 

Que descanséis -les deseo. Contestan a la recíproca. Apago la luz e intento dormir un par de horas. De mañana (ya hoy) lo único cierto es que será otro día 

D. W




 

jueves, 1 de diciembre de 2022

ENCARANDO LAS AUSENCIAS (Felisa y Andrés 15)

 ENCARANDO LAS AUSENCIAS (Felisa y Andrés 15)

 

El frío ha esperado que termine noviembre para venir. A dos de diciembre estamos ya… y yo mano sobre mano -rumia Felisa.

Parece que a su marido, entregado a la briega con las plantas del patio, le llega por telepatía este pensamiento porque, sacando la cabeza de entre las hojas de la Dama de noche, florecida aún gracias (o desgracia) a las elevadas temperaturas atípicas le pregunta:

  —Niña, ¿cómo es que aún no me has arrastrado a hacer las compras de Navidad? 

Ella suspira, tuerce la boca y mira para el techo.

  —No me digas más. Es por tu Felix.

Félix es su sobrino, el segundo de los cinco hijos de su hermano. Llevan los dos el mismo nombre, y aunque es la madrina de todos, no puede ocultar que él y Andrea, la chica, son su debilidad. Félix es, además, arquitecto como Andrés y a su debido tiempo heredará su despacho. Es un buen profesional pero, sobre todo, es buen hombre.

  —Pues si, mira. Que estoy desganá. El que este año falte me deja como hueca. No me apetece celebrar si uno de los nuestros está fuera, comiendo a saber qué, pasando calor y frío por esas tierras dejadas de la mano de Dios.

  — Precisamente, Felisa, por estar olvidadas de tu dios hay que alabar el que gente como Félix las recuerde.

  —¡Si yo le aplaudo la bonhomía, pero ¡porras, ¿por qué no se vuelve para navidad?!

Se le escapan a la madrina dos lágrimas, gordas como el pirindolo de una tetera. Para que su marido no las vea se vuelve de espaldas y hace como que rebusca en el frutero alguna pieza que esté pocha. Las manos del hombre se apoyan en sus hombros y volviéndola hacia él la abraza, consolándola.

  —No puede venir porque las casas solidarias que proyectó, que tanto esfuerzo le ha costado que sean financiadas por el gobierno y algunos ricachos, aún no están terminadas. La gente de allá sigue viviendo bajo lonas y latas. Y él les prometió que no los abandonaría hasta que nadie quedara sin un hogar de verdad. Debemos estar orgullosos de él. -Andrés se ríe- ¡A pesar de tener un padre gili nos ha salido redondo, el chavea!

Felisa también ríe. Es verdad. Su hermano es un cenutrio. Menos mal que supo elegir una mujer de bandera. Su cuñada ha mejorado la estirpe, sin duda. De cinco, solo uno ha salido al padre, las leyes de Mendel han sido benévolas.

  —Llevas razón, marido. No debo entristecer más a su madre ni dejar a los otros ahijados sin celebración. Brindaremos por él y su coraje. Ahora mismo me voy a poner a hacer las listas del menú, los regalos, las bebidas. Y hay que encargar un árbol….

  —¡Para, para, chiquilla! Si lo sé te dejo mustiar como a la mala hierba… 

  —Procúrate unos zapatos cómodos que nos vamos de tiendas y no quiero ni oír hablar de tus juanetes. 

  —¡A la orden, jefa! 

  —Le vamos a mandar a Félix un cargamento de turrones y mazapanes para que se endulce toda la aldea!

Felisa, sin hacer ruido, se suena la nariz con un pañuelito muy fino ribeteado de encaje. Andrés siente ternura. Su mujer, para algunas cosas, sigue tan cursi como hace casi medio siglo. Y más guapa aún que entonces.

D. W