jueves, 29 de septiembre de 2022

DE(s) LEALTADES

  DE(s) LEALTADES (Felisa y Andrés 14)

 

Un par de días al mes Andrés le dice a Felisa que ha quedado con amigos siendo incierto. Se ducha, se viste, si no con esmero no tan desmadejadamente como acostumbra y le da un piquito a su mujer mientras dice, “no tardo, nena”. Ella le despide con guasa cariñosa “ten cuidaito y tira por la sombra” y sigue con sus quehaceres que tanto pueden ser ordenar un armario como leer a Proust.

Andrés toma el camino hacia una barriada del extrarradio. Le cosquillea por dentro la deslealtad y aun así sigue adelante. Sabe, porque lo dicen todos los libros de autoayuda del mundo, las películas alemanas serie B de Antena3 y las señoras que hacen foros en la peluquería, que la cal y el cemento entre una pareja son el diálogo y la sinceridad. Con Felisa lo primero es fácil pues posee carrete y cultura para condimentar con sabrosura una conversación. Lo segundo parece algo sobreentendido en su matrimonio ¡si hasta tienen la misma clave en sus móviles! No, no se guardan secretos excepto los imprescindibles, esos que cada ser humano ha vivido y está tan incrustado en la memoria que contarlo a otro sería como cortarse una rodaja de cerebro y dársela a comer. 

 

Llega Andrés hasta donde necesita. No siempre es el mismo sitio, aunque el encuentro es igual y entra un el edificio que lo acoge como hembra dadivosa que recibe a un macho triste.

Él, siendo arquitecto, pierde toda deformación profesional bajo esos techos. No tiene en cuenta materiales, acabados ni estilos. Está reconcentrado en el olor y el silencio, más apreciable este tras romperse por el sonido de unos pasos o de una tos. 

Se sienta Andrés en el último banco. Hoy tiene mucha suerte, hay voces que entonan palabras sin música y entra en éxtasis. Durante esos arrobos ve los cánticos convertirse en colores, trenzarse con la luz vidriada, carnuda, y ascender hacia el blanco absoluto.

Sale de allí reconfortado, aunque no lo reconocerá nunca. Él, agnóstico de tuétano, se niega a admitirse que solo el interior de una iglesia calme sus nervios. Si se enterara Felisa… ¡pediría el divorcio! Siempre rezonga cuando debe asistir a bodas o comuniones, incluso estuvo incómodo el día de su propio casamiento (aunque ella bien vale una misa) y cuando apadrinó a los sobrinos. Pero son situaciones diferentes. Quizá la aproximación a la vejez lo esté volviendo místico o moñas. O puede que empiece a asustarle su propia mortalidad.

 

  —Hoy has llegado antes -dice Felisa cuando lo oye entrar.

  —Es que los zurramangones, como tú les llamas, tenían un compromiso.

  —¡Ah, es verdad, hoy hay fútbol y tú lo detestas.

Andrés se acerca y la besa casi en la oreja pues permanece de espaldas, reconcentrada sobre una olla en la que cuece una receta puñetera, ayurvédica y depurativa.

  —Oye, hueles raro -suelta Felisa.

  —¿Cómo raro? 

  —Como… a incienso… a beatilla de novena -ríe- ¡bah, no me hagas caso!, el aroma de las especias del guiso me habrá confundido.

Andrés se olfatea los antebrazos sin notar nada, ¿tendrá Felisa la facultad de percibir sus miedos?

D. W  




  

domingo, 25 de septiembre de 2022

LES ESCUECE

 LES ESCUECE

El reloj me dice que son las cuatro y veinte de la madrugada. Llovizna con timidez  en Madrid, oigo las gotas quebrase contra el alféizar de la ventana. Me da un escalofrío y arropo mis hombros con la rebeca de punto dulce que me traje para no destemplarme en el tren. Acaba un fin de semana de gincanas emocionales. Ayer, veinticuatro de septiembre y según el cuentapasos del reloj, anduvimos diecinueve kilómetros repartidos entre los pasillos del Prado y el recorrido de dos manifestaciones. Estoy molida y casi feliz.

Anoche, al terminar frente a Las Ventas la convocatoria contra la tauromaquia que hace PACMA anualmente, decidimos tomar un taxi hasta el hotel. Justo vimos uno del que se bajaba a toda prisa una muchacha que nos dijo “no os subáis con él, refiriéndose al conductor, que es…. “, esas últimas palabras no las entendí pues justo estábamos en un semáforo y ella se alejó a toda prisa. Yo, por inercia, entré en el vehículo siendo el propio taxista quien me dijo: “pues no se ha subido esa a MI TAXI llevando un pañuelo del PACMA, ¿que se cree ? ¡YO SOY TAURINO COMO BUEN ESPAÑOL! Y esto lo decía espumarajeándo por la boca, con la mascarilla, aún obligatoria en transportes públicos, sujetándole la papada. 

Sentí una ventolera que me levantó del asiento mientras le decía: “YO TAMBIÉN SOY ANTITAURINA, así que adiós” saliendo como un cohete, Mi marido, que no se había percatado del incidente, me miraba perplejo “¿que te ha pasado?”. “¡Qué prefiero ir al centro andando!”. Cuando se lo expliqué me dio la razón y anduvimos hasta la parada de bus que nos llevó a Sol.

Ya, durante la lectura de los manifiestos, otro energúmeno spanish casposa edition infiltrado se puso a repartir improperios contra “la (puta) madre que parió a tanto antiespañol, pero la policía lo “invitó” a irse.

Aún existen mucho sádico de cubata en la mano y banderita en la muñeca que piensa que ser patriota es fumar puros y comer jamón. Que llaman, mancillando la palabra, “maestro” a un matarife, que opina que las mujeres están más apetecibles en casa con bombo incorporado que yendo a manifas. Por contra, otros estamos ciertos de que las tradiciones caducan, que no es de valientes sino de malnacidos quitar la vida a un animal a puyazos, prenderle fuego a sus cuernos tras atarle cuerdas pringadas de brea o empujarlo al mar para “ver cómo nada”. Salvajadas de siglos atrás que no corresponden a este, a ver si se enteran de una vez. Vamos, que ya se están enterando, pero su disonancia cognitiva unida a la poca empatía les ciega.

Para su desgracia aquí estamos nosotros y aunque nos insulten o pretendan humillarnos los tiempos van contra ellos. Nadie puede escapara de la evolución, excepto especímenes recalcitrantes que a la postre quedarán para la vitrina del “Museo de las aberraciones pasadas”.

Mientras, a los que nos duelen los animales no nos queda más que seguir siendo consecuentes, tener templanza “contra ira calma, contra la estulticia, sabiduría”. Y bajarnos de sus taxis, no comprar en sus negocios, boicotear todo producto que se fabrique en un pueblo cruel (léase los polvorones marca “el Toro” de Tordesillas) y demostrarles que somos mejores que ellos porque al enemigo no se le gana degradándolo, sino superándolo.

Les escuecen nuestros pañuelos verde esperanza. Pues dos y el tercero a la cabecera (de la manifestación). Seguimos. Ya falta un día menos para la ABOLICIÓN.

D. W

 

 

 

 

 


jueves, 8 de septiembre de 2022

PAUSA-DELETE-REINICIO

 PAUSA-DELETE-REINICIO 

 

Seis de la mañana del nueve de septiembre del año veintidós. Amanezco en mi casa, sobre las sábanas azulonas, suaves casi de seda por viejas y mil lavados, tan distintas de las crujientes del hotel en el que he pasado las vacaciones. Se impone la rutina, una de mis palabras queridas porque me aporta seguridad. 

He traído del viaje multitud de papeles llenos de notas; al contrario que los escritores serios que utilizan moleskines o cuadernos de buen papel para apuntar sus ideas yo lo hago, desde hace más de tres décadas, aprovechando (reciclando se dice ahora) el envés de los folios de propaganda o facturas viejas. Una vergüenza sí, como lo de gustarme las sábanas sobadas por la edad, las galletas manidas y los seres imperfectos.

De niña odiaba septiembre porque el colegio me aterraba. Después, por esas casualidades de la vida, fijé la fecha de mi boda en este mes y se me volvió amable. Treinta y cinco años, bodas de coral, celebramos este, procurándonos unos días para nosotros. Son necesarias las pausas, tanto que si una no las hace es el propio cuerpo quien pulsa el off dejándonos fuera de juego. También es recomendable borrar /tirar lo que lastre sin aportar, y esto vale para la escritura, el orden doméstico y el del alma. No importa escribir torcido, errar, pasarse de lista si después se corrige y pone en limpio.

Julio y agosto han sido infernales en doble acepción, aunque les he ganado el pulso arrancando horas para leer y garabatear bocetos para mis “Relatos Torpes”. Llega el otoño trayendo nuevos cursos, retos que mi profesora María Alcantarilla del Laboratorio de escritura de Cádiz me pone, sacando de mí recursos y habilidades desconocidas. Tengo también la promesa de un encuentro en Madrid con varios colegas del libro de cuentos que nos prologó Rosa Montero. No voy a la capital desde antes de la puñetera covid y ansío re-embrujarme por el Prado. Pondré también mi pizca de activismo Animalista. Los hados han trabado las fechas con buen tino y sobre el lomo del Ave se llega en dos horas en las que espero que el “vagón del silencio” haga honor a su nombre y me permita escribir mientras tras la ventana corre el mundo.

Si en semanas venideras os falto algún viernes a la cita, perdonadme, será solo porque me estoy actualizando para rendir más y mejor. 

Empieza el “año nuevo” a la de tres… dos… uno…

D. W




jueves, 1 de septiembre de 2022

EL RAYO ROJO

 EL RAYO ROJO

 

A la enrritación sentida por volver a la escuela se me juntó, aquel primero de septiembre, el estallido de una tormenta. Mi abuela se descomponía con el primer rayo, acordándose de cuando se vio en el tejado huyendo de la riá del año siete. Ella sacaba su cruz de Caravaca del gavetín y la desplegaba, abanicándola contra su pecho, a la vez que imploraba misericordia a la patrona de las tormentas (de paso también de la Artillería, del Cuerpo de ingenieros y de todo lo que conlleve detonaciones):

 

Santa Bárbara bendita

que en el cielo estás escrita,

con papel y agua bendita,

en el seno de la cruz,

Pater Noster

Amén, Jesús 

 

Aumentaba la protección trazando, tras la puerta calle y en el suelo, una cruz con sal más torcía que un sarmiento debido al pulso temblón. Yo iba detrás y la enderezaba empujando los granos con mis dedillos de siete años, sentándome a su lado para que los gatos no la desbarataran y acabáramos ajogáos tós por un capricho felino. Entre tanto, mi abuela continuaba con la letanía:

 

Santa Bárbara bendita,

que en el cielo estás escrita,

con papel y agua bendita,

ese rayo martillado,

que no caiga en mi tejado,

ni en los pies de mi ganado,

ni en los brazos de la cruz,

Pater Noster,

Amén Jesús.

 

Mi padre se burlaba de tales chalauras, mi madre no decía nada y yo miraba a los adultos sin comprender tantos pareceres en tan poca gente “tres españoles, cuatro opiniones”, reza un dicho.

 

Pero aquel día, cuando la tormenta descargó su rabia sobre nuestra casa, di un aullido impropio de mi garganta inquilina de perennes anginas y temblé muertecita de susto. Mi padre reprochó de malos modos a mi abuela que hiciera de mí una miedica mientras mi madre quitaba hierro contándome que ese ruido lo hacía un vecino guasón jugando al aro sobre las tejas. Fue cuando una luz roja iluminó la antesala, como un largo parpadeo luciferino. Vi el rostro de mi padre mudar de la socarronería al espanto, a los santos que el mal enyesado dibujaba en la pared querer salirse de ella y hasta los gatos encorvaron el lomo como si fueran a partirse, escondiéndose debajo de las camas. 

Poco después la ira de Dios amainó y los grandes actuaron como si no hubiera pasado nada, pero yo, protegida por la inocencia de la infancia, vi en el rayo rojo el guiño satanesco y para mi caletre le di la razón a mi abuela.

Después del susedío no volvieron a hablarse yerno y suegra. Yo me reconcomo por averiguar quién leshe es el joío vecino que da por saco los días lluviosos. Tengo mis sospechas y algún día las confirmaré cuando se descuide y deje ver sus rasgos de Demonio Pinchapapas bajo la máscara de tío perita. Cada vez que hay tormenta me asomo a ver si lo pillo, lo agarro del remate del rabo y lo despeño. Lo juro por Santa Bárbara bendita, Amén.

D. W