jueves, 25 de agosto de 2022

POR UN PUÑADO DE CÉNTIMOS (Felisa y Andrés 13)

 POR UN PUÑADO DE CÉNTIMOS (Felisa y Andrés 13)

 

Atardece el día, que ha sido caluroso, y Felisa empieza a abrir con pericia de estratega las ventanas, estableciendo corrientes de aire que higienizan la casa. Tiene puesta la radio, medio al que sigue siendo fiel porque no atonta y permite hacer otras cosas mientras se oye. Andrés está ensimismado en la lectura de un libro muy gordo y muy serio cuando una canción de Patxi Andion, de moda en su juventud, lo saca de él: 

 

Si usted quiere ser macho

le dejamos vencer

y si usted regatea

le seguimos también.

Usted salva su facha 

delante su mujer

y al final si podemos 

la engañamos también 

 

Una, dos y tres,

una, dos y tres,

lo que usted no quiera para el Rastro es

 

   —Oye, Feli, ¿te acuerdas de aquella vez en el mercadillo de “La sangre” de San Petersburgo? 

  —¿Eh? -él repite la pregunta y ella, bajando la radio y contenta porque van a echar un ratillo de conversación a costa de las batallitas vividas responde “¡Pues claro! 

 

Felisa rememora cómo paseando entre los puestos atestados de matrioskas, gorros de piel “de oso” y parafernalia soviet les llamó la atención una mujer, ya madura, que tallaba pedacitos de madera convirtiéndolos en delicados broches, regateando a la vez con una turista española. La rusa, con suavidad y manejando nuestro idioma con corrección, explicaba que era pieza única y artesanal, imposible rebajarla más, que valía treinta euros (ese mercado es proverbial por aceptar toda clase de divisas y formas de pago) y lo dejaba en veinte, por menos sería regalar su trabajo. Nuestra compatriota le soltó despectiva “en el Rastro de Madrid saco dos mejores que este por cinco euros. Mira, te doy diez o me voy” e hizo ademán de ello. Iba la mujer quizá a claudicar cuando Andrés le arrebató de las manos el broche exclamando “¡que hermosa pieza! ¿cuanto pides?”.

  —¡oiga que estaba yo en tratos! -clamó la regateadora revolviéndose.

  —Estaba, estaba, que la he visto irse. Ahora lo compro yo -y sacando la cartera formalizó el pago. “Le cobro veinte, señor, como traté con ella”. 

La tacaña se puso de papitos con Andrés. “¿Es usted tonto? sepa (y señaló a otra mujer que le acompañaba y que no dijo ni mú, seguramente avergonzada de su pareja ¡ay, a cuántos enamorados se les cae la venda durante el primer viaje juntos!) sepa que mi señora andaba encaprichada de este en particular, usted no es español sino un rojo comunista como estos bolcheviques”.

  —¡Bingo, tovarisch! -se carcajeó Andrés- mejor eso que explotar al proletario.

La cosa iba tomando mal cariz, porque ella, en su papel de “marida” vencida delante de su esposa, reaccionó como el más celtibérico de los machos intentando dar una capujana a Andrés, que logró esquivarla. Allí quedó, tirada de boca, con su señora procurando levantarla esquivando sus manotazos de soberbia en alternancia con escupitajos de futbolista mientras mascullaba “gilipollas”.

 

Felisa tiene ese broche en gran estima, será superstición, pero cuando se lo pone cree que atrae a la buena suerte. Sube el volumen de la radio, ahora suena “Lobo-hombre en París”. Sobre licántropos tienen otra anécdota, aunque ellos dos ya son de por sí bastante lunáticos.

D. W

 



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