CHIRBEANDO
Este verano está siendo una sucesión de días horrendos, como una hilera de esas urticantes orugas procesionarias que invaden los pinos y llagan la boca de los perros que se paran a olfatearlas.
Mi carácter *pesimista me hace pensar que este es el primer año del fin de la existencia tal como nuestra generación la concibe. Vivimos de prestado desde el 28 de julio, comiéndonos ya el presupuesto de 2023 (buscad en Google “sobrecapacidad de la Tierra”); pronto hasta las hormigas seremos cigarras.
Como buena introvertida desde muy chica aprendí a abstraerme de lo que me disgustaba (ir al colegio, las monjas, confesarme, besar a los parientes) escondiéndome en un libro. “No hay niña” decía mi abuela al verme en cuerpo, que no en alma, sentada en el escaloncillo de la puerta, parapetada tras el biombo de un cuento abierto.
No supe lo que era viajar hasta cumplidos los cuarenta (exceptuando la luna de miel) pero comprobé, cuando pude hacerlo, que ya conocía en cierto modo cada destino. Experimentaba déjà vu ante monumentos, calles, cuadros… vislumbrados en tantos relatos de viajes que había creído escritos exclusivamente para mí.
Hace unas semanas encontré en una tienda de libros de lance, “Mediterráneos” del escritor valenciano Rafael Chirbes. Se trata de una selección de artículos sobre ciudades-matronas orilladas por el Mare Nostrum, que es uno, pero es legión. El autor escribió durante quince años reseñas mensuales de viaje para la revista “Sobremesa”. Saltaba de un país a otro y entregaba los artículos para ser consumidos con la frivolidad propia de la prensa que, como algunas mariposas, vive un solo día. Está claro que la genialidad y el dominio del lenguaje de Chirbes, que se explaya en deliciosas descripciones barrocas sazonadas con el más puro lirismo modernista, no merecía este destino. Él mismo recopiló las ciudades que le fueron más cercanas. Algunos de estos destinos me son conocidos, la mayoría no, pero en este verano sórdido de tensión baja y alto voltaje vital, he podido visitar chirbeando.
Al vero lector un libro le lleva a otro libro. En el prólogo menta Chirbes a Braudel que también escribió sobre el “Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II” y dice de él “También los libros, como los mares, están cruzados por caminos que hay que aprender, si no, uno puede encallar o extraviarse en ellos”. Viajar por vacaciones es tarea lúdica, pero muy seria y un privilegio, aunque demasiados no lo aprecien.
Estoy leyendo mucho (¡nunca todo lo que quisiera!) y de todo en estas semanas en las que la atmósfera arde. Textos aconsejados en los talleres que sigo, poesía entreverada con ensayo, clásicos pendientes y novelas paridas por amigas que me bebo encantada. A veces, en mi rebusque compulsivo, me encuentro un diamante inesperado, como este “Mediterráneos” y me hago un crucero mental (los físicos los detesto, jamás haré ninguno) por Creta, Roma, Estambul, Venecia, El Cairo, Lyon, Marsella, Alejandría, Denia, Benidorm…
Cuando viajo prefiero creer que no soy turista sino una relectora de trayectos hechos por los que pisaron esas sendas antes que yo. Voy advertida que debo dosificar la belleza para no enfermar (Stendhal) y visitar los cementerios (Eco) pues las ciudades de los muertos se conforman a semejanza de las de los vivos.
Llegará septiembre y traerá lo que traiga, pero no me podrá quitar lo leío.
D. W
*Según el premio Nobel de literatura José Saramago “los pesimistas son los únicos que pueden cambiar el mundo porque los optimistas están encantados con lo que hay”.
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