ANIMALADAS
Deja la pancarta en el garaje, aún embravecida por la euforia que experimenta tras cada acción. Es una catarsis salir a la calle, desgañitarse, la tortura no es cultura, pintarse la cara, ¡mírame!, formar parte de un grupo que lucha por los mismos ideales.
Al llegar arriba sus perros la saludan como si hubieran estado pensando que no iba a volver. Les rasca el lomo dirigiéndose a cada uno por su nombre y se contonean de gusto. Ahora toca pasearlos y van felices, olisqueando el camino, dando carreras que acaban rodeándola en círculos mientras esperan que le arroje la pelota una y otra vez, igual que niños que piden ver siempre la misma película.
Cansada, mientras los perros saborean su cena y ella una infusión, se sienta frente a la tele y busca los noticiarios. Ninguno dedica más de cinco segundos a comentar la manifestación y además le restan participantes. Se irrita, aunque debería estar acostumbrada porque es lo habitual, luego diréis que somos cinco o seis. Respira hondo y como le aconsejó una amiga yogui, se va mentalmente a un bosque en las Highland, donde el agua murmura encantamientos y crece un tipo de musgo que solo prospera sin contaminación. Dicen que las hadas rellenan sus almohadas con él.
Pese al lento avance del Movimiento, seguirán las acciones, aquí estamos y no nos achantamos. Ella tiene claro en qué guerra gasta su munición desde que un atasco puso su coche tras un camión cargado de animales para consumo; criaturas que veían el sol, por primera y última vez en su vida, a través de las rendijas del toldo. Solo la muerte será capaz de borrar esa imagen que le enseñó cuánto hay que temerle a la injusticia. No los comamos, son nuestros hermanos.
Mañana acudirá al Refugio donde echa una mano a tantas patas necesitadas. A veces la acompañan sus hijos trocándose el vínculo filial en camaradería; le enorgullece haberlos criado en el amor al débil, aunque le consta por carne propia que esa filosofía complica sus vidas, maltrato animal al código penal.
Quita el volumen a la televisión convirtiendo a sus inquilinos en gesticulantes actores de cine mudo. La luz de la pantalla, como única fuente luminosa del cuarto, le gusta por ser cambiante y caprichosa. A su amparo se permite retroceder en el tiempo y perdonarse las malas decisiones que a veces la asaltan disfrazadas de culpa. La vida es lucha, desde batallar para abrir la tapadera de un tarro hasta ir burlando a la muerte. No descansaremos hasta que lo logremos.
Ante el espejo deshace las pinturas de su rostro, formando con los trozos de algodón un puzzle de facciones derretidas. No reza, pero desea que su cuerpo se vuelva de goma para estirarlo y aportar más, sé que es justo esto por lo qué lucho.
Después, se cuela en un camisón que huele a limpio y abre el indispensable libro con curiosidad de Pandora. Hoy fue guerrera, pero nunca deja de ser aprendiz.
La almohada carece del relleno mágico; aun así, no tarda en conciliar el sueño.
D. W
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