LO QUE NO SABES
Se siente femenina cuando el cañón de luz enfoca su figura, perfilando su esbeltez sobre un fondo decadente. Baja las escaleras con sabiduría de supervedette y se dirige al público, jugueteando con los hombres. A este le pasa el dedo por la barbilla para cerrarle la boca pasmada. Al otro le manosea la corbata ¡ay, la tienes doblada, machote! El respetable aúlla.
En la apoteosis se sienta en las rodillas del que aplaude más. Y le ve la cara. Salta como si el regazo masculino pinchara. Se repone, sube al escenario y, dando la espalda al mundo, desabrocha el sujetador de lentejuelas que cae sobre las tablas a la par que el telón.
En esta casa se almuerza a las dos, sin excusas. Yo trabajo de noche y aquí estoy.
El hombre del bigote fino no alza nunca la voz. Rubrica sus frases con una mirada fría que lo hace innecesario. Su mujer, aun llevando la fuente humeante en las manos, se desvía hacia el pasillo y murmura ante una puerta: Pedro, hijo, que vamos a comer.
El joven aparece justo en el momento en que su madre sirve el guiso. Le dan bascas los trozos de ternera, sonrosados por dentro, y se concentra en chafar los guisantes y deshojar las alcachofas.
Del televisor salen palabras que acaban arremolinadas ante la ventana, arañando los burletes que las impiden salir, oscureciendo la habitación al ennegrecerse, igual que la plata ante el sol.
El hombre del bigote fino empuja su plato a medio terminar con un mohín de desagrado. Ella le interroga con los ojos. Está bueno, mujer, solo que se me ha quitado el apetito. Por la pantalla desfilan carrozas de fantasía repletas de plumas y abalorios. Hombres y mujeres, que no lo son de la forma en que deberían serlo, proclaman sobre ellas el Orgullo de ser invertidos profanando la divina promesa del arcoíris.
Yo los respeto, pero los vicios deben quedar en privado. Pellizca el botón rojo del mando, siempre a sus órdenes, y las imágenes desaparecen dejando vacío el rectángulo negro.
Ninguno de los otros dos protesta. El hijo come deprisa, quiere acabar cuanto antes ¿puedo irme a mi cuarto?Tengo mucho que estudiar.
Asiente el padre y enciende un cigarrillo. Tras un par de caladas hunde la incandescencia en un trozo de zanahoria, produciendo un siseo que parece un gemido.
Se quita la peluca antes de llegar al camerino, allí deja caer el cuerpo en la silla rotulada con su nombre artístico, Perla Marvel, frente al espejo enmarcado por la serie de fotos de su maquillaje transformador. Vanessa de Fresa se apercibe de su nerviosismo: ¿has visto un fantasma, nena? y le acerca una cajita que saca de su corpiño para que tome de ella una gragea rosa. Perla la rechaza.
—Tú misma, chica. Es normal estar atacado el día del debut.
De Fresa se da el último toque, recomponiendo la pechera. Unta saliva en una incipiente carrera de la media de encaje, ya la aprovecho hoy, y sale a escena meneando las estrechas caderas, ahora redondeadas por el relleno de gel.
También se sentará sobre los muslos del hombre que aplaude más, el dadivoso espectador fijo del bigote fino.
D. W