VisiBiliz-arte VI, antología de relatos en torno a la mujer dirigida por Esther Tauroni.
MUJER Y CÁNONES DE BELLEZA
OBRA DESIGINADA: “María Antonieta en vestido de corte” por Élizabeth Vigée Le Brun (1778)
AUTORA: Dela Uvedoble
MÁS ES MÁS
Alborea cuando monsieur Leonhard, peluquero personal de María Antonieta, se encasqueta la peluca con la pericia propia de su oficio y manda cargar tres cajas lacadas al carruaje. Debe estar en presencia de la reina nada más esta despache su frugal desayuno.
Ella lo recibe envuelta en un batón de seda protegido por un amplio peinador. Él la saluda inclinándose hasta barrer el suelo con el tupé.
—¿Como se siente hoy su majestad?
—Ansiosa. Pasada la cuarentena de mi tercer parto preparo mi rentrée en la corte.
—Hagamos entonces algo inolvidable.
—¡Como me comprendes, querido!
El maestro procede a elaborar el peinado pouf. Desenreda el cabello untándole pomadas grasas y cepillándolo. Luego carda y anuda extensiones de pelo natural al de la soberana, aplicando un endurecedor a base de clara de huevo. Enrosca los mechones sobre un soporte de alambre almohadillado que mide ochenta centímetros de altura y lo espolvorea con harina de arroz. Unos días antes aplicó agua de Jabel, un producto novedoso que aclara el pelo, algunos le llaman lejía, pero es más sugerente el primer nombre.
Las pelucas quedan para ocultar la calvicie masculina, como la del desapasionado Luis XVI. Bajo ellas los nobles esconden pelambreras llenas de piojos y no pocas veces, filetes sanguinolentos para atraparlos.
Las damas en cambio, deben exhibir su auténtico cabello, aunque no hay normas que digan que no se pueda hacer trampas.
Salen de las cajas un sinfín de accesorios para enriquecer el peinado, es ley que nadie luzca más adornos que la monarca. Entre ambos y sus más íntimas damas deciden que el tocado del día sean pequeños diamantes dispersos y un nido que albergue tres polluelos, representación de la reciente maternidad. Todas aplauden el resultado.
—Monsieur ¡es espléndido! -y lo besa tres veces en las mejillas pues un buen peluquero es como un padre benefactor.
Pese al miedo que toda persona sensata debe tenerle al agua, pues en ella flotan las miasmas de la peste, Antonieta se lava las piernas todos los días, más aún después de volver del Hameau de la Reine, una aldea en miniatura regalo de su esposo, copia de las verdaderas, aunque las cabañas por dentro son lujosas. Allí lleva a sus hijos, enseñándoles lo bucólico de la vida campestre, pero obviando la dureza en la que malvive el campesinado.
Una vez al mes toma baños en dos tinas, una de enjabone y otra de enjuague con leche de cabra para mantener la claridad de la piel. En el agua se disponen sacos llenos de malvavisco, almendras dulces y avena. Se dice que una hechicera vendió a la reina por una alta suma la receta de un ungüento con sangre de paloma y lino que tersa el vientre, los pechos y el rostro.
María Antonieta descansa después en un coqueto lecho dispuesto en la sala de aseo. No es para menos tras el esfuerzo realizado.
Ella, aun bendecida con una piel hermosa, la blanquea con solimán, un preparado de mercurio. Luegoempolva su rostro con blanc de céruse, astringente, aunque tóxico y deja que las damas de mejor pulso retoquen con carboncillo sus cejas, tracen finas venas con lápiz azul para crear ilusión de tez transparente y pinten su boca con carmín, exagerando el puente del labio superior para convertirla en capullo de rosa. El colorete, que se vende dispuesto en servilletas y proviene del minio, se extiende en triángulo desde las orejas hasta la nariz. Sin embargo, son los hombres los que más se maquillan, estampando en sus mofletes redondelas de un rojo exagerado.
Se termina la toilette eligiendo lunares de terciopelo llamados mouches (moscas) que se adhieren con un fuerte pegamento a cara y escote. Es más que una picardía pues ocultan los hoyos del acné o la viruela. Las mujeres deben tener un cutis perfecto que pregone un alma pura.
El perfume, en una corte en la que huele a orines, es esencial. Son casi veinte mil almas residiendo en Versalles, y aunque se dispone de trescientas cincuenta chaises percèes (sillas perforadas para defecar) son insuficientes así que los varones orinan en el patio y las damas llevan consigo una palangana portátil que camuflan en un libro falso titulado: Viaje a los Países Bajos. Después se tira por doquier, traspasando la tierra y filtrándose a las aguas, de ahí que se prefiera beber cerveza o vino.
La reina desdeña los platos recios, prefiere las golosinas, aunque debe tomar caldo de gallina en el que se haya hervido además una herradura vieja. Dicen las comadronas que ayuda a criar la sangre perdida en el parto. Los cocineros inventan postres que ella picotea. Sus damas la imitan, pero hartas de dulce se guardan en el escote, cuando van al huerto real, puñados de guisantes para saborearlos en privacidad, frescos son un lujo reservado a la nobleza.
Dos veces por semana se encierra a solas con Mademoiselle Bertín, la más reputada costurera de Francia, que aparece en palacio con tres pesados baúles. Juntas traman los modelos que lucirá en las próximas jornadas, una soberana jamás repite traje ni medias de las que se cambia tres y cuatro veces al día. Las tiene en más de cincuenta tonos bautizados con nombres como vientre de cierva, viuda reciente o fóllame querido.
Tiene Antonieta que volver a meterse en estrechos corpiños tras pasar meses con los vestidos sueltos llamados inocente, que disimulan el embarazo. Modistas y sastres son arquitectos que mediante borra y armazones rellenan pantorrillas o yerguen hombros caídos, tanto en hombres como en mujeres. Es una corte de apariencias llevadas al extremo de sacrificar comodidad y salud.
Bastantes damas han intentado sobornar a la Bertín para estrenar un modelo antes que la reina, pero nunca cede, mataría a la gallina de los huevos de oro. Se dice que la soberana no va a la moda, sino que es la moda. El poderío de Francia se demuestra en la apariencia de su reina, cuya artillería consiste en la riqueza que porte sobre sí.
Los vestidos cada vez son más aparatosos, con trenes (colas) de hasta doce metros, más por protocolo de estado que por desmesura de Antonieta que prefiere ligeros vestidos de muselina blanca y así se hizo retratar por la pintora Élizabeth Vigèe Le Brun en uno de los más de veinte cuadros que pintaría de ella y sus hijos. Los cortesanos se escandalizaron ante tanta sobriedad, por esto los demás retratos oficiales fueron suntuosos.
Élizabeth, que contaba la misma edad que su regia modelo, estableció con ella una gran complicidad llegando, pocos años después, a llorar con amargura su muerte.
Cuentan que María Antonieta encaneció durante su encarcelamiento, sin desdeñar las zozobras y penas sufridas el hecho se explica por la ausencia de monsieur Leonhard y sus potingues.
*Salgo del relato para leerlo en perspectiva de alzado y concluyo que tan aterrador resulta embadurnarse con mercurio como dejar de comer para caber en una talla XS. Cambian los tiempos, pero la obligación social de asemejarse al cannon de belleza permanece.
Dela Uvedoble
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