EL RETRATO (1915)
Un revuelo de golondrinas con faldas conmueve la casa-vecino (fijarse en el matiz que no es lo mismo que decir corralón, musho cuidaíto) desde hace dos días. Se cristiana el primer retoño de los dueños y después darán una merienda de postín. No tó los días se ejercita el bigote de gorra. Pero lo menjó de lo menjó, sobre tó para las mocitas, es que han requerido a un fotógrafo para que inmortalice el acontecimiento.
Es una foto anunciada con tiempo; así el mujerío puede rizarse las greñas, planchar la pechera pliseá y desempeñar el mantoncillo bordáo.
Verse en un retrato no es lo mismo que en un espejo. Lo malo es que si te pilla en el inte y sales desbaratá no hay arreglo. Si acudes al gabinete del retratista sí que te apaña la afoto y hasta la ilumina inventándose los colores del vestío y del pelo, avivándote como claveles reventones los carrillos y el hocico si fuera menester, quedando tan peripuesta como las artistas que salen en las postales, pero eso, mire osté, cuesta un perraje. De ahí que regalar una foto es seña de que se tiene en buena estima al que la recibe.
—Pepa, ¿me empresta la falda que está alfombrá en los cuadriles?
—¿De ahonde tas sacáo tú semejante embuste?, a mi no me hace farta relleno ni mijita ¡toca, toca! -reta, pellizcándose las redondeces. Mirando a su amiga, más escurría que una pintarroja, le devuelve el puyazo- Sea, pero de cintura lo mesmo te quéa chica.
— Ya me apretaré el corsé.
—Po si eso… tú me corresponde aflojando el abanico de náca.
—¡Uy, ese no lo suerta mi madre ni que le den con pan caliente!
Se preparan las mozuelas para lucir guapas, frotándose la cara con agua de rosas, encargá en la botica, para dar frescura al cutis. Sacan brillo a las botitas abotonás de blanco piqué, que hacen un pie primoroso, no en balde la andaluza tiene fama de ir siempre bien calzá. Los hombres golosean. Se les van los ojos trepando por la puntera acharolada, imaginando el fino tobillo, la jugosa pantorrilla enfundada en media de seda que una liga retensá por cinta de raso recoge temblorosa por encima de las corvas. De ahí pá arriba todo es dicha, pecado y el Edén, pero ese frondoso jardín se guarda celosamente, solo se enguispa en las postales verdes. O, como está mandáo, después de que el cura largue las bendiciones, con las pístolas de san Pablo requetereleías.
¡Ay qué gusanillo corre por dentro, madre! Llega el momento de posar. El retratista las organiza a la contraque un batallón, oséase, las más zangonas detrás y las má recortaíllas, delante. Todas se han perfumado comprando en la droguería dos gordas de colonia de nardos con la que se aplacaron el pelo y sahumaron puños y dobladillos. Las madres se ríen “¡vaya chalaura, si el oló no se ve!”. Pero las niñas se sienten más guapas goliendo a gloria. Como las enaguas, que van por dentro, pero gusta sentirlas bonitas y almidonás para que se escuchen.
Llevan un rato acalambrás por la postura y el tío que no tira la placa. La mamá primeriza barrunta por cómo entresaca los labios el infante, que se está despertando y se va a poner a berrear reclamando su rancho. La Juana está de guardia en la mesa de la convía para que no haya asalto y las modelos se queden caninas. A ella le dan repelús las fotos. Su marío es chamarilero y está acostumbrá a ver como cuando la gente, qué al igual que a ella el diablo no la ha dáo má que sobrinos varones, espicha, estos venden los retratos por lo que les den por el marco. Y ella no quiere que su jeta siga roando una vez que se la hayan comido los gusanos.
—¡Enga señoritas, que va a salí el pajarito!
En ese momento, el Marmolillo, que haciendo gala del nombre va tó tajáo, irrumpe en tromba y se para delante de la cámara como hipnotizáo por el artefacto ciclópeo; los ojos abrotoláos por el exceso de alpiste, las piernas abiertas, abarcando terreno pá no caerse, meciéndose más que la cuna del neófito o un tentetieso. En esa estamos cuando blande la chaqueta que lleva jecha un guiñapo y le espeta: ¡ey, toro!
Al fotografo le hace maldita gracia que lo confunda con un Murube y le endiña un relampagazo que casi lo vuelve a sus luces de haberlas tenido alguna vez.
—¡Me cago en dié, qué má dejáo siego el ioputa!
El fotógrafo le increpa, “¿pero no ve, malaje, que ma hecho una saborición?, ¿a mí quíen me paga esta placa?
El intruso metepata, con la túnica que lleva y ciego por el lamparaso, se pone farruco.
Vienen los llantos, los amagos de pelea y guantazos. ¡Amo a vé, amo a vé si no vá a vé que avisá a la autoriá! Al final la cosa se apaña gracias al padrino, que se ofrece a sufragá otro cliché.
Se recompone el grupo de revoltosas, dándose salivazos con los déos unas a otras para aplacar los pelos espaventaos por la coyuntura.
—¡Quietos paráos! -pasan más de un minuto aguantando la respiración, cosa que tiene mérito para una de las vecinas que hace poco padeció una alferecía y le cuesta trabajo guardá la postura. “Ya”. Resoplido general y palmas. Aún tardarán lo meno un mes en ver como han salío, pero están más contentas que niño con caramelo.
Al Marmolillo lo encierran en su casa. Va con diarrea verbal hasta que lo tumba la mona y allí se quéa,durmiéndola. Hubiese estado bonito que largara los quitapenas trasegáos, aguándole al público las ganas de merendar. Bueno, eso no, pero habrían tenido que baldear el patio y mancharse el ruedo de las faldas.
El nuevo cristiano mama con ansía ajeno a todo. Sale a la puerta calle el padrino ante el clamor de la chavalería, que reclaman las perrillas a pagar por cada rorro pasado por agua.
“Padrino Lagarto
eche osté los cuartos
no los gaste en vino
no sea osté cochino”
El fotógrafo da de mano, recoge sus bártulos y enfila para su casa no sin antes comulgar, pá bajarse el sofocón, con tres redondelas de salchichón de Málaga empujás con Lágrima Christi.
D. W