€UROTIZANDO
Apartas, rasgándolo con afán de gata, el fino papel que envuelve el sostén y el culotte en los que han mandado bordar tu nombre con esquirlas de diamantes. El satén burdeos te procura embriaguez de vino y la blonda espumosa endulza la curvatura de las areolas y los labios lampiños.
Desnuda, con las dos prendas sobre los muslos, te conectas con tu esclavo a través de la pantalla.
—Buenas noches Ama, ¿es de tu agrado el tributo?
—Podría estar mejor, debes esforzarte más.
—Dos mil trescientos euros, Ama. Me he corrido nada más leer las cuatro cifras de la factura.
—¿Ah, si, cerdito?, pues ahora, si quieres vérmelo puesto, deberás comprarme un liguero a juego.
—Lo que mandes, Ama.
—¡Que te den!
Cortas el zoom e inicias sesión con otro pagafantas. Mientras haya hombres (o mujeres) deseosos de que les aligeres el bolsillo seguirás siendo Domina Financiera, Ama F para tus obreros. A ellos les €urotiza que una mujer los manipule, aunque nunca lo consentirían en una relación real. Tú eres la fantasía que adornan como a una Virgen barroca. Y no tienes que acostarte con ellos, ni siquiera conocerlos en persona. Es la nueva prostitución blanca postPandemia.
Conoces tu oficio. No sólo hay que gastar una 110E de senos y tener el culo prieto. Se necesita inteligencia para desbravar a los que hacen obscenas fortunas sin esfuerzo. Vacíos de tener solo dinero te requieren para aliviar su conciencia; no les basta con las escandalosas donaciones limosneras. Debe ser algo clandestino e inconfesable, al cabo, son masocas que gozan con latigazos a la cartera, pulcros parafílicos a los que les repugnan las lluvias doradas y los escupitajos. Su morboso placer se satisface plegándose al capricho de que les controles los ingresos, que decidas si subsistirán mañana o no. Y tú sabes hacer eso, ¡oh sí, y cómo!
Recreas la pantomima de fumar un cigarrillo alejado de tu rostro por veinticinco centímetros de boquilla marfileña, ofrenda fetiche de uno de tus súbditos. Fue un regalo del Aga Khan a Rita Hayworth para conquistarla. Tu esclavo, un insípido guarda del museo que la custodiaba, la robó solo para verla humedecida por tus flujos. Al pobre diablo satisfacer el deseo le costó el puesto. No te dio ninguna pena, él disfrutó siendo vejado por tu causa.
Un nuevo candidato pide permiso para pertenecerte. Estudias su perfil, es mileurista. A estos se les puedes sacar poco que en su caso es todo; el truco para que rindan es tener varios, darles caña y deshacerse de ellos en cuanto te hagan perder el tiempo. Suelen ser los mejores; se entregan sin reservas, henchidos de vanidad por poder satisfacer las demandas de una mujer inalcanzable.
Cubres la cámara, no ha mandado aún el tributo. Es la primera condición para que te dignes a hablarles.
—Disculpa mi torpeza, Ama F, te envío un bizoom.
El móvil de última generación vibra y la pantalla dice que Sumiso 27 te ha ingresado cien euros.
—La calderilla no me interesas, loser -y haces amago de cortar la conexión.
—¡Perdón, Domina!, para compensar la falta te suplico que aceptes el número de mi cuenta y las claves para que dispongas de todo cuanto poseo.
Sonríes al recibir la información y el consentimiento del pacto, firmado de forma conveniente. A golpe de dedo lo desangras. Solo le dejas quince euros.
—Este mes vas a comer mierda de paloma, pringáo -le dices mientras despejas el objetivo y te abres de piernas a la altura de sus ojos durante siete segundos susurrándole: “acabas de costear un aperitivo con ostras y champán para mí y dos amigos”.
Antes de cortar oyes como Sumiso 27 experimenta el orgasmo más brutal de toda su grisúlea vida.
D. W
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