lunes, 6 de diciembre de 2021

BABAS

  

BABAS

La acechaba desde el primer instante que pisó las oficinas y supo arreglárselas para coincidir con ella en el minúsculo ascensor. Era tan chaparro que la nariz le quedaba a la altura del canalillo y se acercó tanto que casi bucea en él. La incomodidad de la muchacha fue tal que ya utiliza siempre las escaleras.

Aunque no trabajan en el mismo departamento él se las compone para encontrarse en la máquina de café o chocar accidentalmente tras volver una esquina.

 

Llega diciembre trayendo consigo el compromiso de besarse bajo el muérdago y las cenas de empresa, hábitats excelentes para confraternizar.

Rectángulos color crema indican en letra inglesa los puestos a ocupar por los comensales. Los psicólogos del emporio deciden que es más enriquecedor mezclar empleados y barajan los grupos de trabajadores cuales naipes. Por casualidad o mano negra el baboso cae a su lado.

   —¡Estupendo, preciosa!, conocerse es quererse.

Ella se atiesa, deseándole que se ahogue con un hueso de aceituna. Él le ofrece ostras y mariscos con mimo pegajoso.

   —¿Te pelo una cigalita?

   —No, gracias, soy vegetariana.

   —Vaya, ¿ostras tampoco comes? eso es que no las has probado, -y pasa la lengua por el molusco que se contrae en espasmos, martirizado por el limón y el Tabasco. Acaba la tortura succionándolo con ansias de aspiradora industrial. El jugo le resbala por el chato mentón hasta la pajarita anaranjada, arruinando el moaré.

   —Así… así se saborean. Tú, como eres de lo verde, preferirás los pepinos ¿no? -solo él ríe su estúpida broma creyéndose Grey. A ella le dan ganas de darle cincuenta bofetadas y quitarle la mala sombra.

 

En Navidad los deseos se cumplen. La mano femenina trastea en su entrepierna y la sorpresa lo eleva a tal éxtasis que ni siquiera se percata de que lo llaman para recoger el detalle que, por adulador, la empresa tiene a bien otorgarle. 

Lo saca del trance, al señalarlo, el cañón de iluminación. Deslumbrado, estira las perneras y trastabillando intenta erguirse.

Estallan las carcajadas. La cruda luz arranca brillos coralinos a las pinzas de las cigalas que asoman por los bolsillos del pantalón.

  —¡Traedle un táper! -se oye decir a alguien-

D. W



 

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