jueves, 30 de diciembre de 2021

NOCHEVIEJA-JA

 NOCHEVIEJA-JA

  —Si tuviera ganas de broma diría que se ha ido de cotillón. 

  —¡Pero, si jamas ha salido de casa! 

  —Desde luego por pulsión sexual no ha sido, Aivanjou lleva años castrado.

A Felisa y Andrés se les ha escapado su gato, un camastrón romano de ocho kilos que dormita dieciséis horas al día. Parece imposible, pero en la casa no está, la han recorrido docenas de veces haciendo crujir el envase de las galletas por las que se pirra y no aparece

  —Pues yo no voy a cenar a ninguna parte hasta que no regrese -dice Felisa-

  —Ni yo -coincide Andrés y se pone a buscar fotos de Aivanjou para hacer carteles y pegarlos en cada esquina de la urbanización. Añade que se ofrece recompensa, el dinero a veces es la única palanca que empuja a la solidaridad. 

 

Cae la noche sin novedad y los vecinos, cansados de llamar a gritos al mínimo como Marlon Brando a Estela, se retiran de la batida con la excusa de las uvas que funcionan hoy de coartada perfecta. Andrés y Felisa, en vez de meterse dentro del smoking y el vestido festivo, se acurrucan dentro de sendos chándales y calzan botas cómodas, aunque no de siete leguas. Se meten en el coche provistos de linterna, latitas, transportín, mantas y una cesta con agua y víveres. Pareciera que van de misión a Irak si no les faltase el frontal de infrarrojos, y reemprenden la búsqueda.

Van despacio, con las ventanillas abiertas por las que sale el nombre del gato como flecha que busque diana. Son las once de la noche, ambos tienen la nariz roja y la bufanda humedecida y no solo por el frio. Andrés se contiene, pero Felisa llora a moco suelto. Crió a Aivanjou a biberón cuando lo encontraron tirado cerca de un riachuelo, con el cordón umbilical aún arraigado. Para ella es su niño y no se perdona haber dejado sin echar el mosquitero de la terraza por la que debió haber salido.

  —Anda, cariño, -hoy el diminutivo rebosa ídem- vamos a comer algo que desde el desayuno no metemos nada en el cuerpo. 

Ella asiente porque se encuentra algo mareada y sin ganas saca dos envoltorios plateados. Crepita el papel de aluminio mientras alumbra los sándwiches de pavo loncheado fino. Un maullido lastimero se superpone al ruido. Es Aivanjou que sale de debajo del asiento trasero con cara de sueño y pelusas en el bigote.

  —¡Joío gato, has estado ahí todo el tiempo!

El animal salta al regazo de su ama y lame en alternancia cara y embutido. Suben las ventanillas con rapidez y entre los dos achuchan y besan al güevon como al hijo pródigo.

  —Ea, pues ya nos dio la noche.

  —Te mataría, Aivanjuecito -y volviéndose al marido le espeta: “¡no vuelvas a dejarte jamás la ventanilla del coche abierta!”

    —No, si tendré yo la culpa. -Se hace un silencio solo roto por el ronroneo del felino que se ha zampado el pavo de los dos bocatas- Ahora podríamos estar en un hotel de cinco estrellas despidiendo el año.

Felisa le da un beso y rememora: “¿te acuerdas de nuestra primera Nochevieja juntos? también la pasamos en un coche, el mío de soltera. No tenías dinero para invitarme a un hotel y no consentiste que lo pagara yo. Nos tomamos las uvas y después saltamos de un año a otro mientras hacíamos el amor y malabarismos en los sillones de atrás.

A él se le humedecen otra vez los ojos, se los seca de un mangotazo y conduce hasta una gasolinera. Allí saca de una máquina expendedora dos paquetitos de frutos secos y vuelve al coche. 

Siguen por el móvil la retransmisión de las campanadas en una cadena en la que no sale la muchacha sin bragas para que Felisa no se ponga celosa y se toman por cada golpe de reloj un kiko, una avellana o una pasa. Así, como los días venideros que no se sabe que regusto traerán. 

Después se van al asiento de atrás y se hacen carantoñas ante la mirada gris verdosa del gato, pero lo piensan bien y se vuelven a rematar la faena a casa, sobre el colchón multielástico especial artrosis con tiras anti- lumbalgia.

Mientras, Aivanjou se lame con fruición bajo el rabo.

D. W

 


  

 

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

ANDE, ANDE, ANDE

 ANDE, ANDE, ANDE (Felisa y Andrés en Nochebuena)

   —Hay que ver las horas que son y aún no han traído los menús que encargué, ¿Andrés, por qué no llamas a ver qué pasa?

El invocado, ajeno a las celebraciones navideñas, se ocupa solo de lo que le manda su mujer: elegir los vinos, descorchar el champán y hacer los encargos.

   —Tendrán un follón grande con tanto reparto, pero voy a preguntar.

Cuando cuelga el teléfono está blanco como un mimo. Va hacia su mujer, que está sacando brillo a las copas, insatisfecha de como las ha dejado Sonia, su muchacha. No le sale la voz; carraspea. Al fin, vomita la frase como un extintor la espuma: “semeolvidóhacerelpedido”. Ella se gira riéndose, “anda, marido, que no son Los Santos Inocentes”.

  —Cariño -usa el apelativo escudo- no bromeo.

El trapo de hilo blanco le cede los chirridos a ella: “¡que somos trece personas, ¡trece!, ¿que les damos de comer? Ya sabía yo que el numerito traería mal fario” -lloriqueando suelta: “¿como me has hecho esto, Andrés? no te lo perdonaré en la vida!”

Él piensa que la existencia es muy larga y la memoria frágil e intenta convencerla de que ya se apañarán. Aún quedan seis horas para la cena.

   —¡Los vamos a sacar de sus casas para que cenen un picnic! 

  —La Navidad no va de trasegar cosas caras sino de reunirse y disfrutarnos.

  —¡Díselo a mi hermano y concuñados! y encima Sonia libra hoy!  

  —¡Faltaría más, Felisa!

  —No, si yo no digo nada…

Andrés va al frigorífico y lo encuentra lleno de yogures anticolesterol, paquetes de ensalada que se aburren y un sinnúmero de botellas enfriándose. Recuenta las conservas y descubre en la despensa una talega llena de pan duro. Felisa exclama: 

  —¡Vaya, no eres tú el único despistado! -mira con intención (mala) al marido- Sonia se lo lleva para sus gallinas.

  —Su distracción será nuestro primero. Prepararé lo que comíamos en mi casa en estas fechas.

La mujer cree que le va a dar una apoplejía, desplomándose en el taburete de picar papas. “Me voy a llegar a la tienda de Manolo” y dejándola en shock, Andrés se mete en el abrigo y en el coche. Vivir en una bucólica urbanización a cincuenta kilómetros del pueblecito más cercano es lo que tiene.

 

Mientras, Felisa se toma siete valerianas y llama a su cuñada, contándole la desgracia y que no espere ninguna floritura para conmemorar el nacimiento del Señor. 

 

Los invitados se encuentran con un aperitivo clásico a base de aceitunas, queso con membrillo, almendras fritas, embutidos y conchitas de ensaladilla rusa con regañás. Felisa se muere de la vergüenza, pero nadie se queja y pican relamiéndose.

Los maimones, esas sopas de ajo tan malagueñas, son un descubrimiento. Todos felicitan al cocinero que ha expiado su falta pasando la tarde en la cocina. Le aplauden como a un estrello Michelin por las papas fritas con huevos rotos, más sabrosos que los de Lucio, el célebre mesonero por cuyos ídem suspira hasta el rey. Jamás hasta ahora esos platos de La Cartuja, que costaron tres sueldos, habían sido acariciados con el rebañeo.

De postre ha dispuesto unas rodajas de piña espolvoreadas con azúcar y moscatel y unas rosquillas hechas por la mujer del tendero.

Los sobrinos disfrutan descubriendo los sabores de la exótica cena. Es la primera Nochebuena que no apechugan con canapés desbaratados, langosta chiclosa u otras viandas globalizadas que llegan en bandejas de aluminio.

 

Cuando los convidados se despiden dejan al matrimonio poniendo lavavajillas. Hay sartenes y ollas de las que Felisa no conocía la existencia. 

  —Ves, mujer, como todo tiene arreglo, además podríamos donar el dinero ahorrado en los menús al “Comedor Solidario”.

  —¡Ande, ande, ande usted, Charrán! me parece muy bien, pero que te conste que nunca olvidaré este bendito olvido -y le alborota el pelo rojizo- perdóneme el Niño Jesús la redundancia. 

D. W



 

 

 

 

 

 

 

 

  

sábado, 18 de diciembre de 2021

DESGRANANDO

 DESGRANANDO 

Hinco la uña en el costado de la vaina, rajándola, y se desangra en verde. Los chícharos hacen un ruido blando al caer a la fuente, naranja y brillante, que los despersonaliza, convirtiendo su individualidad en hueste. 

Hago estos menudeos de cocina frente al televisor. Pongo la cadena al azar. Es solo para no olvidar de la forma en que florecen las palabras en las bocas.

Mis ventanas son teles en pausa, a veces las cruza un perro o un hombre, pero raudos, no igual que una mosca que se para en la pantalla, se idiotiza con sus colores o su calor y acaba defecando sobre ella. Parece mentira que tenga todavía capacidad de horrorizarme, imposible digerir la leche agria, la mala leche que se ha vuelto una constante. 

Acaramelo cebollas y le añado la legumbre, emborrachándolas con Oporto. 

Entramos en ebullición la menestra y yo, con la diferencia de que ella no puede (los chícharos no pueden) evitar que los escalden, pero yo tengo el mando y escojo cuando retirarme del fuego.

Aparto ya el guiso. Que nadie me diga que debí alargar el tiempo de cocción.

D. W

 *Escoger cuando parar es un derecho.



viernes, 17 de diciembre de 2021

ÉXODO

 ÉXODO

  -DÍA INTERNACIONAL DEL MIGRANTE, 18 DE DICIEMBRE-

 

La llave de hierro, rotunda e histriónica, resultaba incongruente como adorno del moderno recibidor, decorado por el mejor de los interioristas: mi padre.     

Cada tres años se renovaban las pinturas y los muebles de la casa, pero la llave permanecía en el mismo lugar, venerada como un amuleto protector. 

El día de mi decimosegundo cumpleaños papá vino a mi cuarto mientras mamá ordenaba el desbarajuste de vasos sucios y velas frías. Desde que era pequeña, cuando me leía cuentos, no se sentaba en el filo de mi cama.

   —Ya eres mayor -dijo mirando tan al fondo de mis ojos que me sentí transparente- es hora de que conozcas la historia - y tomándome de las manos, comenzó a contarme:

                         

                     “Hace muchos siglos nuestros antepasados vivían en una tierra pródiga. Se dedicaban honradamente al comercio y Dios premiaba su buena disposición concediéndoles riqueza. Poseían hermosas viviendas con zaguán y patio donde ni pozo faltaba y no dejaban de cantar en verano grillos y chicharras. Pero vinieron tiempos oscuros y hubieron de abandonarlas. El viaje hacia lares lejanos hizo imposible llevarse más que lo indispensable. Lloraban las mujeres por dejar sus arriates floridos, la vajilla de loza, el arca donde dormían los ricos paños que lucían en las fiestas. 

Tristes, cargando con unos pocos hatillos, aún tuvieron el coraje de cerrar la puerta de entrada con llave. La mujer más anciana de cada grupo la guardó como la posesión más preciosa, a sabiendas de que nada más volvieran la esquina entrarían los usurpadores a disfrutar de lo que con tanta laboriosidad habían amasado.

Tragándose la hiel, emprendieron el éxodo cantando y diciéndoles a los niños que pronto regresarían, debiendo procurar no perder la llave. Les consolaba depositar en un sólido trozo de hierro moldeado en yunque, la esperanza de tener un lugar al que llamar suyo.

 

Pasaron lunas, soles y lluvias que disolvieron la amargura. Las nuevas generaciones se asentaron en otros países formando allí sus hogares.

Cuando volvieron a soplar los vientos de guerra no podían creerlo. Las familias, que se habían divergido en árboles con muchas ramas, sufrieron una injusta tala siendo quemadas y convertidas en cenizas, que se posaban aún palpitantes sobre los hombros de sus verdugos. 

Aquella infamia también pasó.

Tu abuela, que había ocultado la llave en el jardín de la escuela donde fue maestra, volvió por ella en cuanto pudo, desenterrándola con el mismo respeto que si fueran los restos de los mártires. A través de sus manos me llegó. Hoy me corresponde entregártela. El día en que mamá y yo partamos quiero que la pongas en tu hogar, bien visible, para que no olvides que siempre has de tener esperanza. Sin ella el futuro se hace imposible y el presente, insoportable”.

 

Aun transcurridos cuarenta años, no he olvidado esas palabras. 

 

Voy doblando y guardando en cajas los recuerdos. Deshago con facilidad la casa porque mis padres sabían que el hogar está en cualquier sitio donde una familia pueda vivir en paz, por eso no acumularon objetos. “En estos tiempos hasta el más frugal tiene dos pares de zapatos” solían decir riendo.

Los de la mudanza transportarán a mi apartamento lo que quiero conservar, del resto, incluida la venta del inmueble, me corresponde un pequeño porcentaje. El grueso irá a una ONG de Ayuda a Refugiados.

 Así lo quisieron mis padres y yo también.

 

Descuelgo la llave. A ella me la llevaré en brazos, cerca del corazón.

D. W




domingo, 12 de diciembre de 2021

ANTIPOEMA DECEMBRINO

  ANTIPOEMA DECEMBRINO

 

Al último mes lo mastico como pan seco,  

me conmueven los ojos-pétalos de una Santa

que no el buche del homónimo.

 

Noche de paz solo en algunos cuartos, 

menguante es la vida como la luna.

Las mesas se llenan de ausencias 

suavizadas por las tronas y el seno que alimenta 

la existencia renovada.

 

Otro diciembre, otra luz, otro año

saldrá del sueño la guirnalda y será Bella Despertada.

La mula y el buey, estériles por error o sabiduría de Natura,

calentarán al niño

que nace en un pesebre por mor de un viaje intempestivo 

y una madre sabedora de parir a un Agnus Dei.

 

Tres semanas de indigestión y luces que desbarran,

ya veremos cómo se paga

el recibo eléctrico en enero

y se cabe en el surtido de ropa 

encargada con la talla del Black Friday.

 

D. W



viernes, 10 de diciembre de 2021

€UROTIZANDO

 €UROTIZANDO

Apartas, rasgándolo con afán de gata, el fino papel que envuelve el sostén y el culotte en los que han mandado bordar tu nombre con esquirlas de diamantes. El satén burdeos te procura embriaguez de vino y la blonda espumosa endulza la curvatura de las areolas y los labios lampiños.

Desnuda, con las dos prendas sobre los muslos, te conectas con tu esclavo a través de la pantalla.

  —Buenas noches Ama, ¿es de tu agrado el tributo?

 —Podría estar mejor, debes esforzarte más.

  —Dos mil trescientos euros, Ama. Me he corrido nada más leer las cuatro cifras de la factura. 

  —¿Ah, si, cerdito?, pues ahora, si quieres vérmelo puesto, deberás comprarme un liguero a juego.

  —Lo que mandes, Ama.

  —¡Que te den!

 

Cortas el zoom e inicias sesión con otro pagafantas. Mientras haya hombres (o mujeres) deseosos de que les aligeres el bolsillo seguirás siendo Domina Financiera, Ama F para tus obreros. A ellos les €urotiza que una mujer los manipule, aunque nunca lo consentirían en una relación real. Tú eres la fantasía que adornan como a una Virgen barroca. Y no tienes que acostarte con ellos, ni siquiera conocerlos en persona. Es la nueva prostitución blanca postPandemia.

Conoces tu oficio. No sólo hay que gastar una 110E de senos y tener el culo prieto. Se necesita inteligencia para desbravar a los que hacen obscenas fortunas sin esfuerzo. Vacíos de tener solo dinero te requieren para aliviar su conciencia; no les basta con las escandalosas donaciones limosneras. Debe ser algo clandestino e inconfesable, al cabo, son masocas que gozan con latigazos a la cartera, pulcros parafílicos a los que les repugnan las lluvias doradas y los escupitajos. Su morboso placer se satisface plegándose al capricho de que les controles los ingresos, que decidas si subsistirán mañana o no. Y tú sabes hacer eso, ¡oh sí, y cómo!

 

Recreas la pantomima de fumar un cigarrillo alejado de tu rostro por veinticinco centímetros de boquilla marfileña, ofrenda fetiche de uno de tus súbditos. Fue un regalo del Aga Khan a Rita Hayworth para conquistarla. Tu esclavo, un insípido guarda del museo que la custodiaba, la robó solo para verla humedecida por tus flujos. Al pobre diablo satisfacer el deseo le costó el puesto. No te dio ninguna pena, él disfrutó siendo vejado por tu causa.

 

Un nuevo candidato pide permiso para pertenecerte. Estudias su perfil, es mileurista. A estos se les puedes sacar poco que en su caso es todo; el truco para que rindan es tener varios, darles caña y deshacerse de ellos en cuanto te hagan perder el tiempo. Suelen ser los mejores; se entregan sin reservas, henchidos de vanidad por poder satisfacer las demandas de una mujer inalcanzable.

 

Cubres la cámara, no ha mandado aún el tributo. Es la primera condición para que te dignes a hablarles.

  —Disculpa mi torpeza, Ama F, te envío un bizoom.

El móvil de última generación vibra y la pantalla dice que Sumiso 27 te ha ingresado cien euros. 

  —La calderilla no me interesas, loser -y haces amago de cortar la conexión.

  —¡Perdón, Domina!, para compensar la falta te suplico que aceptes el número de mi cuenta y las claves para que dispongas de todo cuanto poseo.

Sonríes al recibir la información y el consentimiento del pacto, firmado de forma conveniente. A golpe de dedo lo desangras. Solo le dejas quince euros.

  —Este mes vas a comer mierda de paloma, pringáo -le dices mientras despejas el objetivo y te abres de piernas a la altura de sus ojos durante siete segundos susurrándole: “acabas de costear un aperitivo con ostras y champán para mí y dos amigos”.

Antes de cortar oyes como Sumiso 27 experimenta el orgasmo más brutal de toda su grisúlea vida.

D. W



 

 

lunes, 6 de diciembre de 2021

BABAS

  

BABAS

La acechaba desde el primer instante que pisó las oficinas y supo arreglárselas para coincidir con ella en el minúsculo ascensor. Era tan chaparro que la nariz le quedaba a la altura del canalillo y se acercó tanto que casi bucea en él. La incomodidad de la muchacha fue tal que ya utiliza siempre las escaleras.

Aunque no trabajan en el mismo departamento él se las compone para encontrarse en la máquina de café o chocar accidentalmente tras volver una esquina.

 

Llega diciembre trayendo consigo el compromiso de besarse bajo el muérdago y las cenas de empresa, hábitats excelentes para confraternizar.

Rectángulos color crema indican en letra inglesa los puestos a ocupar por los comensales. Los psicólogos del emporio deciden que es más enriquecedor mezclar empleados y barajan los grupos de trabajadores cuales naipes. Por casualidad o mano negra el baboso cae a su lado.

   —¡Estupendo, preciosa!, conocerse es quererse.

Ella se atiesa, deseándole que se ahogue con un hueso de aceituna. Él le ofrece ostras y mariscos con mimo pegajoso.

   —¿Te pelo una cigalita?

   —No, gracias, soy vegetariana.

   —Vaya, ¿ostras tampoco comes? eso es que no las has probado, -y pasa la lengua por el molusco que se contrae en espasmos, martirizado por el limón y el Tabasco. Acaba la tortura succionándolo con ansias de aspiradora industrial. El jugo le resbala por el chato mentón hasta la pajarita anaranjada, arruinando el moaré.

   —Así… así se saborean. Tú, como eres de lo verde, preferirás los pepinos ¿no? -solo él ríe su estúpida broma creyéndose Grey. A ella le dan ganas de darle cincuenta bofetadas y quitarle la mala sombra.

 

En Navidad los deseos se cumplen. La mano femenina trastea en su entrepierna y la sorpresa lo eleva a tal éxtasis que ni siquiera se percata de que lo llaman para recoger el detalle que, por adulador, la empresa tiene a bien otorgarle. 

Lo saca del trance, al señalarlo, el cañón de iluminación. Deslumbrado, estira las perneras y trastabillando intenta erguirse.

Estallan las carcajadas. La cruda luz arranca brillos coralinos a las pinzas de las cigalas que asoman por los bolsillos del pantalón.

  —¡Traedle un táper! -se oye decir a alguien-

D. W



 

sábado, 4 de diciembre de 2021

JERINGARSE

 JERINGARSE

Corría sin ver dónde ponía los pies, seguro de conocer cada guijarro de las calles, cuando el aire se endureció golpeándolo. En el suelo fue presa fácil del marido de la mujer a quien acababa de robar, de un tirón, el bolso. Arrebatándoselo de la misma forma le propinó, además una patada en la boca. Aún así se recompuso, huyendo mientras escupía sangre y dientes. 

Las vecinas no tardaron en salir, ofrecer agua a la víctima y apoyar al héroe: “drogaítos de mierda. Antes no pasaban estas cosas porque había mano duraTambién baldearon varias veces con lejía e impidieron que jugaran los niños allí durante una semana, seguros de que el choriso ese, tenía el sida.

 

El manguta volvió esa misma tarde, gesticulando con una navaja en la mano y la furia que da el mono, cagándose en los muertos de tóa la calle y proclamando que iba a meter fuego a las casas que tuvieran en la fachada aros para lucir macetas, que hacía años que habían sido robadas también, dejándolos como anillo de divorciado. Con uno de estos redondeles había topado nuestro yonky mientras corría con el botín, acabando esta historia con qué nadie tuvo güevos para replicarle y nada más volver la esquina, salieron los hombres y los arrancaron de raíz dejando los feos huecos. Despojados de su más característico adorno los humildes barrios malagueños iniciaron su perdición.

La década de los ochenta fue, más que prodigiosa, pródiga en muertes. Los niños del baby boom de los cincuenta y sesenta, ya veinteañeros, pagaron cara la libertad. Como si hubieran querido vivir la robada a sus padres y abuelos se la bebieron y fumaron toda. Si los bares de la época eran famosos por tener el suelo tapizado de servilletas de papel y colillas los parques lo estaban de jeringuillas, sucias de tierra y coágulos.

Tal vez nacimos tantos para que quedáramos algunos tras pasar la criba de las drogas, una pandemia tan virulenta y absurda como cuando les dio a los jóvenes del XIX por batirse en duelo.

 

El uno de diciembre se conmemora el Día Mundial del Sida. Parece un problema superado y los enfermos ya no se sientan en el corredor de la muerte porque toman retrovirales y lo han cronificado. La probabilidad de contagios y los casos siguen, pero no es moda hablar de eso, queda para los noticieros como “serpiente de verano antes de Navidad”.

 

Yo lo recuerdo cada año; desaparecieron demasiados como para olvidarlos. 

Hay que jeringarse.

D. W