PUÑETAS
Qué mala suerte que se rompa la vitrocerámica ahora, y como es un combo tengo que cambiar el horno también. Con los cuidados de mi esposa han durado veinte años, pero hasta aquí. Los ahorros que tenía para irme unos días fuera volarán por reponerlos.
Me aconseja la vendedora que el horno tenga pirólisis, sistema que lo autolimpia “sin que usted se ariñone”. Me parece fabuloso, pero me da por preguntar, recordando cómo mi mujer se dejaba las uñas:
—¿La bandeja también la rasca?
—No, a esa hay que dejarla en remojo.
Quedo boquiabierto cuando me pregunta si usaré todos los fogones a la vez, porque “en las de inducción no pueden funcionar en simultáneo, a menos que tenga una potencia de 7400kw”. Que conste que compro está modernidad en homenaje a mi señora, que pasó muchos años soñando con no esperar a que se enfriara la placa para limpiarla.
Por cierto, el montaje me cuesta sesenta y un euros cada trasto, que para ser tan caros deberían venir con él incluido, y agradecido encima porque aún puedo pagarlo, aunque sea a incómodos plazos.
Yo, como soy vago, me alimentaría con latas de sardinas y cerveza con tal de no guisar, lo malo es que cuando viene la prole exige comida casera, de madre. Ella se desvivía para que a ninguno nos faltara un pero. Mis compañeros de la Peña afirman que las amas de casa no trabajan; yo los dejaba solos un año y sin asistenta, a ver qué altura alcanza la ropa a planchar.
En fin, adiós, escapada en aras de una equipación nueva para enternecer los garbanzos, solo faltaría partirme los empastes y que se lleve el dentista el resto de la hucha.
Acaba de llamar mi hijo: “papá, esa cocina habrá que estrenarla, el sábado iremos TODOS para la inauguración”.
Quizás aún pueda arrepentirme y anular la compra.
Y que me busquen, que voy a perderme en el mar, tal como tenía pensado. Allí, donde pasamos la luna de miel y nunca volvimos porque siempre había un imprevisto urgente.
Quizá la encuentre, sentada sobre aquella toalla redonda y grande donde cabíamos los dos, entrecerrando los ojos para oler mejor la sal.
Puede que la convenza para que vuelva. Si acepta, prometo llevarla todos los días a comer fuera.
D. W
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