viernes, 26 de noviembre de 2021

EL CHIFLO

 EL CHIFLO 

Si amanezco con tos mi madre apoya su oreja sobre los botones de mi camisón y se queda muy quieta: “no hables” -dice. Al poco se yergue muy seria y decide no mandarme al colegio. Mis hermanos me miran con envidia, tienen que ir mientras yo me quedo bajo el edredón relleno de borra. Ignoran que la envidiosa soy yo viéndolos jugar en la calle toda la tarde.

Mis padres cuchichean. Ella llora y él la calla con un “me tienes aburrío con tus quejas”. Oigo un portazo.

Mamá me trae una taza de leche sin azúcar porque está muy cara y somos muchos. Ya me acostumbré y el día que la abuela trajo una poca en un cartucho de papel estraza y nos la dio endulzada, me dieron bascas.

“Voy por los mandaos, nena. Después te traeré un canto con aceite”. Sé que lo tendrá que dejar a fiar. Padre lleva meses paráo, por eso está rabúo.

 

Cuando me quedo sola, rebusco en el mueble grande los tebeos de mis hermanos. Los tengo releíos, pero no me importa.

El chiflo del afilaor me saca de las viñetas, piribiribí, piribiribií.

Me da frío. Mamá dice que ese pitido anuncia desgracias: “los cuchillos, cuando están afiláos, tientan a usarlos”. Yo no la entiendo, a mí esa musiquilla me resulta muy alegre.

Piribiribí, piribiribí.

Madre vuelve de la compra pronto y ligera. “Hoy haré gazpachuelo, nena. Con un puñáo de arroz y un huevo y medio comeremos los siete” va contando mientras me ofrece en una cuchara una yema cruda. Yo creo que es maga y la mejor cocinera del mundo. Me da el canto del pan con tres pesetas de aceite, me rio porque llama peseta a cada redondel que deja la boca de la botella apretada contra la miga. 

 

Padre se encaja de pronto. Mamá está de espaldas, haciendo de comé y no se da cuenta. Da un repullo cuando él le estruja un cachete del culo, la vuelve hacia sí y la besa como si la mordiera. “La niña, que está ahí la niña” -susurra mamá. Padre echa un vistazo a la alcoba y yo, rápida, bajo la cabeza fingiendo leer.

  —¡En esta casa hay ojos por toas partes!, ¿que has aviáo pá almorzar?

  —Gazpachuelo.

  —¿y que más?

Ella señala con la barbilla la fresquera vacía.

   —¡Anda, dilo, que es por mi curpa, por no traé un jornal!

   —Yo no he dicho ná.

   —Pero lo vas pregonando por las tiendas, pidiendo de fiáo.

  —¡Los niños tienen que comé, y la chica…  -bajó la voz y no pude oírla.

   —¡Es que eres una coneja, no puedo mirarte sin que te quedes preñá!

   —Los hijos son bendiciones.

   —¡Los hijos son cargas!

  —¡Eres un desgraciáo!

   —¡Desgraciá tú, méndiga!

Empiezan a pegarse y salen de la sala al patio. Padre la engancha de los pelos, la arrastra y entre los tiestos de pilistras le da una soba.

Piribiribi, piribiribiiiii. 

 

Voy a la cocina y cojo todos los cuchillos. Me veo multiplicada en sus hojas. Los llevo a la cama a donde vuelvo con los pies helados. Con el de cortar pan me ayudo a rasgar el colchón y los escondo dentro, porque entre la borra no podrán hacer daño.

Enterrada bajo la roja oscuridad del edredón los sonidos se solapan; ya no distingo el silbo del afilaor de los de mi pecho.

D. W



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