CAMINOS
De pequeña, cuando iba en autobús, adquirí la costumbre de leer cuanto letrero pasara ante mi ventanilla.
Muchas veces no comprendía el significado de alguna palabra, por ejemplo, RECAUCHUTADOS así que la convertía en retahíla para no olvidarla y repetírsela a mi madre, conocedora de todos los vocablos del mundo.
No se me pasó la manía con los años, sigo coleccionando nombres fugaces cuando viajo; la última ocasión fue yendo hacia Almería, por una carretera que transita entre montañas cortadas como bizcochos.
Discurre el camino flanqueado por el milagro de los invernaderos, esos mares de plástico. En los recodos se atisba el de verdad, tan lleno de ese material como los primeros, ambos preñados de pobres gentes que buscaban su pan.
En la lejanía compiten en brillo, hiriendo los ojos viajeros.
Dicen que las fronteras tienen que definirse para conservar la identidad (pues la propia siempre es la mejor) de ahí los letreros bautizando cada trecho de asfalto. Vuelvo a la niñez y al pasar bajo el que pone MATAGORDA imagino una planta comestible de cogollo colosal. GUARDASVIEJAS se me antoja un almacén para guardeses jubilados y al pasar por BALANEGRA se me disparan las mientes y monto un Cluedo.
A incierta edad, si se dejan las chaladuras, es para sustituirlas por otras.
Y no me veo coleccionando vitolas.
D. W
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