domingo, 31 de octubre de 2021

LOVECRAFT, EL TÍMIDO ESCRITOR QUE AMÓ A LOS GATOS

 LOVECRAFT, EL TÍMIDO ESCRITOR QUE AMÓ A LOS GATOS 

 

Un anochecer de 1924 Howard volvía de entregar sus cuentos al periódico donde publicaba cuando se topó de bruces con unos niños que martirizaban a un gato. Lo habían envuelto en una arpillera para evitar que los arañara e intentaban despellejarlo, mostrando media cola en carne viva. La visión lo volvió loco de ira y levantando su bastón amenazó a los asesinos gritándoles: “¡cobardes demonios, que el peso del cielo caiga sobre vosotros, malditos!”. 

Salió gente a las ventanas y los malnacidos echaron a correr, igual que el gato al verse libre. Escapó del sudario, encaramándose a un tejadillo desde el que saltó a una terraza. Allí su ama, una anciana que ya había oído los espeluznantes maullidos, lo recibió llorosa. El animal ronroneó, seguro ya en las manos amadas.

Ambos agradecieron a Howard la buena acción, ella invitándolo a un reconfortante té con pastel de ruibarbo y el gato restregándose contra sus piernas, con el rabo desollado ya convenientemente vendado.

 

HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT (1890/1937) fue un escritor estadounidense de relatos fantásticos y de terror, sobresaliendo en el campo de la ciencia ficción y la invención de civilizaciones pasadas y futuras, con mitologías propias. Adoraba a los gatos y aunque su pobreza no le permitió tener ninguno (sus méritos se reconocieron después de fallecer) conocía a todos los del barrio y buscaba para cada uno de ellos un nombre exclusivo y extraordinario. Los consideraba seres superiores, “damas y caballeros” dignos de recibir vasallaje.

Es autor de varios cuentos sobre felinos y me permito traeros uno de mis favoritos: “Los gatos de Ulthar”, para que lo disfrutéis leyéndolo en la tarde-noche del día de difuntos.

*Me he tomado la licencia de imaginar como pudo inspirarse para escribir este relato.

D. W

 

LOS GATOS DE ULTHAR 

by H. P. Lovecraft 

 

Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato.; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico y cercano a aquellas cosas extrañas que el humano no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, el portador de historias de ciudades olvidadas. Es pariente de los señores de la selva y heredero de de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda lo que ella ha olvidado.

 

En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos, vivían un viejo campesino y su esposa, quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la voz del gato en la noche y les parece mal que corran por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la razón, disfrutaban matando a cada gato que se acercara a su cabaña y, a partir del anochecer, los lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos era bastante peculiar. 

Pero los dueños de gatos, aunque odiaban a los viejos, más les temían, y en de confrontarlos, se guardaban de que ninguna de sus mascotas queridas se desviara a la remota cabaña bajo los oscuros árboles. Cuando por un desgraciado descuido algún ratonero era perdido de vista y se escuchaban ruidos después de anochecer, el amo se lamentaría impotente o se consolaría agradeciendo al destino que no fuera uno de sus hijos el desaparecido. La gente de Ulthar era simple y desconocía el origen de los gatos.

 

Un día, una caravana de extraños peregrinos llegó a Ulthar. Eran oscuros, diferentes a todos los demás extranjeros. Decían la fortuna a cambio de plata y compraban alegres cuentas a los mercaderes. Nadie sabía cual era su tierra, pero murmuraban extrañas oraciones y tenían dibujados en sus carros figuras humanas con cabeza de leones, gatos y águilas. 

Entre ellos había un pequeño huérfano, llamado Menes, con solo un gatito a quien cuidar. La peste que le robó su familia le había respetado a este ser diminuto y peludo para mitigar su dolor. Durante la tercera mañana de su estadía en Ulthar Menes perdió a su gatito. Lloraba amargamente en el mercado y algunos aldeanos le contaron de los asesinos y los ruidos oídos en la noche anterior.  El niño cesó de llorar y se puso a rezar, estirando los brazos al sol y en un idioma ininteligible para los lugareños que se quedaron asombrados por las extrañas formas que las nubes estaban asumiendo: parecían criaturas híbridas coronadas con discos astados.

 

Aquella noche los errantes dejaron Ulthar y no fueron vistos jamás. Y los dueños de gatos se preocuparon pues no quedó ni uno en todo el pueblo. 

El burgomaestre juró que los forasteros se los habían llevado como venganza por la muerte del gatito de Menes, pero el notario hizo notar que los principales sospechosos eran los repugnantes viejos. Entonces el hijo del posadero juró que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer, en aquella maldita cabaña bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y solemnemente, como realizando un rito. Los aldeanos no supieron si creer a un crío tan pequeño, pero tenían enfrentarse a los malvados ancianos.

El pueblo se fue a dormir muy triste, pero al despertar ¡cada gato había vuelto a su acostumbrado fogón!, ninguno faltaba. Aparecieron brillantes y gordos, sonoros con ronronearte satisfacción. La gente estaba estupefacta, y un anciano reiteró que debían haberse escapado de la caravana ya que de la casa de los ancianos no se volvía. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la negativa de los gatos a beber y a comer de sus platillos era curiosa. 

Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, ayunaron, solamente dormitaron al sol.

Pasó una semana hasta que los aldeanos notaron que no se prendía luz en la repulsiva cabaña, así que decidieron ir a ver que pasaba. Cuando echaron la puerta abajo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre la tierra, con gusanos arrastrándose alrededor.

Se discutió mucho sobre lo declarado por los testigos el día en que se fueron los extraños, de la actitud de los gatos aquella noche y de las oraciones de Menes que fue capaz de transformar las nubes.

Y finalmente se aprobó esta extraordinaria ley:

En Ulthar ningún hombre puede matar a un gato.




 

 

 

 

 

 

viernes, 29 de octubre de 2021

FANTASMAS DE FUEGO Y AGUA

  FANTASMAS DE FUEGO Y AGUA 

 “Hay fincas que solo se muestran a clientes especiales, como usted”. 

La empleada de la inmobiliaria le sonrió en magenta. A pesar de que la madurez y los cigarrillos habían arañado sus labios se conservaba muy atractiva. 

El timbre tenía eco secular. Transcurrieron un par de minutos incómodos hasta que la puerta de forja se abrió.

— No me había dicho que estaba ocupada.

—A la dueña le cuesta desprenderse porque nació aquí, pero va asumiendo su ida.

Lo deslumbró la aparición. La anciana vestía de blanco de los pies a la cabeza. El cardado del pelo rojizo y su delgadez la hacían parecer un cirio encendido.

—Buenos días, doña Beatriz.

—Buenos tengan ustedes.

— Aquí, el señor Castilla, está interesado en su propiedad.

— Encantado, señora -saludó cortés.

— Pasen. No les digo que están en su casa porque aún es la mía. -y con ademán teatral declamó- Esta mansión la encargó mi padre en 1920 a un arquitecto excepcional que usted no conocerá porque murió joven, sin tiempo de inscribirse en la Historia. 

—¿Es estilo modernista?

—Ecléctica, con los elementos que su fecunda imaginación le dictaba.

—Y el precio se quedaría en….

—Exactamente lo que le ha informado esta señorita. 

El hombre giró sobre sí mismo contemplando las trabajadas vidrieras, el torreón donde instalaría su estudio de pintura, la bodega del sótano, los diez mil metros de parcela que incluían un lago insondable. Y le costaba asimilar haber tenido tanta suerte.

—¿Tiene la propiedad alguna carga?

—Amalia, dígale al señor que el motivo por el que vendo esta maravilla es mi maldita artrosis, nada más. No soy una sacacuartos.

—Nadie piensa eso, doña Beatriz. Además, le he mostrado los informes técnicos que avalan la solidez de la construcción. 

—Está casa tiene mucha historia, no puede ser de cualquiera. Yo elegiré a su dueño.

—Señora, no quería ofenderla. Le aseguro que jamás la sometería a una mutilación de su esencia.

— ¡Y yo saldría de mi tumba para arrastrarlo si así lo hiciera! -la llama de su pelo oscilaba como si un viento furioso la agitase.

—¿Se ha tomado hoy las pastillas de la tensión, doña Beatriz? -inquirió solícita la vendedora-

—Pues no recuerdo, querida, digamos que sí. ¿Te has fijado en cómo brilla el lago?

—Si, está muy bello.

—¿No lo notas mermado?

—¡Por supuesto que no! 

—Es el Sino, querida. Todos acabamos hundiéndonos en la humedad de nuestras lágrimas. ¿Viste el rododendro? se ha podrido.

—Estos jardineros extranjeros es que no entienden, doña Beatriz.

—No, son las sombras que se los va comiendo. Igual que a Venecia ¿te acuerdas de sus canales?

—Nunca he estado allí. 

—¡Ah, es verdad! Olvidé lo que hablamos, igual que si hoy me he tomado o no las pastillas.

El comprador escuchaba atónito el diálogo. Parecía que la vieja empezaba a demenciar y por eso malvendía la casa mientras que la corredora inmobiliaria le seguía la corriente, prometiéndose una jugosa comisión.

     

                                                                      *

La firma de compraventa se hizo unos días más tarde, frente a un notario amigo de la señora e increíblemente más anciano que ella. Le hizo el favor de desplazarse hasta la mansión para inventariar in situ las partes de la vivienda que de ninguna manera se podrían cambiar en cuanto a distribución y materiales. El señor Castilla se comportó con caballerosidad, jurando respetar siempre la decadencia del ambiente.

 

A los pocos días vivía allí. Sus numerosos libros hallaron albergue en los estantes de nogal. La vieja señora había donado la mayoría de los volúmenes a varias universidades, según le dijo, conservando en los anaqueles una docena de obras sobre arquitectura, escritas por su padre y el propio hacedor de la casa, entre los que se encontraba la historia de esta, así como planos y bocetos. “Pueden serle útil -le dijo la anciana- considérese afortunado, pocos hogares llegan al propietario con heráldica y libro de instrucciones”.

Castilla había vivido desde los dieciocho años en apartamentos minúsculos y compartidos hasta que empezó a medrar en su carrera. El último había sido un loft industrial donde gastaba una fortuna en calefacción para continuar helado. Y ahora, dormía en una cama de ébano de doscientos años y comía en una mesa de seis metros de largo. Sentado en el sillón orejero y con los pies sobre los morrillos de la chimenea francesa se sentía el más feliz del mundo. Su galgo, huesudo y glamouroso como una top model, pensaba igual.

 

 

Aquel día Castilla había recibido el pedido de las botellas de vino con las que inauguraba su colección. En la bodega, situada en el sótano, quinientos lechos vacíos le esperaban. Aquel espacio no conocía la existencia de plumeros, si acaso de alguna escoba para barrer los ratones muertos por vejez o aburrimiento. Las telarañas eran tan gruesas que el hombre estaba convencido que podrían servirle de hamaca.

Nunca vio sin embargo a ninguna araña, pero sentía el cosquilleo de múltiples ojos en su nuca cada vez que bajaba allí.

Sopló levemente un estante, arrepintiéndose de momento pues el polvo lo cegó. Se los restregó con los puños de la camisa y logró abrirlos a tiempo de intuir una sombra que pasó fugaz tras él. Llamó al jardinero, única persona que ese día se hallaba allí, pero no respondió. Oyó ladrar a su galgo. El animal no quería bajar por las empinadas escaleras que se internaban en sitio tan oscuro y lo esperaba arriba, ansioso de su vuelta del inframundo.

Acomodó las botellas y subió. Ya se sabe que las casas viejas gustan de jugar con sus ocupantes.

 

                                                                 *

Unas semanas después, cuando volvió a bajar, notó como se le empapaban los mocasines de terciopelo. Levantó una losa suelta por la humedad, soltándola de inmediato. Cientos, tal vez miles de criaturas blancuzcas bullían bajo ella, sumergidas en agua. No eran insectos asquerosos al modo de las cucarachas sino más bien híbridos entre arácnidos y cangrejos. Empezaron a treparle por el pantalón así que se las quitó a manotazos y corrió a llamar al fontanero.

 

El exterminador de bichos no reconoció la especie. El alpinista de pernera, metido en un frasco, temblaba. Al exponerlo a la luz del sol agitó las patas cayendo pulverizado. Asombrados, vertieron sus restos sobre la mesa del jardín, parecía tiza desmenuzada.

“Deben ser criaturas fotofóbicas” -pensaron. Y decidieron eliminarlos entrando a la bodega con potentes linternas.

Los fontaneros por su parte no encontraron fugas de agua así que hubo de consultar con expertos. Estos confirmaron filtraciones procedentes del lago.

Recordó la conversación entre las dos mujeres: “todos acabamos hundiéndonos, ¿te acuerdas cuando estuvimos en Venecia?”.

 

Amelia, la chica de la inmobiliaria, seguía sonriendo en magenta, pero sus comisuras descendieron en cuanto Castilla expuso el motivo de la visita. “Créame que lo siento, la señora aportó un informe, que dio por válido incluso usted, sobre la idoneidad de la propiedad”.

  —Quisiera hablar con ella.

  —Se encuentra ingresada en una residencia. Al abandonar la casa dejó allí la poca memoria que le quedaba. 

 

                                                                       *

 

Sentada en el jardín de aquella lujosa institución, la vieja dama murmuraba oraciones en latín mientras pasaba las cuentas de un rosario entre sus dedos secos. Iba, según su costumbre, vestida de blanco, lo que corresponde a una doncella, le oyó decir el día de la firma, pero con la llama de su pelo cenicienta y lacia. Ahora era una vela apagada.

 —Doña Beatriz, ¿me recuerda?

Impertérrita, continuaba su turbadora letanía.

 —¿Era conocedora usted de las filtraciones del lago?

 La memoria volvió por un instante.

  —¡Bruno no conseguirá salvarla!

Después de estas palabras empezó a llorar con tanto desconsuelo que las enfermeras tuvieron que adminístrale un calmante y pedirle a Castilla que no volviera a visitarla jamás.

 

                                                                        *

“En los libros está todo” le decía un maestro que tuvo de niño. Se encerró en la biblioteca con su galgo, poniéndose a buscar en ellos pistas sobre la cimentación y levantamiento de los pilares. En un ejemplar tatuado por el exlibris de Bruno Simone encontró un papel amarillento escondido entre el forro de piel y el cartón que la humedad había despegado.

Bruno era, además del nombre pronunciado por la anciana, el arquitecto de la casa.

Con dificultad por la tinta desvaída pudo leer: “…después de muchos cálculos he dado con la solución para drenar las aguas del lago, instalando una bomba de mi invención en la bodega, delante del muro maestro. Cada seis meses deberá ponerse en marcha durante diez días de lo contrario, en unos cincuenta años, las filtraciones sobrepasarán los cimientos, dañándolos sin remedio. Esta casa representa para Teodoro y para mí el triunfo de nuestro amor, no voy a consentir que ni las aguas, ni esas inquietantes criaturas blancas acaben con ella.

Pronto viviremos aquí juntos, bajo la apariencia de socios, pero como amantes bendecidos si no por dios, por el diablo.

Petra no sabe nada, en su ingenuidad nos amparamos y su hija, engendrada por Teodoro, será la mía también”.

 

Castilla miró el árbol genealógico de la familia de Beatriz, inmortalizado en una de las vidrieras. Teodoro y Petra eran sus padres y ella fue hija única.

Acercando la escala de palo santo destinada a llegar a los estantes más altos observó la cristalera de cerca. La firma de Bruno se hallaba a la izquierda del nombre de Teodoro, casi por casualidad, mientras que el de la esposa parecía algo desplazado.

El galgo aulló, asustado por el crujido de la escalera al arrastrarse. 

 

Amalia lo llamó más tarde para decirle que Beatriz había escapado de la residencia y que probablemente su trastornada cabeza la haría regresar al hogar. Hubo de confesar que, diez años atrás, hicieron un crucero a Italia juntas, pues fue por un tiempo su dama de compañía, que le había contado que soñaba con ver la casa sumergida y a ellos dos comidos por los blancos. Decía que había castigado a uno tras la pared haciendo que el otro tuviera una existencia triste. A veces murmuraba: “soy hija de un monstruo y no he querido extender el vicio de mi estirpe”.

 

El galgo no le ladró al verla bajar a la bodega. Castilla la siguió con sigilo, aunque sí hubiera calzado botas de hierro tampoco lo hubiera percibido. La mujer cirio, más que centenaria, no pertenecía ya a este mundo.

Con una fortaleza insospechada descorrió un paño de estante. Las telarañas se resquebrajaron en silencio. Apareció entonces un pequeño habitáculo. Castilla encendió el potente foco previsto para aniquilar a las sabandijas, que empezaron a salir de todos lados explotando y convirtiéndose en harina. Las que intentaban escapar treparon por el camisón de la vieja pellizcando su carne apergaminada.

La luz iluminó el zulo descubriendo la bomba de desagüe. Un esqueleto ataviado con ropa de ochenta años atrás sonreía a la claridad después de tantas jornadas de tinieblas. 

 —Es Bruno ¿verdad, Beatriz?

 —¡Era un degenerado!, él y padre lo eran. Aun siendo muy pequeña ayudé a mamá a meterlo aquí. Ahora, esta casa, símbolo de su antinatural coyunda, se inundará para siempre.

Dijo esto mientras giraba una llave que pese al óxido respondió a su mandato.

El suelo empezó a inundarse y Beatriz no paraba de reír.

Castilla, ofuscado, la golpeó, dejándola inconsciente. Intentó cerrar la válvula y no pudo. La antorcha eléctrica, en el suelo, proyectaba sus sombras en los muros.

Cargó con ella hasta fuera, dejándola en el balancín entoldado del porche y llamó a los bomberos.

Entonces el chispazo saltó tras él. No pudo verlo, pero quedó reflejado en las menguantes aguas del lago que actuaron como un espejo.

Llovió ceniza gris y polvo blanco. Castilla se sentó viendo arder lo que estaba destinado a pudrirse en el agua. A sus pies, el galgo se tapaba el hocico de lápiz con las patas.

 

Amelia llegó un minuto antes que los camiones rojos, encontrando al hombre y su perro hipnotizados por las llamas. Cuando sus ojos se amoldaron al resplandor vio una silueta blanca entrar en la casa. Por un segundo la vieja señora recuperó su melena flamígera hasta que su cuerpo de cera se fundió con los fantasmas que ella misma había creado.

D. W




 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 26 de octubre de 2021

RIÑONES AL GUSTO

 RIÑONES AL GUSTO     (Felisa y Andrés)

  

La programación televisiva es soporífera, por eso Felisa y Andrés, antes de acostarse, se exponen un rato ante ella. Ya sabemos que él suele tener noches movidas por mor de su sonambulismo.

Andrés está mirando el móvil cuando un codazo de su Costilla en sus ídem le hace dar un respingo.

   —¡Mira, mira!

Se fija en la pantalla a tiempo de atisbar un quirófano en el que parecen estar operando a un cerdo. Hasta tiene, el pobre animal, una sabaneta verde cubriéndole el tajo. La voz del locutor relata: “estamos más cerca de los trasplantes de órganos entre humanos y animales. Una mujer con muerte cerebral sobrevivió con el riñón de un cerdo cincuenta y dos horas, tiempo que duró el experimento, que tenía el consentimiento de los familiares de la paciente”. 

   —¡Coño! -acierta  a decir, vocablo que en español es comodín de todas las acepciones que se quieran, en este caso pongamos que asombro.

   —¿Y no irá contra natura tener dentro un trozo de animal para que te haga un avío?

   —¿Y que otra cosa es, si no, el comérselos? -aventura él que es vegetariano desde que se enteró de que Tolstói lo era.

   —¡Hombre, no irás a comparar!

  —Si, si, comparo. Lo mismo que hay granjas para hacer jamones, habrá otras que produzcan órganos, que por otra parte deberán ser humanizados para que nuestro cuerpo no los rechace.

  —¿Y los humanizan antes o después de sacrificar al donante?

  —No lo sé, pero acabas de plantear una duda filosófica, moral y ética la mar de gorda.

  —¡Ay, señor!

  —¿Sabes que el canibalismo produce una enfermedad parecida a la de las vacas locas? existe un virus que se aloja en el cerebro de las personas y a quien, como Hannibal Lecter, le dé por esas delicias gourmets, se infecta.

  —¿Pero quien come semejantes, Andresito?

  —Casualidad que leí hace poco un artículo sobre una tribu africana que presentaba esa enfermedad y no se sabía el origen. Un virólogo se fijó en que a partir de los años cincuenta que cesaron esas prácticas, los casos disminuyeron. 

  —¡Que barbaridad, ¿comían misioneros?

  —¡No mujer! se tapiñaban a los parientes muertos; según sus tradiciones, mejor al buche de la parentela que al de los gusanos. 

  —¡Que asco, por Dios!

  —Son costumbres. Tú te tomas la sangre y el cuerpo de Cristo.

  —¡Esa es la transubstanciación, joío, no me quieras hacer un pan con unas hostias!

  —Según se mire. A mi, cuando nos conocimos, me pareció que estabas pá comerte. -diciendo esto le dio un pellizco en el moflete inferior izquierdo y puso cara de hambre.

  —¡No me mires así, Lobo, que no soy ni Abuelita  ni Caperucita!

 Andrés se ríe con ganas.

 

Felisa va al frigorífico, saca un plato de purpúreos y algo verdosos higadillos y los entierra en la jardinera donde cultivan los tomates.

  —¿Que haces?

  —Darles sepultura. A partir de hoy seré vegetariana como tú. Tienes razón, si sus cuerpos van a ser parte de los nuestros, comerlos es canibalismo.

  —¿Yo he dicho eso?

  —Así lo entendí.

   —Pues me alegro, mañana nos tomamos al ajillo esas espinacas que están diciendo “comedme”.

   —Andrés, no sigas, ¡a ver si las plantas van a sentir!

  —Ya te digo yo que no.

Y apagando la tele dejan de filosofar, yéndose para la cama a tomarse el postre.

D. W




domingo, 24 de octubre de 2021

LA HEREDERA

  LA HEREDERA 

Llegas muy contenta del almacén de pinturas donde te han recomendado a un profesional que es un miguelangel. Todos celebramos este hecho pues es cierto que la casa necesita un remozado urgente después de tantos años cerrada. Se te ve ilusionada por primera vez en mucho tiempo.

Nos enseñas el muestrario y coincidimos en que un gris claro le dará luz a los cuartos, ya de por sí oscuros por dar al interminable pasillo y al patio interior.

Tú, en cambio, te empeñas en lacarlo todo en rojo y negro. Te han cautivado unas fotografías de la última mansión decorada por el artista, al estilo chinesco. También opinas que el corredor se acortaría ópticamente entelado en seda estampada con ramas de cerezo y pagodas.

El horror reflejado en nuestras caras no te frena. “La vivienda es mía, el dinero de la herencia también así me voy a dar el gusto de tener un hogar de revista”.

Seis meses y medio y ocho mil euros después, el caserón de tus padres se parece a la mansión de Fu Manchú.

Tú continúas diciendo que ha quedado de película, obviando apellidarla de terror.

 

“Mi marido lleva toda la razón: yo también pienso que la casa está espantosa, pero mantendré que me encanta hasta “el día en que haga uso del seguro de deceso” y entrecomillo esta frase para que no se escapen las palabras y me hagan delación.

Podría haberme ido a una clínica de estética y quitarme veinte años, quince kilos y dos kilómetros de arrugas, pero no. La herencia de Tita Engracia dilapidada en laca china. 

Y eso que ignora la cuantía real de los costes, no han sido ocho sino treinta y ocho mil los euros que se ha tragado el caserón. 

Esta mañana, al despertar, sentí escalofríos al ver el techo tan negro y brillante; me pareció estar dentro de un zapato de charol. Y los azulejos rojos del baño imprimían reflejos de carne desollada a mi piel. Tuve que aplicarme las cremas con los ojos cerrados por la aprensión.

Mi señor esposo ha dormido en el pasillo, con la angustia de que en cualquier momento lo iba a sobrevolar un dragón.

No me he equivocado tanto desde que predije que mi matrimonio sería para siempre.  De esta nos divorciamos. Al tiempo.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 22 de octubre de 2021

 

 


viernes, 22 de octubre de 2021

CONCO LUSTROS Y UN DÍA

 CINCO LUSTROS Y UN DÍA 

“Por lo menos ha tenido el detalle de morirse en viernes, mañana no se trabaja y la gente podrá cumplir viniendo al entierro, así el domingo se queda libre para descansar.

La muerte da mucho trajín menos al muerto que gana todo el protagonismo sin mover un músculo.

Ya decía yo que la siesta se alargaba “¡Alfonso, levanta hijo que no llegas!” le grité desde la puerta. No se movió y sordo no estaba, aunque se lo hacía a conveniencia.

Al tocarlo ya lo encontré algo destemplado, lo volví hacia mí puesto que yacía de espaldas y me di cuenta de que se había muerto. 

Tenía cara de dormido feliz, un rostro de difunto perfecto para lucirlo en la caja. Lástima que ahora esté de moda cerrarla.

Llamé a mis hijos y a chacha Puri y como era de esperar chillaron y lloraron, que es lo decoroso.

Pronto llegaron los vecinos, menos mal que el óbito me pilló arreglada, solo tuve que cambiarme la blusa azul por un jersey negro. Al ser la falda gris marengo ya me veo apropiada. 

Aviso a todos los contactos que tiene en su agenda. Se quedan consternados. Algunos prometen pasarse por el tanatorio, otros se disculpan. 

En una libretita voy apuntando las reacciones, así cuando les toque a ellos sabré con quien debo cumplir y con quien no. Urbanidad se llama esto. 

Me preguntan qué como fue “de repente” suelto y se oye un suspiro. Luego que sí hay misa “por supuesto y sepelio” somos una familia muy tradicional. 

Mi hija me mira como si fuera un monstruo “¿mamá cómo puedes estar tan entera en un momento así?” es muy joven y aún no sabe de apariencias ni obligaciones. Cuando yo muera no se acordará de avisar a nadie y me encontraré con la iglesia medio vacía, como si fuera una mendiga zarrapastrosa. Dios no lo quiera.

Le ponemos, entre chacha Puri y yo, el traje de padrino de cuando se casó mi cuñada. Le está chico “tragaba como una lima” digo. La chacha Puri lloriquea “¡daba gloria ver con las ganas que comía, tó lo que yo aviabale gustaba!”

Opto por descoser los costados a la chaqueta y dejarle el pantalón bajo el vientre. Remeto los perniles y listo. 

Así, peinado, no lo había visto desde que nos casamos.

Los hijos se despiden de él con aprensión “lo vemos raro” -dijeron. “La muerte, que trastoca las facciones” argumento, pero la verdad es que estaban acostumbrados a verlo hecho un adán.

 

Ya en la soledad del tanatorio, después de los pésames y mientras que los que se quedan al velorio cabecean en los sobados sillones me acerco al escaparate donde lo han colocado.

Vaya porquería de corona que ha mandado su hermanita, muchísimo mejor la de los compañeros de trabajo, donde va a parar.

Me voy al aseo y me refresco un poco.

Mañana será duro pero pasado estaré libre. Casa y cama para mí y chacha Pura pá su pueblo que está muy mayor.

Que goce vivir en soledad y ocuparse solo de una, yo que siempre he estado entregada a ellos, hechesita una esclava.

Conservándome aún más que apetecible no quiero más hombre, ni para un rato ¡que asco por Dios!

Debo procurar no dormirme pues si me ven frescachona vayan a decir que no he sentido a mi marido”.

 

Saca del bolso la libreta y se entretiene poniendo cruces en la lista a todo el que no ha cumplido. 

D. W 



 

 

 

miércoles, 20 de octubre de 2021

DE MÍ, PARA TI

 “DE MÍ, PARA TI”

Yo, la descreída, soy una convencida de que las energías nos rodean, malas y buenas. Ayer una de las mejores se me mostró en forma de ¿casualidad?

Recibí un pedido de libros de segunda mano, esa opción que a tantos desagrada y que fue mi única alternativa durante demasiados años. Y aunque ahora puedo permitirme, con mesura, comprar novedades, no me resisto a seguir rescatando libros abandonados.

Ayer uno venía con esta dedicatoria sin nominativo escrita hace cuatro décadas por esa “Carmen” que quizá fuera usuaria de las puertas espacio/ tiempo. En estos días de finales de octubre empiezan a difuminarse las barreras entre el mundo de los vivos y otras dimensiones, así que es posible que esas letras se escribieran en aquel entonces para “mí yo de hoy”. En cualquier caso, bienvenidas me han sido.

Gracias, Carmen.

D. W




domingo, 17 de octubre de 2021

APETITO

 APETITO

No se tienen ganas de escribir lo mismo que se desea comer un merengue.

U otro cuerpo.

En nada se parece a la necesidad de beber,

ni siquiera agua.

Evoca el placer de acostarse entre sábanas planchadas

en un cuarto ordenado.

Con el pasado en las baldas altas, 

el futuro sin desenvolver y con posibilidad de cambio.

Tomar el presente como té frío,  

con letras hormigas sobre mantel blanco. 

El ansia de escribir se asemeja a dejar los pulmones vacíos 

por el afán de volver a llenarlos.

D. W




sábado, 16 de octubre de 2021

LA CONTABLE

 LA CONTABLE

Poco fue al colegio, que la pusieron a servir a los diez años. Apenas sabía firmar y leer palabras que no tuvieran muchas letras. A los números no llegó y al serles precisos ideó un sistema de contabilidad a base de garbanzos.

Por cada hora que echaba fregando para otras ponía un trompito en un tarro, después los contaba y a cada uno le arrimaba tantos garbanzos como duros le debían. Y jamás se equivocó.

Hecha a esa vida de burra en la noria solo le mortificaba haber dado con un hombre que no iba a su par. Borrachín, vago y presumido, era más otro cargo que añadir a los seis chicuelos que le había hecho. 

Cuando al Mambrú se le acababa la brillantina o la colonia y en la casa no quedaba ni un chavo para reponerla, se enfurecía. Y el hombre que en la calle era arropía tornaba a cicuta en el hogar.

   —Ni que me pongas bocabajo sale una perra chica -lloraba la infeliz-

   —¿No te pagaron ayer?

  —Lo solté en el Colmáo, que ya no me fiaban más.

  —¡Pues ahora sí que vas a cobrar! -y la ponía de tortazos por manirrota.

 

Esto acontecía desde poco después de tomarse las bendiciones. Moraíta fue hasta el cura para ver si se podían anular los votos, pero este la despachó con que consumado el matrimonio y por motivo tan baladí no había lugar. Que aprendiera a darle siempre gusto al esposo y así evitaría los palos. 

Y le puso de penitencia tres padresnuestros, dos avemarías y un Credo, con lo larguisímo que es.

 

Ella no volvió a la Iglesia más que para bautizar a sus hijos, y eso porque su señora que era huera, los amadrinaba, regalándole una somera canastilla y las monas cada domingo de Pascua. Por supuesto también escogía sus gracias, así que las criaturas tenían nombres finos. A la niña chica mismamente le puso Lourdes, aunque a ella le hubiera gustado cristianarla Sebastiana, como su abuela quenpádescanse.

 

Los rezos no conseguían apagar la furia sentida cada vez que le pegaba. Quería que lo partiera un rayo, hincarle la aguja de tejer en la vena palpitante e impúdica del cuello mientras resoplaba sobre ella, rellenándole otra vez la barriga. 

Pero si Dios le había vuelto el culo el demonio no. Una noche lo encontraron tras la Casa Colorá, con el gaznate sajáo. Líos de tapete verde. El desgraciado se jugaba lo que no tenía hasta que la suerte lo destetó.

 

El día del velorio todos se extrañaron de que se pusiera a guisar un potaje de garbanzos en vez de aullar lo correspondiente a una viuda dolorida. “Hija, deja eso, que ya mandaré traer de la fonda avíos para los que vengan a pasar el duelo” se ofreció la huera. 

   —Agradecía, Doña, pero esto tengo que hacerlo yo.

 

Llegó de lejos la parentela del finado y cuando la casa estuvo como hormiguero en invierno sacó la mujer un perol descomunal, emprestado por el tabernero.

A falta de tanto plato cada uno sacó su cuchara y la hundió en el guiso. Varios escupieron.

  —Hija, no es por poné falta , pero estos gabrieles están agusanáos.

Ella se irguió:

  —Desde el día de mi boda he ido guardando un garbanzo por cada bofetón que el difunto me daba. Llené un tarro, dos… al año ya los tuve que pasar a un saco. En ocho he juntado cincuenta kilos de lágrimas. Ese es el aderezo que amarga el potaje.

 

Unos dicen que siguieron comiendo sin chistar, otros que los parientes del vago se fueron muy ofendidos. Cuentan que el cura tuvo mandanga que largar en el púlpito sobre las mujeres vengativas que no saben guardar el decoro.

Lo cierto es que ella tomó a sus hijos, vendió su casa y se fue a la capital donde se colocó en una fábrica. La seguían explotando, pero nadie le ponía la mano encima. Los domingos los pasaba con sus niños, mediopensionistas en un buen colegio en el que entraron por mano de su madrina. 

 

Su Lourdes la enseñaba a contar con números, asombrándose de que para los romanos del año María Castaña fueran letras, mientras bullían en el puchero gabrieles de gloria.

 D. W

*A Carmen Manzano, agradeciendo la sugerencia del personaje.



martes, 12 de octubre de 2021

HUIDA

 HUIDA

Te dejas engullir, sin sedantes, por esa mole de mil ojos facultada para traspasar tu cuerpo sin rasgarlo, buscando el desorden de alguna célula, el desnivel de un hueso. A cambio debes quedarte quieta como Lot, inmóvil por desobediencia.

Los auriculares amortiguan el ruido a caldera, asemejándolo a un latido. Te relajas con ese palpitar primigenio; quizá te recuerde la seguridad del saco amniótico.

Dentro no hay gente que hable a gritos, que sonría y abra la boca tan cerca de ti que temas caer por ella y bajar hasta sus tripas. Aquí no te tocarán el hombro ni te palmearán el antebrazo graznando: “¿comprendes?”.

 

Hace unos días, en una de esas fiestas a las que siempre vas obligada, alguien te tomó por diana, ametrallándote con vocablos, como si te arrojaran al rostro las cuentas de un collar roto.

Intentaste huir, dejando tu hipócrita avatar sonriente, volando a otra dimensión donde huele a caramelo de menta y suena la guitarra de tu abuelo. Eres muy pequeña e intentas atrapar las notas como si fueran mariposas y pudieras verlas. No sabes hablar, pero os entendéis. Te ofrece su compañera para que la acaricies y tus deditos se cuelan entre las cuerdas. Él los libera, riendo como un pájaro, y te lleva a ver las palomas, todas con nombre, mensajeras divinas, emplumadas huríes con ajorcas de colores en los tobillos y zureo en el buche.

La voz de tu abuelo se agria contestando a los que amenazan con matarlas a perdigonazos y los gritos te hacen llorar.

 

“¿Comprendes?”. Asientes, pero no soportas la décima palmada empeñada en incrustar la frase en tu piel. Cortocircuitan tus inhabilidades sociales.

 

Dicen que te desmayaste, por eso te castigan metiéndote en el escáner. 

Hoy has conocido de ti lo que hasta ahora estaba en sombras. Te creías incapaz de odiar, y sin embargo odio es lo que sientes antes parlanchines y violentos que ensucian tu espacio destripando palabras.

¿Podrá la tecnología médica captar eso?

D. W