LOVECRAFT, EL TÍMIDO ESCRITOR QUE AMÓ A LOS GATOS
Un anochecer de 1924 Howard volvía de entregar sus cuentos al periódico donde publicaba cuando se topó de bruces con unos niños que martirizaban a un gato. Lo habían envuelto en una arpillera para evitar que los arañara e intentaban despellejarlo, mostrando media cola en carne viva. La visión lo volvió loco de ira y levantando su bastón amenazó a los asesinos gritándoles: “¡cobardes demonios, que el peso del cielo caiga sobre vosotros, malditos!”.
Salió gente a las ventanas y los malnacidos echaron a correr, igual que el gato al verse libre. Escapó del sudario, encaramándose a un tejadillo desde el que saltó a una terraza. Allí su ama, una anciana que ya había oído los espeluznantes maullidos, lo recibió llorosa. El animal ronroneó, seguro ya en las manos amadas.
Ambos agradecieron a Howard la buena acción, ella invitándolo a un reconfortante té con pastel de ruibarbo y el gato restregándose contra sus piernas, con el rabo desollado ya convenientemente vendado.
HOWARD PHILLIPS LOVECRAFT (1890/1937) fue un escritor estadounidense de relatos fantásticos y de terror, sobresaliendo en el campo de la ciencia ficción y la invención de civilizaciones pasadas y futuras, con mitologías propias. Adoraba a los gatos y aunque su pobreza no le permitió tener ninguno (sus méritos se reconocieron después de fallecer) conocía a todos los del barrio y buscaba para cada uno de ellos un nombre exclusivo y extraordinario. Los consideraba seres superiores, “damas y caballeros” dignos de recibir vasallaje.
Es autor de varios cuentos sobre felinos y me permito traeros uno de mis favoritos: “Los gatos de Ulthar”, para que lo disfrutéis leyéndolo en la tarde-noche del día de difuntos.
*Me he tomado la licencia de imaginar como pudo inspirarse para escribir este relato.
D. W
LOS GATOS DE ULTHAR
by H. P. Lovecraft
Se dice que en Ulthar, que se encuentra más allá del río Skai, ningún hombre puede matar a un gato.; y ciertamente lo puedo creer mientras contemplo a aquel que descansa ronroneando frente al fuego. Porque el gato es críptico y cercano a aquellas cosas extrañas que el humano no puede ver. Es el alma del antiguo Egipto, el portador de historias de ciudades olvidadas. Es pariente de los señores de la selva y heredero de de los secretos de la remota y siniestra África. La Esfinge es su prima y él habla su idioma; pero es más antiguo que la Esfinge y recuerda lo que ella ha olvidado.
En Ulthar, antes de que los ciudadanos prohibieran la matanza de los gatos, vivían un viejo campesino y su esposa, quienes se deleitaban en atrapar y asesinar a los gatos de los vecinos. Por qué lo hacían, no lo sé; excepto que muchos odian la voz del gato en la noche y les parece mal que corran por patios y jardines al atardecer. Pero cualquiera fuera la razón, disfrutaban matando a cada gato que se acercara a su cabaña y, a partir del anochecer, los lugareños imaginaban que la manera de asesinarlos era bastante peculiar.
Pero los dueños de gatos, aunque odiaban a los viejos, más les temían, y en de confrontarlos, se guardaban de que ninguna de sus mascotas queridas se desviara a la remota cabaña bajo los oscuros árboles. Cuando por un desgraciado descuido algún ratonero era perdido de vista y se escuchaban ruidos después de anochecer, el amo se lamentaría impotente o se consolaría agradeciendo al destino que no fuera uno de sus hijos el desaparecido. La gente de Ulthar era simple y desconocía el origen de los gatos.
Un día, una caravana de extraños peregrinos llegó a Ulthar. Eran oscuros, diferentes a todos los demás extranjeros. Decían la fortuna a cambio de plata y compraban alegres cuentas a los mercaderes. Nadie sabía cual era su tierra, pero murmuraban extrañas oraciones y tenían dibujados en sus carros figuras humanas con cabeza de leones, gatos y águilas.
Entre ellos había un pequeño huérfano, llamado Menes, con solo un gatito a quien cuidar. La peste que le robó su familia le había respetado a este ser diminuto y peludo para mitigar su dolor. Durante la tercera mañana de su estadía en Ulthar Menes perdió a su gatito. Lloraba amargamente en el mercado y algunos aldeanos le contaron de los asesinos y los ruidos oídos en la noche anterior. El niño cesó de llorar y se puso a rezar, estirando los brazos al sol y en un idioma ininteligible para los lugareños que se quedaron asombrados por las extrañas formas que las nubes estaban asumiendo: parecían criaturas híbridas coronadas con discos astados.
Aquella noche los errantes dejaron Ulthar y no fueron vistos jamás. Y los dueños de gatos se preocuparon pues no quedó ni uno en todo el pueblo.
El burgomaestre juró que los forasteros se los habían llevado como venganza por la muerte del gatito de Menes, pero el notario hizo notar que los principales sospechosos eran los repugnantes viejos. Entonces el hijo del posadero juró que había visto a todos los gatos de Ulthar al atardecer, en aquella maldita cabaña bajo los árboles. Caminaban en círculos lenta y solemnemente, como realizando un rito. Los aldeanos no supieron si creer a un crío tan pequeño, pero tenían enfrentarse a los malvados ancianos.
El pueblo se fue a dormir muy triste, pero al despertar ¡cada gato había vuelto a su acostumbrado fogón!, ninguno faltaba. Aparecieron brillantes y gordos, sonoros con ronronearte satisfacción. La gente estaba estupefacta, y un anciano reiteró que debían haberse escapado de la caravana ya que de la casa de los ancianos no se volvía. Pero todos estuvieron de acuerdo en una cosa: que la negativa de los gatos a beber y a comer de sus platillos era curiosa.
Y durante dos días enteros los gatos de Ulthar, brillantes y lánguidos, ayunaron, solamente dormitaron al sol.
Pasó una semana hasta que los aldeanos notaron que no se prendía luz en la repulsiva cabaña, así que decidieron ir a ver que pasaba. Cuando echaron la puerta abajo encontraron lo siguiente: dos esqueletos humanos limpiamente descarnados sobre la tierra, con gusanos arrastrándose alrededor.
Se discutió mucho sobre lo declarado por los testigos el día en que se fueron los extraños, de la actitud de los gatos aquella noche y de las oraciones de Menes que fue capaz de transformar las nubes.
Y finalmente se aprobó esta extraordinaria ley:
En Ulthar ningún hombre puede matar a un gato.