UN DIA MÁS
He contado las baldosas de la acera al menos cien veces como cuando hacía mandalas para encauzar mí espiritualidad.
De eso debe hacer mil Diluvios.
Faltan cinco horas hasta la cena. Me gusta llegar puntual porque después debo caminar un buen trecho antes de ir a dormir y no es mi estilo retrasarme.
Se me averió el móvil así que tengo que ir mirando la hora en los rótulos luminosos de las marquesinas de autobuses, aunque a estas alturas puedo calcularla por la luz como los tuaregs. Por lo pronto cada vez me parezco más a ellos. Tengo el rostro atezado y oscuro. Mucho sol marinero en la cubierta del yate, bien regada por dentro de champán, despatarrada como un lagarto entre baño y baño es lo que tiene.
Si pudiera volver a aquellos tiempos abjuraría del carpe diem.
Hace un rato que cambió el turno del supermercado así que puedo volver a entrar. Pediré la llave del baño. Hoy está la muchacha morena, esa tan dulce que sabe entender y no hace preguntas. Llevo un rato con ganas de orinar, de día no me atrevo a hacerlo entre dos coches. Acabaré enfermando de la vejiga de tanto aguantarme.
Dejo mi carro de compra enganchado junto a los demás. Podría pasar por el de una ama de casa normal si no fuera porque es muy grande y está mugriento. En cuanto tenga ocasión debo limpiarlo o, mejor, hacerme con otro.
Saco de él una bolsa de aseo y una botella vacía y las escondo bajo el chaleco. En verano, por el calor, es difícil mantenerse presentable así que para disimular llevo siempre uno sobre la camiseta.
Lleno la botella en el lavabo, después de beber con ansia al chorro, y entro en la cabina del váter. Antes de nada, me siento en la taza y me desahogo. He aguantado tanto que siento dolor antes del alivio. Luego me refresco. Gracias a que aquí no falta el papel higiénico me seco. Guardo varios trozos para que me sirvan de kleenexs. También me doy una pasada en las axilas y me unto desodorante. Me lavo los dientes, escupiendo en el inodoro. Hago el menor ruido posible, como si fuera una ladrona.
“Los servicios son solo para los clientes” me dicen en todos lados y yo ya casi nunca lo soy. Pero no quiero heder, aún no me resigno a dejar de ser persona.
Devuelvo la llave y la chica me dice “En nada salimos a merendar. Espérenos y echamos un ratito de charla”. Asiento emocionada. Esa deferencia en hablarme de usted, en permitirme creer que busca mi compañía cuando la verdad es que me regala la suya me admira. Yo jamás hubiera actuado así con alguien que tuviera mi aspecto de ahora.
Entre las cuatro cajeras me pagan el café. Yo no pido nada de comer para no abusar, la cafeína y la compañía me alimentan. Por ellas procuro estar presentable que el mamón del bar me mira de reojo.
No voy todos los días al mismo super para que no me llamen la atención. Pregunté si podía trabajar allí limpiando y me dijeron que ese servicio estaba externalizado y debía apuntarme en la ETT. Imposible. Me piden como requisitos teléfono y domicilio.
Esta noche no tengo fuerzas para recorrer los cinco kilómetros que distan del albergue. Me siento en un parque y devoro el bocadillo y el zumo que me han dado en el comedor social como cena. Procuro dejar un poco para las palomas. Solo un hambriento comprende a otro.
Hoy duermo aquí. Han tirado un sofá y hasta dentro de tres días no vienen los del Ayuntamiento a retirarlo. Creo que estaré segura, tengo una farola justo encima.
Me siento como una actriz en su escenario, bajo el cañón de luz.
He conseguido continuar con el espectáculo un día más.
D. W
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