RUEDAS DE MOLINO (Felisa y Andrés 2)
Va pasando el verano. Los días se deslizan perezosos al modo de las gotas de agua por un grifo sin zapata. Es mala época para quien no tenga cobijo ni nevera donde enfriar el agua. “Comida y techo son derechos”.
Eso dice Andrés que es un rojo de mucho cuidado. Felisa está de acuerdo, pero un poco menos. Ellos gozan de una buena casa con aire acondicionado porque han trabajado y ahorrado para comprarla, ¡que cojones!, que hay mucho vago que no ha dado palo al agua y ahora se lo lleva calentito tomando la sopa boba en Cáritas y cobrando la no contributiva. Y encima exigiendo de gañote una casita. Que se apañen con los albergues y si no… que hubieran apencado.
Y ella no es mala, que su madre la enseñó desde niña a echar la calderilla al cepillo de misa y a tejer bufandas para el ropero parroquial, pero de eso a darle a los pobres de todo por la cara va un mundo. Y un mundo de Yupi para gente como Andrés que es un utópico. Su padre siempre se lo dijo: “cuidado nena, que te vas a casar con un utópico”. Sea lo que sea eso.
La mujer achaca el insomnio perenne de él a tanta preocupación social, no entiende como se angustia por cosas ajenas. Por ejemplo, ella no tiene colesterol y sin embargo cocina para los dos la misma comida desgrasada e insulsa y la come para acompañarlo en su lucha contra la invasión de las arterias. Eso, señores, es ser solidaria no acudir a manifestaciones a chillar como barriobajero.
Desde que su marido limpia la casa mientras está sonámbulo ha tomado la costumbre de tomar un piscolabis de torreznos, chorizo o tocineta. Es el único momento en que el no se entera. Compra la pringacha y la esconde bajo el forro de papel absorbente del cajón de las verduras, así ella se da un homenaje sin que a su medio tomate (por lo de rojo) se le salte la hiel.
Pero desde hace unas semanas el sonámbulo huele el suculento condumio y se sitúa frente a ella blandiendo la bayeta y babeando. Por lástima lo sienta y le prepara una tapa con lo que encarte. Aún dormido ronronea de satisfacción al saborear el salchichón malagueño, el queso manchego o el sobao pasiego que él no entiende de nacionalismos.
—¡Que rabia traigo, Feli!
—¿Y eso?
—Que mi colesterol, aun privándome de todo, va para arriba, ¡con el cuidado que me tienes en las comidas!
—No te tortures, será genético como mi obesidad. La vida no es justa.
—¡Que razón llevas, criatura! -suspira mientras rebaña con resignación y un palito de apio el paté de zanahorias del aperitivo.
D. W
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