ANTIFÁBULA DE AGOSTO
Cuando las cigarras se arañan el vientre entonando su canto el campo de olivos se convierte en mar. Suenan igual que sirenas soplando caracolas, oficio de pregoneras que anuncian el cenit del estío.
Es su música la que incita a amarse durante las siestas, la que quita el miedo de creernos solos en medio del universo susurrando que es posible y más decente brillar sin exhibirse.
Después vendrá la hormiga, negra de sol, sudada, víctima del primer síndrome de Diógenes conocido, a decir a boca llena que las cantoras son inútiles, que merecen la muerte por su holganza, olvidando que el peso les fue más leve trabajando a su son.
D. W
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