domingo, 29 de agosto de 2021

BAJO MÍ

 BAJO MÍ 

Me entero ahora de que el caparazón forma parte del cuerpo de la tortuga, que no es su casa portátil; la unen a ella ligamentos y músculos.

Desde niña, como ese reptil, preferí enroscarme hacia dentro y ahora de vieja descubro que mi coraza no protege, antes mal, para huir resulta un lastre el llevar los huesos por fuera.

Me siento conmovida por la hemorragia de Afganistán que nadie es capaz de restañar. Y no es que ignore los otros conflictos que envilecen a este puñetero mundo, es que soy de las que se echan todo a la espalda y acabo herniándome el sueño.

No entiendo de geopolítica ni entro en el maniqueísmo. Veo al sistema como un tablero de juegos donde unos pocos ludópatas mueven a su antojo a las tres mil millones de fichas que pagan impuestos y votan. Las otras cuatro mil millones son pobres de solemnidad, ni se tienen en cuenta.

A poco que un jugador se enoje dará una patada al tablero, el otro montará en cólera y se pelearan, no cuerpo a cuerpo, sino azuzando a la carne de cañón reclutada, aunque caigan mientras sacan del infierno a los que huyen de tanta sinrazón. Entonces, se les devuelve a casa envueltos en el lienzo pertinente, junto a medalla póstuma y apretón de manos a sus padres; y a otra guerra que no es gerundio. Las piezas rotas se reponen fácilmente.

 

Huele el globo a fuego, los bosques arden. El Mar Menor sigue encogiéndose en su agonía. La burbuja en la que hacemos remedo de vida se resquebraja. Mientras derrochamos agua y energía muchos malmueren entre excrementos y no hace falta salir del perímetro urbano, los sintecho son ya legión.

Me siento de corcho, toda la ciudad me parece un set de “El show de Truman”. Las plazas nos han sido arrebatadas para llenarlas de mesas donde los turistas comen bazofia continental. En los chiringuitos se sirven sin rubor “chanquetes preñáos”; a saber que serán porque la codicia los exterminó hace décadas. 

Como no entendemos el aviso seguiremos para bingo.

*Escribo esto una mañana de agosto del 2021 que me sabe a cartón, porfiándome en creer que si hay días oscuros también existan noches luminosas.

D. W

 



 

viernes, 27 de agosto de 2021

UN DÍA MÁS

UN DIA MÁS 

He contado las baldosas de la acera al menos cien veces como cuando hacía mandalas para encauzar mí espiritualidad.

De eso debe hacer mil Diluvios.

Faltan cinco horas hasta la cena. Me gusta llegar puntual porque después debo caminar un buen trecho antes de ir a dormir y no es mi estilo retrasarme.

Se me averió el móvil así que tengo que ir mirando la hora en los rótulos luminosos de las marquesinas de autobuses, aunque a estas alturas puedo calcularla por la luz como los tuaregs. Por lo pronto cada vez me parezco más a ellos. Tengo el rostro atezado y oscuro. Mucho sol marinero en la cubierta del yate, bien regada por dentro de champán, despatarrada como un lagarto entre baño y baño es lo que tiene. 

Si pudiera volver a aquellos tiempos abjuraría del carpe diem.

 

Hace un rato que cambió el turno del supermercado así que puedo volver a entrar. Pediré la llave del baño. Hoy está la muchacha morena, esa tan dulce que sabe entender y no hace preguntas. Llevo un rato con ganas de orinar, de día no me atrevo a hacerlo entre dos coches. Acabaré enfermando de la vejiga de tanto aguantarme.

Dejo mi carro de compra enganchado junto a los demás. Podría pasar por el de una ama de casa normal si no fuera porque es muy grande y está mugriento. En cuanto tenga ocasión debo limpiarlo o, mejor, hacerme con otro. 

Saco de él una bolsa de aseo y una botella vacía y las escondo bajo el chaleco. En verano, por el calor, es difícil mantenerse presentable así que para disimular llevo siempre uno sobre la camiseta.

Lleno la botella en el lavabo, después de beber con ansia al chorro, y entro en la cabina del váter. Antes de nada, me siento en la taza y me desahogo. He aguantado tanto que siento dolor antes del alivio. Luego me refresco. Gracias a que aquí no falta el papel higiénico me seco. Guardo varios trozos para que me sirvan de kleenexs. También me doy una pasada en las axilas y me unto desodorante. Me lavo los dientes, escupiendo en el inodoro. Hago el menor ruido posible, como si fuera una ladrona.

“Los servicios son solo para los clientes” me dicen en todos lados y yo ya casi nunca lo soy. Pero no quiero heder, aún no me resigno a dejar de ser persona.

Devuelvo la llave y la chica me dice “En nada salimos a merendar. Espérenos y echamos un ratito de charla”. Asiento emocionada. Esa deferencia en hablarme de usted, en permitirme creer que busca mi compañía cuando la verdad es que me regala la suya me admira. Yo jamás hubiera actuado así con alguien que tuviera mi aspecto de ahora.  

Entre las cuatro cajeras me pagan el café. Yo no pido nada de comer para no abusar, la cafeína y la compañía me alimentan. Por ellas procuro estar presentable que el mamón del bar me mira de reojo.

No voy todos los días al mismo super para que no me llamen la atención. Pregunté si podía trabajar allí limpiando y me dijeron que ese servicio estaba externalizado y debía apuntarme en la ETT. Imposible. Me piden como requisitos teléfono y domicilio. 

 

Esta noche no tengo fuerzas para recorrer los cinco kilómetros que distan del albergue. Me siento en un parque y devoro el bocadillo y el zumo que me han dado en el comedor social como cena. Procuro dejar un poco para las palomas. Solo un hambriento comprende a otro.

Hoy duermo aquí. Han tirado un sofá y hasta dentro de tres días no vienen los del Ayuntamiento a retirarlo. Creo que estaré segura, tengo una farola justo encima.

Me siento como una actriz en su escenario, bajo el cañón de luz.

He conseguido continuar con el espectáculo un día más.

D. W



martes, 24 de agosto de 2021

¡DA UNAS GANAS DE COMERRR! (Felisa y Andrés 4)

 ¡DA UNAS GANAS DE COMERRR!        (Felisa y Andrés 4)

A ella le irrita la parsimonia que él despliega al aparcar. No quiere hacerle ni un rasguño al coche “nuevo” comprado hace quince años. Casi no lo usan así que lo tienen flamante. Andrés es un acérrimo defensor del transporte público y de la moto. Eso a Felisa le pone de los nervios sobre todo cuando van a algún compromiso. Aún recuerda aquella vez que se empeñó en bajar al centro en autobús arguyendo que por ser Semana Santa no habría aparcamiento. Lo malo es que ella iba con mantilla y peineta de teja para salir de promesa y casi se la arranca un chiquillo que se sentó detrás y al que se le enredó en el encaje el muñequito de lego.

   —Mujer, si vas de penitencia, que más te da empezarla antes -adujo Andrés que como corresponde a un ateo había quedado con un amigo de cuando fue insumiso para ver una maratón de Ingmar Bergman.

Puede parecer rencor, pero a Felisa no se le olvida ese día.

 

Por fin da por terminada la maniobra y se disponen a entrar en el restaurante del área de servicio. Tarde. Demasiado tarde. 

Un autobús del inserso aparca en la misma puerta y vomita treinta septuagenarios prostáticos y cuarenta señoras dispuestas a poner sus picas en la barra.

   —¡Si no fueras tan mijitas para aparcar!

   —¡Mujer, ni que se vaya a acabar la comida! -a estas alturas ya sabemos que Andrés es un utópico.

La cola para el servicio da la vuelta al porche y las damas se han atrincherado en el comedor tomando al asalto las mesas más cercanas al buffet. Cuando nuestra parejita se acerca a servirse solo queda ensalada de pasta y la paella vegana, que permanece intacta.

   —¡lo ves, lo ves! -Felisa está que trina.

  —Ahora repondrán, mujer, ¿verdad? -pregunta al camarero.

Este contesta apurado:

  —No señor, son ya las tres y esta familia -y señala a los maduritos- pues ya ve usted.

Si, sí que veía. Habían tomado las bandejas enteras con el achaque de que era a compartir y chupaban las cabezas de los langostinos como si les practicaran una lobotomía. Andrés, comunista de pro, no daba crédito a semejante incivismo en gente apenas una década mayor ¡que estos no habían pasado hambre, joé! Le subió tanta rabia a la boca que se la tapó con el móvil e hizo como que hablaba por él: “¡qué me dices! ¿un vertido fecal que ha contaminado toda el agua potable de varios restaurantes? ¿que este es el que está más afectado? ¡ahora mismo nos vamos!”.

El senior más cercano a él empujó más adentro de su oído el sonotone.

 —¿Enh?

 —Pues si, mire usted, quizá a los jóvenes no les pase nada, pero a ciertas edades las miasmas unidas al Sintrón y las estatinas son mortales.

El sordo cuchicheó al de al lado y pronto los setenta jubilados se pusieron en pie y enfilaron al autobús. Eso sí, llevándose todo el pan y las lascas de embutidos.

Quedó el restaurante casi vacío. Felisa, asombrada, no podía creer semejante azaña de su flemático medio tomate.

   —¿Pero como se te ha ocurrido hacer eso?

  —¡Porque me encienden los abusones, coñe!

 

Comieron tranquilos la paella viuda y probaron todos los postres olvidando el colesterol y las lorzas.

  —¿Como sabías que se iban a ir? 

  —¡Ay, gorriona!, porque nadie le teme mas a la muerte que un viejo glotón.

D. W



 

  

  

 

 

viernes, 20 de agosto de 2021

EL ROJO TRANSPARENTE (Felisa y Andrés 3)

    EL ROJO TRANSPARENTE          (Felisa y Andrés 3)

A Felisa le gusta preparar el equipaje con tiempo. Una semana antes de partir coloca las maletas abiertas sobre la cama de invitados y las va llenando. Antes ya ha elaborado varias listas con la ropa que llevará, incluidos croquis de zapatos y accesorios para cada estilismo. Chales por si refresca. Ropa interior, camisones. Potingues y maquillaje ocupan sendos estuches. Los frascos de gel y champú convenientemente envueltos en film plástico por si se abren que no manchen la ropa. Documentos y tarjetas médicas protegidos en carpetas.

Cada día introduce elementos nuevos en la valija y prende en el bolso de mano notas con lo que debe incorporar a última hora. Gracias a su previsión se ha evitado más de un disgusto al llegar al destino.

También prepara la de su marido, aunque él presume de que no necesita más de cinco minutos la víspera para apañarla. “Claro -piensa ella- como que ya he hecho yo lo principal”.

Andrés sostiene que para una semana le basta con lo puesto, dos politos, otro pantalón y una muda de calzoncillos y calcetines por día. Se niega a llevar pijama por considerarlo prenda burguesa. “Lo sano es dormir desnudo -afirma tajante.

Pero Felisa siempre se las arregla para incluirlo.

   —Hombre de Dios ¿y si pasa algo a medianoche? ¡que vergüenza salir en pelotas!

   —No mentes a Dios que sabes que soy ateo. Con ese pensar siempre dormiríamos vestidos. ¡Anda que si hay un incendio se van a fijar en cómo vamos!

 

Facturan dos maletas porque ella lo convence de que deben tener sitio para las compras que hagan. Él no reconocerá jamás que solo en medicamentos necesita un neceser de los grandes.

 

La primera noche transcurre sosegada hasta que Andrés, puntual como el Big Ben, se levanta de la cama para torcer cuadros. Como no conoce el cuarto hocica con las paredes como una polilla deslumbrada. Aun así, no despierta. Felisa permanece atenta, asomada al embozo. 

Cuando choca con la puerta queda inmóvil “ahora volverá a la cama” -adelanta ella- pero no, girando el pomo sale al pasillo en su absoluta desnudez.

Salta Felisa de la cama, toma la tarjeta- llave en una mano y en la otra su kimono de seda de La Perla y corre tras él.

Al ser bajita va dando saltos hasta conseguir echarle la prenda por los hombros. Intenta introducirle los brazos por las mangas, pero solo consigue mal atarlo así que queda como “el rey transparente”: en cueros vivos bajo su manto.

Dos chicas salen del ascensor. Felisa les hace señas de que va sonámbulo: “ji is eslipwalking” -lo disculpa rescatando el inglés del colegio. Las otras ponen un mohín compungido, pero se carcajean con los ojos.

Al fin consigue reconducir hasta el lecho al exhibicionista involuntario que, inocente del show, se da la vuelta y ronca.

 

Unas horas más tarde, en el comedor del hotel, desayunan preparándose para un día de turismo intenso.

   —Felisa, esas jovencitas no paran de mirarme, muerden la tostada con picardía y me sonríen.

    —Si tu lo dices…

   — Es que me conservo muy bien. Seguro que es por dormir desnudo, el cuerpo respira y se mantiene joven.

Felisa remueve el café con brío.

   —En eso te doy la razón, machote. Pero a partir de hoy, vas a dormir con el pijama, ¡por mis muertos!

Andrés calla. ¡Hay que ver como se ponen las mujeres cuando les dan los celos!

D. W


lunes, 16 de agosto de 2021

RUEDAS DE MOLINO (Felisa y Andrés 2)

 RUEDAS DE MOLINO     (Felisa y Andrés 2)

Va pasando el verano. Los días se deslizan perezosos al modo de las gotas de agua por un grifo sin zapata. Es mala época para quien no tenga cobijo ni nevera donde enfriar el agua. “Comida y techo son derechos”.

Eso dice Andrés que es un rojo de mucho cuidado. Felisa está de acuerdo, pero un poco menos. Ellos gozan de una buena casa con aire acondicionado porque han trabajado y ahorrado para comprarla, ¡que cojones!, que hay mucho vago que no ha dado palo al agua y ahora se lo lleva calentito tomando la sopa boba en Cáritas y cobrando la no contributiva. Y encima exigiendo de gañote una casita. Que se apañen con los albergues y si no… que hubieran apencado.

Y ella no es mala, que su madre la enseñó desde niña a echar la calderilla al cepillo de misa y a tejer bufandas para el ropero parroquial, pero de eso a darle a los pobres de todo por la cara va un mundo. Y un mundo de Yupi para gente como Andrés que es un utópico. Su padre siempre se lo dijo: “cuidado nena, que te vas a casar con un utópico”. Sea lo que sea eso.

La mujer achaca el insomnio perenne de él a tanta preocupación social, no entiende como se angustia por cosas ajenas. Por ejemplo, ella no tiene colesterol y sin embargo cocina para los dos la misma comida desgrasada e insulsa y la come para acompañarlo en su lucha contra la invasión de las arterias. Eso, señores, es ser solidaria no acudir a manifestaciones a chillar como barriobajero.

 

Desde que su marido limpia la casa mientras está sonámbulo ha tomado la costumbre de tomar un piscolabis de torreznos, chorizo o tocineta. Es el único momento en que el no se entera. Compra la pringacha y la esconde bajo el forro de papel absorbente del cajón de las verduras, así ella se da un homenaje sin que a su medio tomate (por lo de rojo) se le salte la hiel.

 

Pero desde hace unas semanas el sonámbulo huele el suculento condumio y se sitúa frente a ella blandiendo la bayeta y babeando. Por lástima lo sienta y le prepara una tapa con lo que encarte. Aún dormido ronronea de satisfacción al saborear el salchichón malagueño, el queso manchego o el sobao pasiego que él no entiende de nacionalismos. 

 

   —¡Que rabia traigo, Feli!

   —¿Y eso?

  —Que mi colesterol, aun privándome de todo, va para arriba, ¡con el cuidado que me tienes en las comidas!

   —No te tortures, será genético como mi obesidad. La vida no es justa.

   —¡Que razón llevas, criatura! -suspira mientras rebaña con resignación y un palito de apio el paté de zanahorias del aperitivo. 

D. W



  

 

viernes, 13 de agosto de 2021

LA CUADRATURA DEL CÍRCULO

 LA CUADRATURA DEL CÍRCULO 

   —Creo que la casa se mueve, Andrés.

   —¿Como es eso?

   —Porque cada mañana encuentro los cuadros torcidos. TODOS los cuadros y en TODAS las paredes.

    — Mujer, será que los desplazas al pasar el plumero.

    —Lo dudo, no siempre estoy quitando el polvo, tengo más inquietudes, ¿sabes?

   —¡Pues claro que lo sé!, ¿a que viene esa contestación? -casi gritó enfadado, Andrés tenía la piel muy fina- lo he dicho solo por darle una explicación.

Felisa aparcó el asunto. Lo que menos le apetecía era tener bronca al mediodía de una infernal jornada de terral.

 

La despertaron las ganas de orinar, ella siempre dormía como un alcornoque liberado del corcho. Ni el calor de las noches ecuatoriales que estaban sufriendo enturbiaba su romance con Morfeo.

Al volver a la cama se dio cuenta de que Andrés no estaba. No se sorprendió pues, por contra, él sufría de insomnio crónico. Ahora le habían cambiado los somníferos y parecía dormir mejor o eso le había dicho. 

Unos golpecitos la hicieron asomarse al salón. Su hombre deambulaba muy tieso por la habitación, parándose cuando topaba con un tabique. Levantaba el brazo izquierdo (por ser zurdo) y daba un ligero golpe con el dedo índice en la esquina de cada cuadro. Cuando terminaba de desgraciar un paño se iba a otro repitiendo la operación con cualquier objeto que estuviera colgado. 

Al llegar al espejo del recibidor y por estar este anclado con firmeza por dos grandes alcayatas, quedó enrocado. Empujaba y empujaba con el dedo, pero claro está que no conseguía descuadrarlo. 

Entonces Felisa intervino. Lo tomó con suavidad del codo y lo dirigió con mucho tiento al dormitorio. Procuró no despertarlo porque había oído decir que no debe sobresaltarse a los sonámbulos, so pena de que se lleven un susto mortal. Andrés, cuando se notó a la orilla de la cama, se encaramó en ella acurrucándose como un feto y cerrando los ojos. Para sorpresa de Felisa empezó a chuparse el pulgar a la manera de los niños muy chicos. 

“Misterio resuelto” - se dijo ella-

 

Nada le dijo del episodio a su marido ni tan siquiera cuando él empezó a quejarse de escozores y padrastros en el pulgar de la mano izquierda. 

Desde la noche después de descubrir el incidente esperaba a que Andrés empezara su ronda vandálica, le ponía un trapo en la mano y lo dejaba ir. Así en vez de torcer los cuadros les quitaba el polvo, además con una meticulosidad sorprendente estando traspuesto.

 

   —¿Ves como ya no amanecen los cuadros doblados, mujer? -comentó él mientras desayunaban.

  —Es verdad, sería mala apreciación mía.

  — ¡Pues claro, Felisa!, tú y tus cosas, que a veces parece que estés dormida.

D. W



 

 

 

lunes, 9 de agosto de 2021

QUIEBROS

 QUIEBROS

La primera vez que fui a tu casa yo tenía catorce años y tú trece. Siempre nos habíamos visto con uniforme escolar así que escogí, entre los cuatro trapos de que disponía, los menos ajados. Para disimular mi pobreza tomé del joyero de mi madre un broche. No era valioso, pero sí delicado: un pajaro de cristal blanco con pico, patas y ojos de colores. Con él creí difuminar las pelotillas del jersey.

Me pediste que te lo regalara. “Imposible, no es mío”. Insististe en que solo por ese día, “¿me vas a negar ese gusto?”. Asentí.

Cuando llegó la hora de volver a casa te solicité el broche. Con mala gana lo desprendiste del pecho dejándolo caer al suelo, mutilándolo. Yo sentí que eso no estaba bien, pero en nada quería contrariarte. 

Dije a mamá que el broche se me había resbalado de las manos. 

Durante años aguanté tus desplantes esperando el momento en que te conmoviera mi entrega. Al fin nos fuimos alejando, aunque jamás te olvidé. 

 

Lo que separa la vida lo vuelven a unir las redes sociales. “¡Cuánto me he acordado de ti! -me dijiste- ¿podríamos vernos? tengo muchas ganas de que me firmes tu libro”.

 

Con alegría te abro mi casa. Sé que el haberme convertido en una escritora de cierto éxito tiene que ver con tu repentino avive de memoria. Y no me importa.

Te encuentro avejentada. El delicioso mentón redondeado en el que terminaba tu rostro se hinca ahora en una papada incipiente. Tu ropa es de supermercado. Yo me visto con marcas.

   —Mírate, escritora, si es que el refrán de la mona no es verdad, la seda transforma a cualquiera. 

Tras lanzar el dardo añades: “¡es broma, tía, ya me conoces!”.

   —Estás genial, Antonina -te abrazo y me alejo un poco, mis manos aún sobre tus hombros.

  —Toni. Ahora soy Toni. Desde mi época en Inglaterra me llamo así. Los hijos de la Gran Bretaña, incluido mi exmarido, no sabían pronunciarlo. 

Me hace daño imaginarte casada, de eso eres muy consciente.

   —Anda, siéntate y pongámonos al día, ¿te apetece un refresco?

   —Mejor un whisky, deja, veo que tienes un mueble bar bien surtido, me sirvo yo misma un bourbon, ¿quieres tú?

   —Sigo tomando solo té helado.

   —Vaya, pues los escritores tenéis fama de borrachos.

   —Si acaso de dipsomaníacos.

Me miras desconcertada, mordiéndote los labios. Sigue dándote rabia que mi cultura sea superior a la tuya a pesar de que has pisado los mejores colegios. 

   —Bueno, eso será. ¿Me firmas tu libro?

Tomo el ejemplar que sacas del bolso, al abrirlo noto que ni lo has hojeado. “A Toni, con cariño”. Y rubrico bajo tu nuevo nombre.

   —Perfecto, gracias -nada objetas a la sequedad de la dedicatoria.

Los camaleones poseen un ángulo de visión de ciento ochenta grados sin mover la cabeza, igual que tú al mirar mi apartamento. Cuando te abalanzas sobre mi nuevo manuscrito vuelvo a oír trinos.

   —Deja que me lo lleve, quiero ser la primera en leerlo

Como prueba de fuego, accedo.

 

Te devuelvo la visita. Vives en un piso anodino de un barrio cualquiera. Doy gracias a que mi coche sea discreto.

Me recibes desaliñada, transpirando alcohol. 

Viendo la situación voy al grano: “¿te gustó mi novela?”

   —¿Qué, “eso”? Mira, chica, te digo la verdad. Es una linda POR-QUE-RÍ-A.

 

Trago saliva. Sé que mientes. Ya no tengo catorce años ni jerséis con bolas.

   —Toda opinión es respetable, devuélvemela.

   —Está en la basura, hecha pedacitos. Es por tu bien, créeme, te evito un fracaso bochornoso.

Estás tan cerca que me dan arcadas tu olor. 

La fascinación de años se quiebra para siempre, igual que aquel pájaro.

D. W

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 6 de agosto de 2021

UNA MUJER DE ORDEN

 UNA MUJER DE ORDEN

“¡Maldita sea, este armario es una porquería!”

El exabrupto lo pareció más a las seis menos veinticinco de la madrugada. Matilde abrió los ojos, deslumbrada por la luz que salía del pequeño vestidor. Su marido peleaba con la barra donde colgaban los pantalones y los clic, clic, clic del pasar de las perchas sonaban como disparos.    

    —¡Aquí es imposible encontrar nada!

    —Pero ¿qué buscas? -silabeó Matilde ya despabilada.

    —¡Los de verano, los de verano, que no los veo!

La mujer se levantó, apartando al hombre a un lado. Le bastaron dos segundos para emerger con seis pares de lo solicitado.

   — Aquí los tienes. Estaban en el fondo porque aún no me ha dado tiempo de terminar el cambio por estación.

  —¡Anda que menudo vestidor!

   —¿Es que pretendes que el ropero sea una Siri con manos? no tiene truco, solo consiste en poner las prendas que no se van a usar en meses detrás de las que te pones ahora. 

   —Eso siempre lo has hecho tú.

   —Ese es el problema.

Él siguió rezongando conque la distribución era pésima.

  —Deja, ya que me has despertado voy a ordenarlo ahora. 

La pieza era diminuta, una esquina robada al dormitorio y cuatro baldosas al baño. Durante meses ella diseñó al milímetro el vestidor, con zonas para que todo permaneciera bien clasificado. El que su vida, sentimientos y necesidades estuviesen más enredadas que un ovillo entre las uñas de un gato no era óbice para que lo demás, lo visible, no se mantuviera en la correcta disposición. 

El caso era que la impericia de su marido en cuestiones caseras la había hecho empezar el día dos horas antes, quitándoselas al sueño. Ya que estaba enfrascada en desechar, doblar, desdoblar, colgar y descolgar prendas preguntó a su pareja:

   —Raul, ¿que hago hoy para almorzar?

   — ¡Yo que sé… cualquier cosa!

   —Gazpacho.

   —¿Otra vez?

   —Pues dime.

   —¡Lo que te parezca!

   —¿Vichyssoise?

   — ¡Hija, es que siempre haces lo mismo!

   —Pues gazpacho, ea.

   —¿Para que me preguntas entonces?

Matilde, arrojando sobre la cama un montón de vestidos que hacía años que no se ponía, insistió: “dime que te apetece, estoy cansada de repensar menús y…”

Un portazo fue la contestación. El cretino se había ido sin despedirse siquiera.

 

A los cuarenta y cuatro le dio por pensar que ya era una señora mayor y decidió vestirse como lo había hecho su madre, perfecta ama de casa que nunca estuvo fuera de lugar: batitas de mucha brega acomodadas a las faenas domesticas, rodillas tapadas, medias mangas, sujetador perenne y estampados discretos.

Sobre todo, amplitud. No quería que se notara ni una sola de las lorzas o flacideces que pensaba que tenía. Le parecía obsceno enseñar carne ajada.

Esa mañana estaba decidida a meter en las bolsas para beneficencia la ropa de su juventud. Pero el cabreo con el que inició la jornada le produjo un ramalazo de rebeldía que la incitó a probárselos. 

Ni tan mal. Algunos un poco estrechos, pero eso tenía solución con algo de dieta. Y los escotados podía usarlos con cazoletas invisibles que subirían sus pechos y enrasarían sus pezones, esos garbanzos pecaminosos cuya insinuación en la vestimenta molestaban tanto a Raul que incluso una vez le rompió una blusa.

“Así no viste una mujer de orden” dijo. 

Cuando se dio cuenta de que la miraba desde el espejo una Matilde mucho más joven sonrió y volvió a meterlos en las perchas.

Ese día fue a la peluquería sin cita y dijo que no le importaba esperar. No se alisó el pelo, sino que pidió un cardado. El peluquero alucinó: “¿está segura?”, “no, pero hazlo”.

 

Raul encontró la mesa puesta con la corrección de siempre. Matilde le pareció distinta o sería por el hambre.

Sorbió el gazpacho que le supo raro. De segundo hubo fiambre.

  —¿Como que hoy no has guisado?

  —Arreglar el ropero me ha llevado todo el tiempo.

El marido la miró, dándose cuenta de que vestía una camiseta clara y muy ajustada. 

  —No salgas así a la calle. Te marca los pezones y a tu edad está feo, por cierto ¿no te has peinado?

A Matilde, de la risa, se le fue el gazpacho (de bote) por el otro lado, espurreándolo sobre el austero mantel blanco.

  —¡Ay, Raulito, acostúmbrate!, de acá en adelante seré una mujer de desorden

D.W

 


 

miércoles, 4 de agosto de 2021

LA CULPA LA TUVO EVA

 “LA CULPA LA TUVO EVA” (Relatos de Alicia Domínguez)

Conocí en persona a la autora de estos cuentos hace poco. A decir verdad, solo nos saludamos porque el tiempo es un tacaño y no dio la oportunidad de sentarnos a charlar. 

Ya había oído algunos de sus cuentos en su voz y en la de actrices que la acompañaron durante la presentación del libro y en entrevistas. Me parecieron particulares y me hice con el volumen.

Anoche cerré su última página con esa sensación que es mezcla de pena por terminar algo exquisito y la satisfacción del disfrute obtenido. 

Me gusta el libro en sí, su formato estilizado, la letra generosa, las ilustraciones del interior y la portada, obras de Cari Soto, conformadas con trazos vigorosos y colorido tan personal como los relatos que ilumina.

Durante cuatro noches he bailado con los personajes creados por Alicia al son de Eva, esa que dicen que es madre de todos los mortales y a quien achacan el conjunto de los males de la humanidad.

Pero no crean que es una obra “de mujer para mujeres”. Los seres ideados por Alicia son variopintos y singulares, de todo género y condición. A veces las historias se entrelazan, otras acaban en ellas mismas, pero siempre dejando un regusto a cosa buena, a letras bien sazonadas.

Está claro que lo recomiendo, hay ocasiones en las que más vale sentir cargo de conciencia que el vacío de no haber cometido la locura. ¿Donde estaríamos ahora si Eva hubiera sido dócil? Quizá en el Paraíso, pero sin la pasión y la rebeldía que nos hace humanos.

Sugiero que leáis esta obra sin culpa. O con ella.

De ambas maneras os resultará deliciosa.

D. W



domingo, 1 de agosto de 2021

ANTIFÁBULA DE AGOSTO

 ANTIFÁBULA DE AGOSTO 

Cuando las cigarras se arañan el vientre entonando su canto el campo de olivos se convierte en mar. Suenan igual que sirenas soplando caracolas, oficio de pregoneras que anuncian el cenit del estío.

Es su música la que incita a amarse durante las siestas, la que quita el miedo de creernos solos en medio del universo susurrando que es posible y más decente brillar sin exhibirse.

Después vendrá la hormiga, negra de sol, sudada, víctima del primer síndrome de Diógenes conocido, a decir a boca llena que las cantoras son inútiles, que merecen la muerte por su holganza, olvidando que el peso les fue más leve trabajando a su son.

D. W