¡AIRE!
Cuando en la noche busco mi abanico, a tientas sobre la mesita insomne, lo abro despacio para no arañar la oscuridad con su aleteo de mariposa manca.
Es de madera frutal que primero alimentó el cuerpo y ahora lo atempera, troquelada con mimo de artesano que el plástico es herejía y su rasgueo mercenario.
A un abanico hay que saber manejarlo, debe sostenerse entre índice y pulgar, deslizándolo con un jaloneo, como los pájaros con sus crías al enseñarles a volar. Luego contonearlo, repartiendo frescura y volviendo a plegar para abrirlo de nuevo. Así jugamos los dos con el viento.
En verano termina su letargo de gavetín y salta al bolso, a la manera de un insecto hambriento que necesite de mí para libar del aire.
D. W
*Publicado en “El Observador” el 9 de julio de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario