sábado, 26 de junio de 2021

UN TIPO DURO

 UN TIPO DURO 

Él, todopoderoso director del Comité de Empresa, toma decisiones que ponen al mundo del revés. Manda despedir, paladeando un scotch, a quinientos empleados sin cargo de conciencia.

Lo han visto surfear crisis con la misma soltura que a las olas y dicen que no derramó ni una lágrima cuando murió su único hijo.

Pero ante Ella, tan nada tan imperfecta, se ovilla a sus pies aullando por lamerle los huesos.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 25 de junio de 2021




viernes, 25 de junio de 2021

JÚA CON GUARNICIÓN

 JÚA CON GUARNICIÓN 

Por ser hembra mis padres no me permitían saltar la hoguera la noche de San Juan, opinaban que era cosa de marimachos. Debía conformarme con verlas desde el balcón, envidiando a las muchachas que eran libres para quitarse las chanclas, tomar impulso y sobrevolar las llamas. Mariposas temerarias a las que ni el fuego ni la vida les daban miedo.

Consentían, eso si, en llevarme a ver los júas. Me prevelicaban porque en el barrio sobraba salero y los muñecos siempre tenían un sorprendente parecido con sus representados. Acabando los setenta se incineraban al malvado JR y a Los Pecos, dúo de cantantes zurramangones que a las niñas nos traían soseías con sus canciones lánguidas. Los chaveas, celosos, decían que eran mariquitas. 

Llegó el día en que la suerte cambió a mi favor. Unos primos venían de vacaciones y había que cumplir paseándolos. 

Mis parientes se empeñaron en que hiciéramos un júa mechado de petardos. Yo, que jamás había explotado ni un “misto-cachondeo” me esponjé cuando me permitieron ir con ellos a buscar colchones de goma espuma para el relleno. Peregrinar de casa en casa pidiendo los estorbos para quemarlos me resultó una aventura más fabulosa que todos los episodios de Sandokán juntos. 

Ese 23 de junio fue muy caluroso. La necesidad de enjaretar al júa nos libró de dormir la siesta, mejor dicho, de sudar la cama y levantarnos esnortáos sin saber si el almanaque había cambiado de fecha.

Logramos insuflar un aspecto más o menos antropomorfo a los guiñapos que habíamos juntado. Una bata enguatá de mi abuela, bien embutida, le hizo a esta percibirlo como burla a su persona, enfurruñada exigió su desbaratamiento. Los mayores se dividieron en opinión y a punto estuvimos de tener que desmoñarla si no hubiera sido porque uno de mis primos se agenció un sombrero bombín color claro, otorgándole al monigote un aire muy diferente a nuestra ancestra. 

Llegada la noche la colocamos en la puertacalle sobre una silla desvencijada. El complemento de raso crudo le daba aspecto de Liza Minelli descolorida y harta de churros. Mi primo Manolo acomodó entre los dos guantes blancos de nazareno jubilado que hacían de manos un cartelón: “Se alquila delantero”.

Sin comprender la broma, pero no queriendo pasar por tonta me hice la tal.

 

Yo miraba la quema arrobada, celebrando cada ascua ascendente que saludaba al solsticio cuando Juanita, la del 12, me sacó del ensoñamiento con sus gritos. Forcejeaba con el novio que le impedía arrojarse a la hoguera. “¡Ma veis quemáo el bombín de novia, yo sus mato!”. Rabiosa nos escupió: “¡el sanjuaneo os va a salir caro, sinvergüenzas!”. Mi primo juraba y perjuraba que se lo habían dado junto a más trapos dentro de una bolsa, pero no se acordaba quien.

Ese año no tuvimos Tívoli ni feria, que todo se fue en sufragar la hangá que no cometimos. Cinco mil pesetas que dijo haberle costado el sombrerito de marras.

La Juanita tomaba estado al día siguiente aprovechando su onomástica y hubo de aviarse con el velo de encaje revenío de cuando su suegra se casó, que sentaba como a un santo dos pistolas al traje pantalón color hueso comprado en Gibraltar.

Manolo, cuando nos asomamos a ver “de salir a la novia” como era costumbre y enguispó la cara satisfecha de la mamá política encabezando el cortejo, dio un repullo: “¡esa tía fue la que me endiñó el bombín!”.

Entonces recordé una conversación oída en la peluquería donde se hablaba del disgusto que tenía la susodicha por ver “a su niño subir al altar con una novia disfrazá de Charlot”.

Ese día juré que solo me casaría con un huérfano.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 25 de junio de 2021



 

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domingo, 20 de junio de 2021

HOJAS

 HOJAS

Camino haciendo equilibrios sobre el bordillo, los coches aparcados sobre la acera impiden otra opción. Ningún policía cerca, debería llamarlos y que multen a tanto desaprensivo, en particular a un deportivo ostentoso con placa inverosímil de usuario minusválido.

Entonces casi la piso. A mis pies yace la página de un libro mostrando las dentelladas que la desgarraron de su matriz. Para mí es un ser vivo.

Alzo la vista por si algún árbol letrado se desviste cara al verano. No, todos van de verde riguroso.

Me agacho y la recojo. Más adelante hay otra y dos metros más allá, en plena carretera, una tercera. El semáforo me trata con benevolencia dándome tregua para rescatarla.

Compruebo que están correlativas. Lo primero que leo es: “…morir atropellado por un trenDicen que sucede unas doscientas o trescientas veces al año; es decir, al menos uno de cada dos días…”

La aprensión me produce punzadas en el vientre. Puede ser un aviso. No frecuento los ferrocarriles, pero tal vez sea metáfora, mensaje críptico que me avisa del peligro que supone darse de cara con la locomotora del destino.

El escrito está en primera persona, conformado como un diario:

Miércoles 10 de julio de 2013

Cada vez hace más calor. Apenas son las ocho y media y el calor aprieta y la humedad es altísima...”

Aun con pésima sintaxis me apercibo que, excepto el año, lo demás casi coincide. 

Destapo los contenedores de basura, revuelvo con una rama el contenido de las papeleras, me arrodillo para fisgar debajo de los coches. Ni rastro del libro mutilado. Ningún viandante me ofrece su ayuda para buscarlo.

Cargo la pesada liviandad de las hojas cercenadas hasta mi casa. Quizás frotándolas con zumo de limón o exponiéndolas bajo luz ultravioleta me revelen su secreto.

Confío en que, con los conocimientos científicos pescados en redes y mi sensibilidad astral, sea capaz de descifrarlas y burlar la mala suerte. 

D. W

*Publicado en “El Observador” el 17 de junio de 2021.




viernes, 18 de junio de 2021

EL PANDA ROJO

 EL PANDA ROJO

Apenaba ver al cochecito luchando por no quedarse enterrado en la arena de aquella cala escondida. Sus dueños creyeron buena idea hacerlo trotar 100 km para llegar hasta ella, mejor dicho, se lo pareció al conductor. Sabía que la playa era nudista, aunque este nimio detalle lo había ocultado a su mujer y a sus cuatro hijas tentando a la suerte con una política de hechos consumados. No le sirvió la estrategia, nada más asomar la primera Eva a su señora se le avinagró tanto la cara que ordenó: 

“A la playa de siempre, Niceforo, que aquí ya está tó visto”.

Volvieron al utilitario que obraba el milagro de acogerlos a pesar de lo excesivo, pero tanta arroba de carne lo rindió en el blando suelo, obligando a los domingueros a evacuarlo arrastrándose sobre sus morbideces de leones marinos.

La madre piaba, culpando al padre concupiscente por haberlas hecho encallar y la prole lloriqueaba quejumbrosa de hambre y calor cuando una aparición celestial, corporeizada en una pareja de extranjeros, se ofreció a remolcarlos.

Sacando de su maletero una maroma la ataron al endeble guardabarros, uniendo los coches con este cordón umbilical manumisor.

Rechinaba el panda, rojo por el esfuerzo y escupiendo arena, pero no se movía. El giri ideó poner cartones bajo sus ruedas y así salieron del brete. Las niñas mientras tanto bebían los refrescos que la chica, apiadada de su sed, había puesto a su disposición.

Una vez dadas las gracias con gestos exagerados se largaron. El papá reía sin pudor, vanagloriándose, “no se han dáo cuenta que me he quedáo con la soga. Cuesta una pasta y esos tienen caras de ricos”.

“Di que sí” aprobó su mujer. 

Mientras, los salvadores salían de su primer chapuzón. Arrojándose felices sobre las esterillas se dieron un beso de sal, contentos por haber hecho la buena obra del día. La mujer abrió la nevera para celebrarlo, hallando todas las botellas exangües.

 

Los del Panda pararon en una gasolinera a mear tanto líquido y a comprar melones. Vueltas a bordo las cinco Boteros esperaban al jefe, entretenido mirando revistas verdusconas camufladas entre las hojas de un diario deportivo.

Antes de subir la matriarca le gritó: “Nice, ¿hará falta echar gasolina?” Este, ufano, desenroscó el tapón alumbrando el deposito con el mechero.

Diez puños golpearon las ventanillas. Cinco hocicos se abrieron en forma de O mayúscula.

Se oía la explosión en la playa nudista justo en el momento en el que los samaritanos se apercibían del robo de la maroma y exclamaban:

 “¡Bastardos, así reventéis!”

D. W

*Publicado en “El Observador” el 17 de junio de 2021



miércoles, 16 de junio de 2021

VUELTA

 VUELTA

Descubres zarpazos en el cuello de ese animal salvaje que es el tiempo. El calendario corporal no miente; has dado otra vuelta al sol.

Te cuesta más subir las escaleras, parecen alargarse cada mes. También aumenta la altura de los peldaños o serán tus tendones acobardándose. 

Cumpleaños, esa palabra compuesta te descompone. Exceptuando alguna gozosa ocasión que confirma la regla, siempre recibes bombones amargos.  

Lees a Emily comprendiendo su clausura: “… Viga de raso y techo de piedra”. Fuera siempre llueve y ambas encogéis ante los otros.

Resignada, asimilas el nuevo dígito para cuando el médico te pregunte la edad. Al menos no tendrás que oírle más eso de “¿cree usted que podría estar embarazada?” al prescribirte rayos X. 

D. W

* Publicado en “El Observador” el 11 de junio de 2021





lunes, 14 de junio de 2021

POR PIERNAS

 POR PIERNAS

Llamaron al timbre en buena hora. Andaba Hombre en un rato muerto así que se sentía en disposición de ser amable.

  —Buenas tardes, soy el agente 1.114, vengo a ofrecerle algo que no podrá rechazar.

Cargaba al hombro varias fundas como de escopetas, pero al parecer menos pesadas. Las dejó con cuidado en el suelo, quedándose con una en las manos. Al bajar la larga cremallera apareció una pierna humana seccionada por el muslo, con el muñón rematado en coqueta blonda.

  —Toque sin miedo, es resistente. Comprobará que, a pesar del embalsamado, la piel permanece jugosa y las articulaciones flexibles.

Sin duda era de mujer: depilada y con las uñas luciendo pedicura francesa. Hombre, asustado, empujó la puerta, pero el vendedor era avezado en su oficio y logró entrar.

  —¿No ha echado nunca en falta, en las noches solitarias, una pierna con la que enroscarse? Las tenemos estándar, pero puede encargarla de cualquier género y a su total gusto. 

  —Haga el favor de marcharse o llamo a la autoridad -la amenaza sonó débil, lo que menos deseaba eran problemas con la brigada de Orden y Moral.

El vendedor arrastró la mercancía dentro, cerrando la puerta tras sí. 

  —Según nuestros archivos a usted le va esto.

  —¡Salga de mi cubículo!

El agente 1.114 elevó la comisura de su labio superior izquierdo en un remedo de sonrisa: “usted no es libre de rehusar el producto, por eso dije al presentarme “algo que NO PODRÁ rechazar”. Si no quiere que sus jefes sepan de su afición a la necrofilia deberá escucharme”.

Hombre carraspeó y el funcionario siguió la perorata:

  —En 2.066, cuando se implantó la VUD (Vacuna Universal Definitiva) no sólo nos inmunizaron de forma vitalicia contra todo virus, también introdujeron un transmisor conectado a la conciencia futura. Nadie, salvo la población del tercer mundo a la que manejamos con políticas de hambre y muros de contención, puede tener pensamientos no convencionales sin que lo sepamos. Así, conociendo las debilidades de cada cual, el Estado fabrica packs de filias, acercándoselo al propio domicilio de forma que, personas como usted, no tengan que acudir a sórdidas artimañas para satisfacer sus delirios.

  —¡No soy un degenerado!

1.114 negó con la cabeza, chasqueando la lengua.

  —Esa no es la palabra sino “ciudadanos con necesidades peculiares”. Sabemos que le excita el roce con animales muertos. Pronto los matará usted mismo y seguirá con humanos. Así que este producto, -dicho esto volvió a hablar como vendedor- hará más agradable sus veladas sin ocasionar perjuicio a nadie. Acabarán los días de correrse sobre una pata de jamón o frotándose con un bistec putrefacto. Ahora podrá tener orgasmos sin culpa, acariciando cadáveres certificados y con sello de sanidad. Garantizamos que no se deshacen por muy salvajes que sean sus manejos. Vienen con accesorios de estiletos y ligas. Vellos si así le gusta. Perfume a escoger entre los clásicos o naturales de pies o carroña.

A Hombre solo le quedó una duda: “¿si encargo dos pares, tendré descuento?”

D. W

*Publicado en “El Observador” el 11 de junio de 2021



 

 

domingo, 6 de junio de 2021

LITTLE ARACNE

 LITTLE ARACNE 

Percibo una mota dorada viniendo hacia mí; minúscula planta rodadora sobre la yerma mesa oscura. Me pongo las gafas y le descubro patas. Soplo y se desliza hacia atrás, pero insiste. Vuelvo a soplarle y reemprende el camino con tozudez. Es Jane Eyre bajo la tormenta huyendo del señor Rochester y su secreto. Al tercer soplido asustada, pero fingiendo valor, se yergue sobre los cinco artejos que conforman cuatro de sus extremidades, dejando al descubierto el abdomen, protegiéndolo con las otras cuatro donde imagino unos puñitos cerrados, amenazantes. 

Le pido disculpas a la araña rubia, mi intención fue la de bajarla al patio para que se ubicara en zonas más propicias a su especie. 

Estoy comiendo un currusco. Sé que los arácnidos son carnívoros, cazadores pacientes que se valen de trampas. Sus presas agonizan durante días hasta que se las come. Metáfora perfecta del tiempo.

Le arrojo un trocito de pan por si acaso esta es vegetariana. Cuido de no darle, aún así me temo que la impresión iguala a la de que un meteorito me caiga al lado.

Aracne baja la guardia harta de tanta estupidez. Ha comprendido que no quiero dañarla, así que se gira y toma el camino conveniente. 

Brilla como si fuera de oro. Su reflejo sobre el cristal la duplica. Me entran ganas de tomar ambas, espejismo y realidad, subirlas a los lóbulos de mis orejas y lucirlas como pendientes.

D. W



miércoles, 2 de junio de 2021

IMPERMANENCIA

  

 

IMPERMANENCIA

Sánchez anteponía intuición a raciocinio hasta para elegir restaurante. El garito no le gustó, aunque lo respaldaran legiones de blogueros gastronómicos; el que los camareros vistiesen de negro en verano no le parecía higiénico ni recomendable.

Al entrar le golpeó un tufo con punto de pachuli que le espeluznó la pituitaria. Fuera, el asfalto despedía olor a caucho viejo, sordo al consuelo brindado por las sombrillas blancas. 

También ardía, pero de entusiasmo por comer en ese templo, su familia, ajena a la secuela de una alta minuta.

Ocuparon mesa en la calle, cercana a una fuente seca por desidia municipal, que olía a cañería, aunque a nadie más que a él parecía molestarle; pasaban tan poco tiempo juntos que se tragaba sus aprensiones con tal de darles gusto. El pequeño, que hasta ayer exhalaba olor a diente de leche, ya usaba after shave; su esposa, ahora se daba cuenta, había cambiado el perfume por colonia de mujer práctica. El mayor apestaba a tabaco disimulado bajo el fuerte desodorante mentolado. En cuanto al abuelo era como destapar una botella de anís, dada su afición a chupar caramelos de tal sabor.

Mirándolos disolvió cualquier duda en cuanto a su valía como cabeza de familia; no eran menos previsibles que cualquier otra de clase obrera con pretensiones de media.

 

Cada uno, excitado, escogió un plato de la carta. La magia se rompió al primer bocado: mejunjes uniformados, insípidos, exceptuando un arroz lila arreglado en agua de rosas y jazmín que dejaba el paladar resabiado, como si se hubiera lamido el ambientador del váter. 

El camarero trajo la cuenta en cofre forrado de raso, afirmando más que preguntando, “todo perfecto, ¿verdad?”.

A Sánchez le dieron ganas de hacerle un corte de mangas, pero recordó la clase de yoga que le regaló su empresa: La ley de la Impermanencia o Aniccā dice que todo es transitorio, nada es eterno. Pronto estaría otra vez en casa pudiendo echarse la siesta para asentar lo no comido.

El camarero preguntó si querían llevarse “las sobras”. 

—No, gracias.

— Se comprende que con el calor no haya apetito -dejó caer, sibilino, el mozo-

Sánchez, incapaz de dar la nota protestando por semejante bazofia, pagó dejando cinco euros de propina.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 28 de mayo de 2021