martes, 25 de mayo de 2021

LA INTERVENCIÓN

 LA INTERVENCIÓN 

Aprendí muy joven a resolver mis asuntos sola, pero hoy hubiera agradecido cualquier compañía. Tengo cita con el dentista para ponerme dos prótesis fijas. Taladrará mis encías, insertará dos tacos y enroscará en ellos los tornillos dónde irán mis muelas nuevas. 

La enfermera me pasa a la sala de espera. Me siento cerca del televisor que proyecta un fondo marino, con peces color naranja y alguno vestido de presidiario canónico, a rayas en blanco y negro.

Resultan hipnóticos en su virtualidad tranquilizante, aunque Magritte diría: “estos no son peces”. 

El valium que tomé al salir de casa va aflojando mis músculos; me veo reflejada en la ventana y tengo cara de helado derretido.

Aun sin ponerme la anestesia siento los labios de corcho; al tocarlos se desprenden, para mi horror, virutas e infinidad de dientes.

Mi falda se cuaja de ellos, imitando al lienzo de “la noche estrellada” y caen al suelo con ruido de alfileres huyendo del acerico.

Los peces se carcajean, divertidos con mi tragedia, mostrando dentaduras de estrellas de cine, lo que no es meritorio si tu jefe es odontólogo. 

Busco un pañuelo para recoger los dientes y que me los vuelvan a pegar. Sumerjo el brazo en el bolso, tanteando, y saco un huevo crudo, abierto y orgulloso tal que un Fabergé. La yema es mórbida, naranja sanguino; naranja sol atrapado bajo los párpados.

El pez más grande me insta a firmar un papel prometiendo que no revelaré que los he oido reír.

   

—¿Quiere que se lo cumplimente yo?

Su voz no suena acuática y las rayas blancas y negras se van separando hasta formar una figura humana, que me tiende el impreso de consentimiento. 

   —Me he quedado dormida -reconozco-

  — No se preocupe es el valium. Ya puede pasar a consulta.

Me levanto, noto que me llevan los vientos. Y sigo por el pajizo parqué en espiga cuidando de no pisar a Totó.

D. W

*Publicado en “El Observador” el 21 de mayo de 2021




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