EL SILO
Algunos domingos iban al Puerto a ver los barcos y las grúas, esos gigantescos mecanos que su padre aseguraba ser movidos por un sólo un hombre.
Deslumbradora, la luz sobre las aguas rasgaba sus ojos, esos que tienen el verde entrelazado al castaño, aunque los defendiera con el tejado a dos aguas de sus manos.
Ese día el fulgor venía del suelo transformado en mar de oro.
—Se ha derramáo una carga, ¡venga nena, llevaremos pá las palomas!
La chiquilla sacó de su bolsillo un pañuelo planchado en triángulo, lo desdobló y puesta en cuclillas comenzó a llenarlo con el trigo derramado; los granos se escurrían entre los raíles pero sus finos dedos los rescataban.
Había tantos que colmó también el pañuelo del padre. Enfilaron con su botín hacia el Parque sin detenerse a tomar las papas fritas y la Mirinda en el kiosco, como otras veces. Ese día solo los que no se enteraron que llovió maná le compraron cucuruchos de semillas a la señora enlutada.
Nunca una mano tan chica dio tanto. Las aves, que entonces no eran recelosas, la cercaron. La moda del 68 dejaba ver el inicio de los leotardos calados; la cría parecía otra paloma mostrándolos al inclinarse.
—Papá, ¿donde guardan el tligo? -preguntó con su lengua de tres años-.
—En un almacén muy alto que se llama Silo.
En su imaginación infantil se erigía la catedral repleta de grano y se adentraba en la penumbra como si fuera jueves de Corpus para jugar; desperdigándolos, enharinándose e hinchando los bolsillos con la mies. “Con tligo se hace pan” -canturreaba-.
Al llegar a su casa corrió a besar a su madre que amamantaba al hermanito.
—¡Mamá, te quiero má grande que un Silo! -dijo mientras dejaba en el regazo el rubio regalo, húmedo del calor de su palma.
Y más no se puede querer.
D. W
* Publicado en “El Observador” el 7 de mayo de 2021
No hay comentarios:
Publicar un comentario