EL PRIMERO
Duele respirar después de un golpe. El aire entra en los pulmones vaciados por el impacto, produciendo un frío de puñal. Tal vez así les ocurra a los recién nacidos al inhalarlo por primera vez, por eso lloran con desgarro.
Siendo más ágil habría salido indemne, para su desgracia, la atrofia muscular producida por meses de inmovilidad se manifiesta. El costalazo lo ha roto por dentro; cuando intenta andar vuelve la punzada, aún más afilada. Quedándose quieto no siente dolor, pero sabe que debe moverse, ser fuerte y apretar los dientes. Ha sido esa inercia, el sometimiento y la inacción de su especie durante generaciones, por lo que se ve allí, tratado como un pedazo de carne.
Si chilla nadie acudirá en su auxilio, demasiados gritos se oyen para hacer caso a uno concreto.
Falta poco para que den las cinco, abran la fábrica y la gente retome la tarea interrumpida por la noche. Es esencial escapar antes; si lo encuentran lo rematarán a palazos e irá a la Infamia que muele y muele, dejándolo hecho pulpa.
Solo debe arrastrarse por el suelo, pegajoso de sangre oxidada, llegar a la ventana, empinarse aguantando el dolor y dejarse caer fuera. Con suerte, el sueño pesado hijo de una cena copiosa, lo protegerá de ellos.
Donde irá no importa, por primera vez en su vida la adrenalina de la libertad le hincha las venas, proporcionándole valor para la fuga.
Cae a plomo, su propio peso lo condena. Ya sabe que no llegará, que no será el primero que lo logre ni se convierta en leyenda.
Huele a hierba, a petricor. Los saborea a pesar del sabor a sangre. No quiere cerrar los ojos y dejar de ver la luna, que existe de verdad y no era un cuento. Se parece un poco a los focos eléctricos pero sin cables. Es atrevida, independiente.
Solo por verla, ha merecido la pena rebelarse.
D. W
* Imagen de autoría desconocida.
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