sábado, 17 de abril de 2021

A PESETA

 A PESETA

Como gracioso oficial del barrio su humor se basaba en ponderar los defectos del prójimo, aún más de la prójima porque reírse de putas y solteronas siempre tuvo mucho éxito.

Al morir Franco, y tras el silencio proverbial de los cobardes, empezó a comprar monedas de peseta. Las vecinas y los críos iban guardando las vueltas y cuando juntaban una cifra redonda se las llevaban para cambiarlas. Las guardaba en bolsas de plástico, de mil en mil, para llevar la contabilidad. 

Se jactaba de no pagar a Hacienda, de haber cotizado lo mínimo trabajando en negro, de apostar impune y suertudamente a la “Rápida”, juego ilegal que aprovechaba el sorteo de “los ciegos”, cuando estos aún no eran “once”

A las rubias las quería para, llegado el caso de que el fisco lo pescara, pagar la deuda con ellas. En su sucia imaginación se veía empujando una carretilla llena de pesetas, sueltas por supuesto, entrando en la Delegación y volcándolas en el suelo, mientras los “chupatintas” se arrodillaban para contarlas. “Que le den a la puta democracia, Franco tenía que haber sido eterno”, desbarraba.

Nunca lo trincaron y cobró una jubilación amasada con el sudor de los “paganos”, como llamaba a los contribuyentes.  

 

Cumplidos noventa años de la proclamación de la II República algunos opinan que fue fatídica, dando gracias que no prosperase. Yo me pregunto cuán distinta hubiera sido la vida de las mujeres de mi familia (y la mía propia) de haberlo hecho. No hubiera existido Elena Francis, los maestros habrían enseñado sin pescozones y rezar no hubiese sido asignatura.

Las nacidas mediados los sesenta no conocimos “el servicio social” pero tampoco la libertad plena de la post-transición. O al menos no sin LA CULPA, sentimiento que nos llegaba desde la placenta. Todas Evas y bautizadas de primer o segundo nombre “María”, como exorcismo para conservarnos puras de pensamiento, palabra, obra u omisión. 

No conocí, hasta bien talluda, la existencia de la bandera tricolor. Dicen que fue obra de un daltónico, o la confusión del término “púrpura” que en heráldica significa “encarnado” o por creer al morado el color de los comuneros castellanos. Pero se erigió en símbolo de los que querían cultura y prosperidad para todos.

La rojigualda nació, a instancias de Carlos III, por un motivo práctico: era vistosa y así los barcos de la Armada Española no se cañoneaban entre ellos. Con el tiempo se la apropiaron los que dicen amar a España, como el de las pesetas.

Líbrenos la vida de esos patriotas.

¡Salud!

D. W



 



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