VERDE SAL
Melusine pasea todas las mañanas por el arrecife de coral. Le basta un suave ondular del vientre para impulsarse. Su aleta sigue siendo poderosa; para las sirenas la edad no es nada. Son tan viejas como el mundo mas, igual que los amaneceres, renacen cada día.
Ellas comprenden en su hondura lo que es la muerte, porque todo inmortal está condenado a perder lo querido una y otra vez.
Gracias a su belleza logró, en sus albores, aparearse con un humano. Así sus hijos unieron las dos sangres y nacieron con piernas. Ella, por sus poderes de hada, las disfruta siempre que se purifique cada sábado con agua de mar. Para esta ceremonia debe estar sola, es condición que ni su más amado la vea en su forma primigenia.
Se acerca a la orilla para recoger una planta que deja un regusto a sal, recordatorio de su origen. Es verde como sus ojos y crece en delicada filigrana. La saborea servida en grandes conchas de nácar, cuyos dueños hace siglos que desaparecieron. Melusine no se alimenta con sus hermanos. Sería canibalismo si devorara a un pulpo, que con donaire se enreda en su cabellera, o delfines, con quienes compite en velocidad.
Llama a la planta Salicornia, por su apariencia de cuernecillos de caracol y su salobre paladar. La toma cruda, pero aprendió a condimentarla con ajos, chiles, azafrán y arroz para hacerla deseable a los humanos.
Casi olvidada su historia, enterrados hace tiempo su marido e hijos ya es leyenda, aunque sus descendientes son granos de arena que conforman playas.
Ahora, Melusine está triste. Las aguas se están despoblando y hasta el coral, por más que lo pode y abone con sus lágrimas, languidece. Solo encuentra seres inertes que llaman plásticos. Los peces los comen, atraídos por sus vivos colores o quedan atrapados entre sus briznas y a ella le faltan manos para rescatarlos. Siente la misma opresión en las branquias, ocultas por el pelo, cuando un remolino de olas le arroja en el rostro esos velos infames.
En las noches sin luna, trepa por la borda de los barcos, y deja en los bolsillos de los navegantes dormidos un ramito de salicornia, mientras le susurra al oído, en el idioma de los cuatro vientos, sus bondades. Hay para todos, es maná sabroso y así vencerán al jinete del hambre, que aplasta bajo sus cascos a media humanidad.
Luego los besa en los ojos, rubricando su mensaje. Poco a poco los convencerá, la sutileza cala más que los gritos de las leonas de mar que el casquivano Ulises, los dioses lo perdonen, confundió con su canto.
D. W
*Publicado en “El Observador” el 26 de marzo de 2021
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