SE TERMINÓ EL ASUNTO (1939)
Cayó en la cuenta de que hacía tiempo que no tenía que poner en remojo sus trapos del mes, al ver en el lavadero los de una vecina.
Descartó la preñez, porque ella y su marido llevaban un año sin catarse. Eso es lo que tiene estar preso por mor de la maldita guerra que, si pierdes, te joden sin joder.
Treinta y ocho años es edad temprana para que la fábrica se pare y temió tener “argo malo”. Las mujeres poseen complejas entrañas para concebir y formar un hijo, no por maravillosas menos delicadas; si la enfermedad las ataca poco arreglo tiene con yerbas y emplastos. Ha oído que en el hospital les meten unas pinzas eléctricas para matar al bicho, cauterizándolo. Pero ninguna sale viva. Al artefacto le llaman “el perro” porque dicen, se siente como si una fiera te mordiera en lo más hondo.
Ella solo conoce la trabajosa bendición de medrar junto a la semilla. Nueve lunas de miedos y anhelos, hinchados tobillos, azules pechos. De sentir, durante el parto, como la muerte se arrima tres veces a la cabecera, excitada por el olor a sangre, ansiosa de presa. El llanto del recién nacido la echa de la alcoba.
Sabe que la tristeza del aborto es roja, la vida malograda se desliza por las piernas, acabando en charco.
Pensando en todo eso mejor quedarse seca; con un chiquillo y el marío preso ya lleva bastante penitencia sin haber pecado.
La partera le baja la falda después de hurgarle con los dedos y palparle el vientre. Ella aguanta sumisa, los ojos perdidos en una lámina desvaída de San Ramón Nonato, protector de parturientas y calumniados. Dándole una palmada en la pantorrilla, la comadre la trae de vuelta.
—Hija, no te noto ná, ni febroma, ni quiste... yo, pá mi, que ya se te acabó el asunto.
—¿Mu pronto, no?
—Cá una tiene su cuerpo y con tanto sinsabore... milagro é que sigan naciendo criaturah.
—Lástima por mi Manué que quería arguno má.
—¡Como el no tiene que parirlo!, anda, no te apure que en tu circunstansia é lo mejó.
La mujer se baja de la mesa, algo dolorida por el trasteo, “¿que te debo?”, pregunta.
—Si puede, dame un cuartillo de aseite.
—Mañana te lo traigo.
—Sin bulla. Y alégrate, que er mundo sigue.
Esa noche, acurrucada con su hijo en el colchón de lana, molde de sus cuerpos, lloró un instante.
“Se terminó el asunto”, pensó. Y se quedó dormida.
D. W
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