SAN PAPÁ PEPE
—Casemos a la niña con un carpintero -dijo Joaquín.
—¡Eso!, así nunca faltará serrín para la caja del gato -aprobó Ana.
—¿Y tú qué dices, Miriam? -preguntaron ambos.
—Que hágase vuestra voluntad, en estos tiempos de a. de C. no me queda otra.
A José, varón desde que nació y después santo, le pareció bien. No sabía que, a los siglos y por un baile de siglas, acabaría llamándose Pepe, por lo de PP (padre putativo) que no es insulto, sino bonhomía criar palomas.
Lo pintan viejo, para subrayar que nada carnal le movió hacia Miriam, como si la edad fuera óbice para ciertas cosas. A resaltar que se hizo el circuito: Nazaret, Belén-Egipto-Nazaret, andando.
Se escogió representante de los padres, solo de los buenos padres, aunque ahí está, con su báculo florecido, cual hombre jarrón sin ser tal, que crió al niño a cuerpo de dios, siendo autónomo de la madera. Con su ejemplo creció (entre olor a resina y cuentos sobre granos de mostaza y perlas) en sabiduría y amor al trabajo hecho a conciencia.
Así educado, Yeshúa, en sus horas postreras, no pudo por menos de clamar “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”
El travesaño de su cruz estaba torcido.
D. W
*Publicado en “El Observador” el 19 de marzo de 2021
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