RESTAÑO
La nostalgia dirigió sus pasos al barrio dónde nació. Ya no existían los redondeados adoquines que conoció de niño.
La antigua panadería era ahora una almoneda; en su escaparate, en vez de bollos, se apiñaban legiones de objetos variopintos, uniformados por el polvo.
Sin saber muy bien por qué empujó la puerta. Graznó la campanilla mohosa que hacía de portera.
El olor a pan de antaño se perdió entre humedad y olvido.
Al fondo de la tienda, una figura encorvada lustraba con esmero un objeto diminuto. Sin mirarlo le invitó a entrar.
—Pase, siéntase libre de mirar cuanto quiera.
Le atrajo un espejo que era ascua desangrándose en luz, herido por un rayo de sol kamikaze que atravesaba el escaparate. Se acercó con la inconsciencia de la polilla, quizá jugándose el tipo.
Le fueron familiares su tacto y envergadura; por fin cayó en la cuenta. Había sido una de las puertas del majestuoso armario de tres lunas, orgullo de sus abuelos, comprado al casarse allá por los años veinte, siendo dos enamorados llenos de ilusión.
En su cristal se habían contemplado cuatro generaciones de su sangre. Campeó la guerra entre colchones de lana que lo resguardaron del retumbe de las bombas.
No sabe las veces que le regañaron por dejar huellas de sus manos ni cuantas muecas hizo para ver si crecían los dientes de pan o el incipiente bigote.
Recordó a su madre, tirando con cuidado de las medias para encarrilar su costura. Y la habilidad del padre con los nudos de corbata, el cigarro guardando equilibrio en los labios.
Aconteceres amargos y codicias lo privaron de las cosas que debieron ser suyas.
Conservaba el mismo marco sin las bisagras pero, por capricho del restaurador, aún con embocadura y cerradura intactas. La llave seguía puesta, invitando a entrar al pasado.
—Se lo lleva por 3.000 €. Es un cristal muy grueso, fíjese en la calidad del biselado.
Para sorpresa del anticuario, ni pestañeó.
—De acuerdo, pero esta tarde debe estar en mi casa.
Su mujer gritó de sorpresa al verlo, justo al fondo del pasillo, dónde hacía siglos quería poner uno.
—¡Es estupendo!, ¿dónde lo has encontrado?, -Inquirió admirándolo.
—Créeme, él me ha encontrado a mi.
Ella se miró el perfil de su silueta deformada. “Cuando nazca lo va a poner perdido con sus manitas”
—Eso espero, - suspiró abrazándola-
Giró la inútil llave y el resorte salió limpiamente, como si la nostalgia le sacara la lengua.
D. W
*Publicado por “El Observador” el 29 de enero de 2021
Las cerraduras antiguas no solo protegían hogares, sino que guardaban historias. Su ingenio mecánico es un eco del pasado, resguardando secretos y ofreciendo seguridad en un mundo moderno.
ResponderEliminar