PUNTADAS
—Vieni qui ragazza! -el soldado con uniforme italiano se hallaba sentado sobre una piedra, no muy lejos del cortijo donde habían levantado el campamento.
Una mujer de ojos celestes sujetó a la chiquilla con aprensión.
—Non aver paura, di non mordere, -el rostro del hombre, tras la áspera barba de varias jornadas, quería ser amable.
Habían sido días terribles. Un reguero de criaturas, provenientes de la ciudad caída, no cesaba de manar. Málaga se desangraba de sus hijos, sin torniquete para la hemorragia. Los veía caer, quedando para siempre en el camino hacia Almería, reventados por las cobardes bombas que llovían del cielo y llegaban del mar.
Los que sortearon la muerte parecían espectros con pies en carne viva. Creyendo huir del infierno se adentraron en él.
Durante tres noches, el cortijo se llenó de criaturas temerosas, mal envueltas en andrajos, acostadas en el suelo, espalda contra espalda. Los dueños de la casa pasaban entre ellos con cuidado para no pisarlos, alumbrándose con candiles, repartiendo alivios de hambre.
La mujer rubia se refugiaba en el cortijo por ser pariente de los amos. Su marido la había llevado allí, junto a su madre y su niña de cuatro años, viendo el mal cariz que tomaba la guerra. Él se volvió a la capital, su pundonor lo obligaba.
Con los desbandaos habían compartido pan y algo de matanza, aunque sus primos escondieron lo más que pudieron. Empezaba febrero, mucho frío y lluvia quedaban por llegar para estar sin víveres.
El soldado tendió su chaqueta a la mujer; un botón colgaba como el ahorcado en una higuera. Le indicó, con una sonrisa provocadora, que lo cosiera. Ella apretó los finos labios y negó con la cabeza. Abriendo sus brazos contestó brava: “carejco de avío y de estómago”
Él sacó del petate un carrete de hilo pardusco y un canutero.
La chiquilla delgaducha los miraba asustada. No había dejado de temblar desde que oyó la primera detonación; solo los cuentos de su abuela la abstraían del horror.
La tensión espesaba los alientos, algunos soldados se acercaron a inquirir qué pasaba. Entonces otra mujer, ya mayor y vestida con hábito del Carmen, intervino.
—Aurelia, cóselo. Por tu hía.
Tragando quina, arrebato la prenda y los materiales que le ofrecía el fascista y allí mismo la arregló. Arrancó de un mordisco el cabo del hilo y lo escupió con rabia.
—Grazie, bella donna. - agradeció el militar con socarronería.
Le devolvió la chaqueta mirándolo desafiante. Él indicó que se quedara con el hilo. Ella, las manos sobre sus flancos, negaba con gesto de repulsión. Ignorando el desprecio de la madre lo puso en las manitas de la hija.
—É un regalo che ti ricordi di me. Ho una ragazza carina come te.
Ninguna de las tres lo entendió pero el soldado sentó a la chiquilla en sus rodillas, enseñándole una foto de su familia, tarareando “Faccetta nera”. Aurelia se hincaba las uñas en las muñecas, demudada.
En cuanto pudo, la pequeña se zafó del empalagoso, corriendo a los brazos de su abuela. La madre le quitó el carrete para arrojárselo al invasor pero una vez más la prudente anciana terció.
—Tente, Aurelia.
Si, había que tenerse. Por los hijos de unos y de otras, para que no se derramaran más lágrimas ni más sangre.
La tierra ya no podía tragar tanto muerto.
D. W
*Durante los días 6, 7 y 8 de febrero de 1937, se produjo en Málaga “La Desbandá”. Entre 100.000 y 150.000 personas salieron de la capital con lo puesto, a pie en su mayoría, emprendiendo una caminata de doscientos km dirección Almería, huyendo de la toma fascista.
Fue el mayor éxodo de nuestra Guerra Civil.
Ilustrado con la portada del libro “Las fotografías de la Desbandá”, de Jesús Majada.
*Publicado en “El Observador” el 5 de febrero de 2020
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