COSAS DE MUJERES
Amadea mandaba comprar todos los jueves media docena de dulces: dos caracolas, dos merengues y dos locas porque ese día la visitaba Catalina, una prima hermana muy querida.
Cercanas a los ochenta las dos seguían con su costumbre, Amadea vivía con su hija, yerno y dos nietos; Catalina más sola que la una.
Las dos mujeres tomaban su vaso de cebá con leche condensada en la cocina si era invierno o en la mesita del cierro si era verano pero siempre muy calentita, “fría no vale ná” se decían sorbiendo sonoramente para no quemarse. Al fin las dos eran casi sordas.
Comían un dulce cada una y según pacto tácito, Catalina se llevaba otros dos para su cena y desayuno del día siguiente. Las caracolas, más duras de hincar el diente, eran para los niños que jugaban alrededor de ellas.
Catalina suspiraba entre bocado y bocado, derramando alguna lágrima y lamentando el no haber tenido hijos, “con lo que el Mariano y yo hicimo pá no tenerlo... creyendo que tiempo habría y mira, con treinta y seí año se lo llevó un mal aire”.
La nieta, que despuntaba ya tetillas, al oír estas cosas aguzaba el oído. En el colegio le habían explicado, más o menos, como se hacían los críos pero no como no hacerlos.
—Yo tuve una y es mi vejé... pero no vinieron má porque nos casamos ya polletones, sabe tú que el Teodoro no quiso tomá estado hasta que su madre murió, que llega a tardá má mi suegra en espicharla y me muero mosita. Nosotro nunca hisimo trampa, a los treinta y ocho dejó de venirme “el primo” y sé serró la fábrica.
—Po yo hice de tó, desde estornúa despué y lavarme con vinagre hasta la goma, aunque a mi marío poca gracia le hasia... la lavaba y entalcaba hasta que se rompía y había que comprá otra... de mientra fiarme de que la sacara a tiempo.
—Niña, ¿pero a ti te gustaba tanto...el asunto?
—¡Digo, má que este durse!
—¡Ay, pos a mi no!, ¿tú sabe que nunca le di un beso en la boca al Teodoro?
—¿Y por qué?, -preguntó la otra dejando el pastel a medio roer-
—Con la de mecrobio que hay... ¡eso é ezquerozo!
—¡Ou, prima po entose, de meterse el pito en la boca meno, ¿no?
La niña hacía como que estaba entretenida haciendo pulseras con plásticos de colores pero no perdía puntá de la charla.
—¿Y tú sí?, ¡vargame Dio de lo que se entera una!
—Chocho, tú te lo perdiste, y ¿él a ti tampoco te comía...?
—¡Meno!, -cortó tajante- eso son visios, un hombre que quiera bien a su mujé no la obliga a eso.
—Que no me obligaba, que a mi me gustaba...
—Come y calla, anda, que hay ropa tendía, -advirtió Amadea a su prima al ver a la niña demasiado quieta.
Esa noche, mucho después de irse Catalina merendá y con sus dos dulcecitos, ya acostadas abuela y nieta que compartían cuarto le dio a la primera por preguntar a la segunda.
—Niña, ¿tu ha escucháo argo de lo que hemo hablao la prima y yo?
—Sí, ágüela... que hacía sesenta y nueve con er marío, -le contestó muy formal.
Amadea se quedó pensativa echando cuentas; no le cuadraba que fuesen tantos de familia.
D. W
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