miércoles, 28 de octubre de 2020

JUBILETA

 JUBILETA

Ni en mil años hubiese imaginado dejar de poner el despertador para ir a trabajar antes de cumplir los cincuenta. La jubilación le llegó como un rayo. 

Procuraba ver el lado positivo, relajarse y disfrutar de su familia pero le daba cargo de conciencia no estar currando, como correspondía a su edad. Todos sus amigos andaban inmersos en un mundo laboral del que él había sido excluido. “¡No sabes la suerte que has tenido, macho!”, le decían. Si, alegría de los cojones cambiar el trasiego de la vida por la enfermedad que te esclaviza.

Le resultaba rara la mansedumbre de las horas domésticas. El silencio quebrado por el zureo del frigorífico o la incombustible locuacidad de la tele. Aprendió el horario de la furgoneta del tapicero, del panadero y de la moto del cartero.

Se hizo amigo de dos gatos que merodeaban por los tejados invitándolos al aperitivo de las doce y se doctoró en quitar las hebras a las habichuelas verdes con precisión quirúrgica.

No era de sentarse en un banco a echar pan a cotorras y palomas al lado de gente cuarto de siglo mayor y cuyas conversaciones salpicaban con las palabras “tension, sintrom, radiografía” como un mantra. Él también se encontraba mal pero no gustaba airearlo. Sintiéndose en tierra de nadie sufría para amoldarse a su nuevo estado de amargo far niente.

La puntilla se la dio quien fuera su jefe durante treinta años. Acostumbrado a las continuas bajas de los últimos tiempos la noticia de la ida no le vino grande, “tu sustituto ya te ha superado en producción, no te preocupes” -le dijo sin temblarle la voz ni la vergüenza cuando fue a cobrar el finiquito.

Recordó las horas extras sin pagar, los minutos de su vida regalados por quedarse a terminar un encargo, las noches de insomnio pensando en lo que había quedado pendiente ... y se sintió imbécil habiendo llenado los bolsillos de quien siempre lo considero prescindible. Como castigo por haber enfermado se le negó hasta el patético reloj que se regala en estos casos.

Sus compañeros le despidieron fríamente, algunos eran nuevos y apenas lo conocían pero a otros les había cubierto las espaldas muchas veces. Las mismas que ahora le volvían a él. Desde ese día siente un dolor sordo en el antebrazo. Tal vez se dañara alguna fibra muscular al hacerle el corte de mangas a la empresa y su puta madre.

D. W

*Publicado en “El Observador” el viernes 23 de octubre de 2020.




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