El SÉPTIMO DÍA... (USA 1960)
“Después de veinticinco años casados en régimen unicelular volvemos a ser dos. El chico ya creció y corre por ahí picando flores hasta que dé con su planta carnívora y lo domestique.
Cuando éramos una familia los weekends, si hacia bueno, se dedicaban a pescar y hacer picnics en el lago. En invierno cine, encasquetarse el gorro de Daniel Boone hasta las orejas y jugar al Scrabble hasta la hora de la cena. Un hijo condiciona mucho.
Ahora Georgina y yo hemos llegado a un pacto tácito. Los viernes tarde hacemos las grandes compras y los sábados la saco a cenar y a tomar una copa. A cambio los domingos son libres. Yo los empleo en leer, dormir y comer en mi bandeja mientras veo westerns y béisbol en la televisión, recostado en MI adorado sofá de chenilla roja. Si pudiera pedir un deseo sería estar a solas con él hasta que oyese a los ángeles tocar las trompetas llamando al Juicio Final.
Ella se dedica a sus cosas. Ya no hornea pasteles pues sus caderas se han redondeado demasiado con la edad por eso salta a la comba en el garaje, se da un largo baño seguido de friegas y lee en el “Reader Digest” artículos para cultivarse, compensando así la flaccidez corporal.
Eso es la felicidad, vivir bajo el mismo techo sin estorbarse.
Cuando oí el teléfono pensé que sería el chico pidiendo algo, de los hijos no se libra uno tan fácilmente, pero la voz de Georgina sonaba sorprendida. Después de colgar la vi salir como un bólido volviendo al minuto vestida de calle.
—¿Donde vas? - inquirí.
—¡Ya están aquí!, -dijo ella a la vez que un timbrazo anunciaba visita.
—¡Que alegría veros...! pese a las circunstancias...
La sangre se me arremolinó en las arterias e intenté esconderme bajo el sofá junto a Spock pero la maldita urbanidad que me inyectaron de niño me hizo recoger los periódicos, atusarme el pelo y salir a saludar.
Eran dos amigas de mi mujer y sus esposos, venidos desde New York al funeral de una tía lejana que les había dejado algunos dólares. Aprovechando el “impasse” nos visitaban.
No los veíamos desde nuestra boda.
Sacó Georgina el bourbon y la caja de pastas que guarda para los compromisos. A las mujeres les ofreció preparar té pero dijeron que no se molestara... que lo mejor para bajar penas es el brandy.
Yo me senté en el borde de una silla, como una maldita gallina en un palo, pues MI sofá lo ocupaban los intrusos, aterrado al pensar que pudieran chamuscar la hermosa tapicería con sus cigarrillos.
El reloj avanzaba y no se movían. Llegó la hora de la cena y tuvimos que descongelar salchichas y aumentar con agua dos latas de sopa Campbell, además acabaron con mi reserva de cerveza.
Terminaba este infausto domingo cuando soltaron la bomba:
—¿Sabéis de algún sitio económico para pasar la noche?, nuestro tren no sale hasta mañana.
—¡Nada de eso, -les cortó mi mujer- os quedáis aquí!.
Ella aún conserva el recuerdo de la terrible escena de la ducha en “Psicosis” y le ha tomado manía a los moteles, “ponemos el cuarto de huéspedes y el nuestro a vuestra disposición. Yo dormiré en la habitación del chico y John... en SU sofá, ¿verdad, querido?”, largó mirándome con sus fríos ojos azules. Su política de hechos consumados me dejó KO.
Tras las negaciones de rigor se procedió al trasiego de cambiar sábanas y sacar mantas.
Cuando todos se fueron a sus cálidos lechos yo quedé allí, con la colcha patchwork deslucida y la almohada más dura.
Spock, el perro traidor, se fue tras su ama dejándome solo con MI sofá.
Ten cuidado con lo que deseas que lo mismo se cumple”.
D. W
Fotografía: Ilustración de George Hugles, “Visitantes de domingo” 1954
Publicado por “El Observador” el 16 de octubre de 2020 |
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