sábado, 31 de octubre de 2020

MARIPOSAS PÁ LOS MUERTOS, BATATAS PÁ LOS VIVOS

 MARIPOSAS PÁ LOS MUERTOS, BATATAS PÁ LOS VIVOS.  (1940)

Todos los meses son noviembre en postguerra. Se solapan los cortes de luz haciendo más duro el invierno, consumiendo velas y los ojos que a su amparo sobreviven. 

Una mujer dispone sobre la mesa cartones y corchos de botellas que ha ido pidiendo por las tiendas.

Con paciencia filetea los cilindros, recorta el cartón a la misma circunferencia y los junta. Los agujerea por medio e introduce un torcido de hilo, que previamente ha encerado derritiendo cabos de vela. Aplasta el cerillo en la base. 

Llena un plato con agua y vierte sobre ella una lámina de aceite, en este mar fleta su creación. Prende el cabo, que ella llama velillo, y surge una luz nítida duplicada por el reflejo del óleo.

Enciende una por cada ausente, mentándolo en voz alta mientras su niña repite los nombres con lengua de trapo.

La última llamita será “pa aquellos difunto de loh que nadie zacuerde. Amén”.

Le llueven encargos porque son duraderas y más baratas que las velas, así que toda la familia se afana fabricando estas mariposas de luz, alumbrando de paso su endeble economía.

 

Cuando va a la cárcel a visitar al marido se pone una gota del perfume comprado en tiempos mejores. Es su forma de acariciarlo, otra no hay. 

Mientras recorre el pasillo junto a las demás los encarcelados las requiebran, “¡vivan lah muhere guapah!”. Percibir el olor femenino tan fieramente añorado les recuerda que siguen vivos. Son presos sin delito, víctimas de tiempos extraños.

“Estamoh haciendo mariposa entre tó. Con ezo, y la costura  echaremo pa lante”, consuela a su hombre.

Él agacha la cabeza, “que bien hueles” y se le saltan las lágrimas.

 

La víspera de los Santos la radio emite “Don Juan Tenorio”. 

Da gustillo pasar miedo de mentira con los muertos que se filtran por las paredes, reírse con Ciutti y sufrir con Brígida y doña Inés del alma mía. Un paréntesis a las penurias con final celestialmente apoteósico. 

Cenan batatas cocidas, pasadas con buches de cebá endulzada con un caramelo mientras centellea tenuemente el único ojo verde del receptor, como un cíclope manso.

D. W 

 


miércoles, 28 de octubre de 2020

JUBILETA

 JUBILETA

Ni en mil años hubiese imaginado dejar de poner el despertador para ir a trabajar antes de cumplir los cincuenta. La jubilación le llegó como un rayo. 

Procuraba ver el lado positivo, relajarse y disfrutar de su familia pero le daba cargo de conciencia no estar currando, como correspondía a su edad. Todos sus amigos andaban inmersos en un mundo laboral del que él había sido excluido. “¡No sabes la suerte que has tenido, macho!”, le decían. Si, alegría de los cojones cambiar el trasiego de la vida por la enfermedad que te esclaviza.

Le resultaba rara la mansedumbre de las horas domésticas. El silencio quebrado por el zureo del frigorífico o la incombustible locuacidad de la tele. Aprendió el horario de la furgoneta del tapicero, del panadero y de la moto del cartero.

Se hizo amigo de dos gatos que merodeaban por los tejados invitándolos al aperitivo de las doce y se doctoró en quitar las hebras a las habichuelas verdes con precisión quirúrgica.

No era de sentarse en un banco a echar pan a cotorras y palomas al lado de gente cuarto de siglo mayor y cuyas conversaciones salpicaban con las palabras “tension, sintrom, radiografía” como un mantra. Él también se encontraba mal pero no gustaba airearlo. Sintiéndose en tierra de nadie sufría para amoldarse a su nuevo estado de amargo far niente.

La puntilla se la dio quien fuera su jefe durante treinta años. Acostumbrado a las continuas bajas de los últimos tiempos la noticia de la ida no le vino grande, “tu sustituto ya te ha superado en producción, no te preocupes” -le dijo sin temblarle la voz ni la vergüenza cuando fue a cobrar el finiquito.

Recordó las horas extras sin pagar, los minutos de su vida regalados por quedarse a terminar un encargo, las noches de insomnio pensando en lo que había quedado pendiente ... y se sintió imbécil habiendo llenado los bolsillos de quien siempre lo considero prescindible. Como castigo por haber enfermado se le negó hasta el patético reloj que se regala en estos casos.

Sus compañeros le despidieron fríamente, algunos eran nuevos y apenas lo conocían pero a otros les había cubierto las espaldas muchas veces. Las mismas que ahora le volvían a él. Desde ese día siente un dolor sordo en el antebrazo. Tal vez se dañara alguna fibra muscular al hacerle el corte de mangas a la empresa y su puta madre.

D. W

*Publicado en “El Observador” el viernes 23 de octubre de 2020.




lunes, 26 de octubre de 2020

CUESTIÓN DE CAPACIDAD

 CUESTIÓN DE CAPACIDAD

Hay dos cosas que a la mayoría de las féminas nos cuesta un quebradero de cabeza encontrar a plena satisfacción: bolso y sujetadores.

Encontrar el primero es más liviano porque no hay que desnudarse para comprobar su idoneidad. No debe pesar, ser muy grande ni muy chico. Que vaya bien con todo, que sus asas sean benignas. Aparente pero asequible, con bolsillos y departamentos suficientes. Indeformable aunque metas la chaqueta con la percha dentro y de material piadoso, por eso de no pasear al hombro los despojos de un inocente.

La búsqueda del sostén es un incordio. Hay que probarse una prenda que se abrocha por detrás y cuya talla se rige por letras y números como el álgebra, entrando al probador cargadas con ristras de ellos.

Las mujeres mastectomizadas viven un calvario adicional, deben ir a ortopedias donde la oferta es limitada y sosa, o comprar prótesis y acomodarlas en uno que no acabe enrollándose como un foulard. 

Una joven diseñadora ha creado un sujetador con una sola copa, el efecto es asimétrico como la nueva silueta a la que quieren acostumbrarse y no ocultar. Lo ha llamado “LOLA”, otro nombre que designa a las domingas pero en singular. 

Los pechos tienen vida propia, su volumen y forma varían dentro de un mismo mes y brutalmente durante y después de preñez  lactancia. Tras la menopausia es cuando su dueña por fin los conoce, la teta è mobile y ningún sostén perfecto. El que sale cómodo se usa hasta acabar en harapos mientras tres docenas se ríen en el cajón. Poseyendo los senos músculos que sucumben a la tozuda gravedad es derroche tanta munición. 

No hay pecho caído sino vivido.

Ambos, sostén y bolso, acaban siendo cuestión de capacidad.

A pesar de ser lo femenino inabarcable.

D. W


miércoles, 21 de octubre de 2020

YO, PERRO

 YO, PERRO

Mírame Ama, me tiendo a tus pies exponiendo mi vientre. Ráscame como acostumbras, porque confío en ti no temo mostrarme vulnerable.

Sin embargo seré fiero para defenderte, o a tu casa o a tus hijos.

Te di mi calor cuando vivíamos juntos en cuevas, guardando tus espaldas de un mundo hostil aún por estrenar. A cambio me dejabas acercarme al sol que fabricabas cada noche.

Pobre o rica te amé, con pan duro o manjares. En promesa tácita nos dimos el sí quiero hasta el final de la senda. 

Me licencié en ser  “mejor amigo del humano” aunque a veces no sea a la viceversa.

Nací o me hiciste dócil y leal, olvidadizo de rencores. No me importa tu piel lampiña ni tu olor raro.

Ven a tomar el sol conmigo que no sé de mañanas ni de ayeres.

Se Perra hoy y hablemos ladrido a latido.

D. W

 *Fotografía: Emilito, uno de mis podencos rescatados.

Relato publicado por “El Observador el viernes 16 de octubre de 2020.




domingo, 18 de octubre de 2020

EL SÉPTIMO DÍA. (USA 1960)

 El SÉPTIMO DÍA...       (USA 1960)

“Después de veinticinco años casados en régimen unicelular volvemos a ser dos. El chico ya creció y corre por ahí picando flores hasta que dé con su planta carnívora y lo domestique. 

Cuando éramos una familia los weekends, si hacia bueno, se dedicaban a pescar y hacer picnics en el lago. En invierno cine, encasquetarse el gorro de Daniel Boone hasta las orejas y jugar al Scrabble hasta la hora de la cena. Un hijo condiciona mucho.

Ahora Georgina y yo hemos llegado a un pacto tácito. Los viernes tarde hacemos las grandes compras y los sábados la saco a cenar y a tomar una copa. A cambio los domingos son libres. Yo los empleo en leer, dormir y comer en mi bandeja mientras veo westerns y béisbol en la televisión, recostado en MI adorado sofá de chenilla roja. Si pudiera pedir un deseo sería estar a solas con él hasta que oyese a los ángeles tocar las trompetas llamando al Juicio Final.

Ella se dedica a sus cosas. Ya no hornea pasteles pues sus caderas se han redondeado demasiado con la edad por eso salta  a la comba en el garaje, se da un largo baño seguido de friegas y lee en el “Reader Digest” artículos para cultivarse, compensando así la flaccidez corporal.

Eso es la felicidad, vivir bajo el mismo techo sin estorbarse.

Cuando oí el teléfono pensé que sería el chico pidiendo algo, de los hijos no se libra uno tan fácilmente, pero la voz de Georgina sonaba sorprendida. Después de colgar la vi salir como un bólido volviendo al minuto vestida de calle.

—¿Donde vas? - inquirí.

—¡Ya están aquí!, -dijo ella a la vez que un timbrazo anunciaba visita.

—¡Que alegría veros...! pese a las circunstancias...

La sangre se me arremolinó en las arterias e intenté esconderme bajo el sofá junto a Spock pero la maldita urbanidad que me inyectaron de niño me hizo recoger los periódicos, atusarme el pelo y salir a saludar.

Eran dos amigas de mi mujer y sus esposos, venidos desde New York al funeral de una tía lejana que les había dejado algunos dólares. Aprovechando el “impasse” nos visitaban.

No los veíamos desde nuestra boda.

Sacó Georgina el bourbon y la caja de pastas que guarda para los compromisos. A las mujeres les ofreció preparar té pero dijeron que no se molestara... que lo mejor para bajar penas es el brandy.

Yo me senté en el borde de una silla, como una maldita gallina en un palo, pues MI sofá lo ocupaban los intrusos, aterrado al pensar que pudieran chamuscar la hermosa tapicería con sus cigarrillos.

El reloj avanzaba y no se movían. Llegó la hora de la cena y tuvimos que descongelar salchichas y aumentar con agua dos latas de sopa Campbell, además acabaron con mi reserva de cerveza.

Terminaba este infausto domingo cuando soltaron la bomba:

—¿Sabéis de algún sitio económico para pasar la noche?, nuestro tren no sale hasta mañana. 

—¡Nada de eso, -les cortó mi mujer- os quedáis aquí!. 

Ella aún conserva el recuerdo de la terrible escena de la ducha en “Psicosis” y le ha tomado manía a los moteles, “ponemos el cuarto de huéspedes y el nuestro a vuestra disposición. Yo dormiré en la habitación del chico y John... en SU sofá, ¿verdad, querido?”, largó mirándome con sus fríos ojos azules. Su política de hechos consumados me dejó KO. 

Tras las negaciones de rigor se procedió al trasiego de cambiar sábanas y sacar mantas.

Cuando todos se fueron a sus cálidos lechos yo quedé allí, con la colcha patchwork deslucida y la almohada más dura.

Spock, el perro traidor, se fue tras su ama dejándome solo con MI sofá.

Ten cuidado con lo que deseas que lo mismo se cumple”.

D. W

Fotografía: Ilustración de George Hugles, “Visitantes de domingo” 1954


Publicado por “El Observador” el 16 de octubre de 2020

sábado, 17 de octubre de 2020

HASTA EL NABO

 HASTA EL NABO

Van ya [(n) elevada a la enésima potencia] las amigas que me cuentan recibir por Messenger fotografías o vídeos protagonizados por pitos que no conocen, al menos bíblicamente. Y no son mujeres de las que, como se decía antes, tienen perfiles donde “van pidiendo guerra”, parece que algunos “onvres” disfrutan invadiendo la intimidad. 

Contaré algo que me paso a mi y no es más que una anécdota light de lo que nos sucede docenas de veces en la vida a toda mujer, seamos joven, madura, lesbiana o trans.

Yo tenía veinte años y trabajaba tras un mostrador, era mediodía, casi hora de cerrar. Entró un joven y empezó a curiosear. Me dio las buenas tardes, se acercó y me dijo educadamente: “¿me puedes aclarar una duda?”,“claro”, respondí sonriendo.

Dando un salto hacia atrás se bajo los pantalones y señalándome “lo suyo” me gritó: “¡¿que te parece esto?!”, y salió corriendo.

Cerré, refugiándome en la trastienda llorando, sintiéndome tan vulnerable como perro abandonado en autopista. Solo lo conté a una compañera y me soltó: “normal, como vas vestida “así”’... la culpa, por tanto, fue mía y no del impresentable.

Años después yo aconsejaba a mi hija cruzar de acera si veía un grupo de tíos, hacer oídos sordos a los comentarios, no volver tarde, no, no, no...”¡NO!, -me dijo ella-  la calle es de todos, son ellos los que deben aprender a respetarnos. Si nosotras rehuimos el problema les otorgamos el poder, aprovechando nuestro miedo y sentimiento de culpa”. Y entonces vi, como dice el salmo.

Desgraciadamente hay mujeres “decentes” que defienden a “los pobres esclavos de sus hormonas que las calientapollas sublevan, que se aguanten si las tratan como a putas”.

A las pruebas me remito que no es así.

Estos cobardes exhibicionistas se escudan tras perfiles falsos para entrar en nuestras casas, soliviantarnos y hacernos sentir menos que nada pero no tienen los güevos de los que presumen. Muchos no pretenden ligar sino humillarnos.

No les demos el gusto, riámonos fieramente de sus colgajos.

Nosotras decidimos que portañica abrir, cuando y donde; valoramos el género en conjunto no por un pespunte en concreto.

El rabo no hace al hombre.

D. W 



jueves, 15 de octubre de 2020

EL CHIVI

 EL CHIVI 

La niña abrazaba al chivo a pesar de su olor raro y su pelo áspero porque era torpe y tontuno como ella. Sus primas se reían porque cuando se lo enseñaron creyó que era un perro y quiso sacarlo a pasear. 

—¡Que pava eres!.

El Chivi vivía en la casa de los abuelos del campo así que sólo podía verlo los fines de semana. Compartían la merienda mientras ella se miraba en el espejo de sus ojos marrón convexo.

Un domingo encontró el establillo vacío.“Sas escapáo” le dijeron señalando en collar vacío, aún enganchado a la cadena.

La chiquilla quería ir a buscarlo, “ya aparecerá” acordaron todos. De nada sirvieron sus llantos, “estás imposible hija” decían sin hacerle caso.  

La abuela preparó para almorzar un guiso espeso de papas con carne, ella se negó a comer hasta que no volviera su amiguito.

—O comes o te doy, -amenazó el padre y no en vano. La cucharada se le hizo bola pero la tragó.

Sus primas se miraron muertas de risa. La boca pringosa de la más grandullona silabeó malignamente: “yo se donde está el chivo”. Puesta de pie palmeaba su barrigota aullando: “¡Aquiiiiiii!”.

La niña sintió las rubias pestañas del Chivi cosquilleándole la garganta. Llegó la náusea pero no vomitó.

La carne amada quedó dentro como una comunión.

D. W







 




 

miércoles, 14 de octubre de 2020

NO SIN MI YOGÚ

 

NO SIN MI YOGÚ

No tenía más remedio que llegarse al súper el sábado, único día que podía acompañarla su marido. 

Y es que a una semana de dar a luz y con una hija de tres años en plena efervescencia se sentía incapaz de ir sola.

Empujaba trabajosamente el carrito con la chiquilla sentada en él estirando mucho los brazos pues mediaba el barrigón. 

—Mami bájame.

—Pero pegadita a mí, no te vayas a perder.

Levantó a la niña sintiendo un latigazo en los riñones y una dolorosa contracción. Se agarró al stand de perfumería e hizo la respiración aprendida en el cursillo pre-parto .

—No cojas más pamplinas que este mes llevamos mucho gasto,  -le regañó el marido-

Ella soltó aire por la nariz y siguió la ruta.

En el pasillo de los lácteos un letrero amarillo anunciaba que los yogures con fecha de caducidad inferior a una semana saldrían GRATIS.

El hombre rebuscó.

—¡Mira estos!, -dijo eufórico al encontrar la ganga, apropiándose de dos docenas-

—Son de higos y pitangas, no nos gustan. 

—Nena, a caballo regaláo...y te conviene el calcio.

Pocas ganas tenía ella de discusión, al llegar a casa le esperaba colocar la compra, tender la lavadora y bañar a la cría.

La cajera había pasado ya medio carro cuando vio la ristra de yogures a caballo entre los alambres laterales.

El hombre, lleno de satisfacción, anunció:

—Estos gratis que cumplen la oferta 

—A ver... -dijo la empleada esculcándolos con el aparato pertinente-, No, no me salen en promoción.

—¿Como que no?, ¡llame usted ahora mismo al encargáo!,- el vivaz comprador entró en modo “a mi no me engaña nadie”.

La cola crecía en clientes expectantes en ver cómo acababa el sainete mientras cajera y marido esperaban al jefe, enfrascados en un lío de cuentas.

Y la embarazadísima saliendo de la suya.

—Cari, vámonos, -susurró.

—¡No sin mis yogures!  -gritó épicamente sin mirarla-, ella apoyó su inmensa gravidez en el stand de las pilas y cerró los ojos.

La chiquilla, nerviosa, tiró de la pernera a su padre: 

—Papi, que la mami sá hecho pipí.

Se giraron todas las cabezas y vieron unas manoletinas nadando en un charco.

Cuando volvió en sí después de la cesárea una enfermera la recibió alegremente:  “has tenido un niño muy guapo, ¿como le vas a  poner?”.

Aún desnortá por la anestesia respondió:

—DANONE.

D. W 

*Publicado en “El Observador” el viernes 9 de octubre de 2020.




lunes, 12 de octubre de 2020

SIERVA

 SIERVA  

Josefita no tenía los catorce cuando su tía la metió a servir en una casa, por calle Compañía. 

La señora dudó, “parece endeblita”.

—¿Esta?, ¡que va, pa trabajá é una mula, ya verá osté!.

—Bueno déjamela. La llamáremos Fita, que es más corto.

Quedó de interna. Dormía en el cuartito cercano a la puerta de servicio. Le pareció palacio, con catre para ella sola.

La señorita le llevaba tres años y pasaba las mañanas bordando. 

Por las tardes, después de la siesta, se acicalaba para la tertulia.

La existencia de las dos muchachas no podía ser más dispar a pesar de cubrirlas el mismo techo.

Doña Adelina tuvo un novio. La guerra se lo llevó y aunque no llegaron a recibir las bendiciones le guardó estado de viudez. 

Fita hacía la casa plegándose a las excentricidades de su ama, “la pobrecita tiene mal los nervios desde el 36”.

Debía lavar la ropa a mano, incluyendo toallas y sábanas y planchar hasta las ruillas. “Las lavadoras no desinfectan, destrozan”, sentenciaba la señorita.

Oían misa diaria, ambas con velillo, pero las diferenciaba la buena ropa, el corte de peluquería y las perlas de una con el coco canoso y la batita de percal de la otra.

Rozaba los ochenta años doña Adelina cuando decidió irse a una residencia, así se lo dijo a Fita:

—Niña, me ha dicho don Jesús el administrador que con mis  rentas y la venta del piso podré pagarme la estancia hasta que Dios me llame.

—¿Y cuando noh vamo?.

—No, tú no. Para las dos no llega, me ha dicho don Jesús que te puedes quedar en el hueco escalera, blanqueado quedará muy bien. Y con los ahorros que debes tener... ¡porque hija, nunca has gastado en nada!.

Fita la miraba asombrada, ni recordaba la última vez que le pagó, ¡si ni estaba asegurada!. Doña Adelina siempre decía que eso eran tonterías habiendo confianza.

Se sintió menos que perra de compañía. 

El estupor rompió en pregunta, “¿pero allí lavan a mano?”.

—Naturalmente, dice don Jesús que es como un hotel de lujo, dado lo que cuesta... el piso lo vendo amueblado, tú puedes quedarte con una cosa, de recuerdo.

 

Fita, tendida en su catre, miraba hacia el ventanuco que daba al ojopatio. Sintió las dos en el reloj del comedor.

Atravesó a oscuras y descalza la casa en la que había vivido toda su vida. Tanteó un cajón sacando de él un antiguo mantel de hilo, lo dobló en pico poniéndoselo como un mantón.

Salió al rellano y subió a la azotea.

A la luz de la luna las ropas tendidas parecían fantasmas de los que asustan a los niños.

Pasó entre ellas para percibir el aroma a jabón, a limpieza que cuesta sabañones. El olor de su miserable existencia.

Desde tan arriba las tres cruces que rematan la iglesia del Sagrado Corazón se veían cercanas y solemnes.

Sin miedo se sentó sobre la barandilla, de espaldas a la calle.

Quería irse con las pupilas llenas de estrellas.

 

“Envuelta en el mantel holandés, ¡qué avenate le daría!...le he dicho a don Jesús que yo le pago el sepelio. No quiero que me despellejen por dejar que la entierren en fosa común -protestaba doña Adelina-, pero el más económico, claro está, al fin sólo era una criada”. 

D. W

*Publicado en la revista “El Observador” el 9 de octubre de 2020.

Fotografía propia.

 




jueves, 8 de octubre de 2020

EL PRETENDIENTE

 EL PRETENDIENTE   (1885)

Cuando su padre murió le dejó una modesta pensión y algunas rentas, suficientes para estudiar o hacerse un oficio pero prefirió comérselas directamente. 

Dos únicas aficiones tenía el pollo, recorrer fervorosamente las estaciones de “Siete revueltas” donde jugar perdía la acepción infantil del verbo y su melena, de un rubio natural ondulado que hubiese hecho bizquear a Botticelli. 

Al tahúr le vino racha huracanada despeinándolo, contrayendo deudas inasumibles para tan corta bolsa. A su madre, que se hacía la ciega, los feroces charranes le abrieron los ojos. Ni vendiendo lo que tenían bastaba para cerrar la pupa. 

Como trabajar no se contemplaba decidieron que un braguetazo arreglara el asunto.

La elegida fue una hija de prima segunda que pasaba la treintena, heredera de varias bodegas, fincas y casa en la Alameda.

Era agraciada pero espantaba a los pretendientes un asunto habido con un torerillo que la malogró, desapareciendo después tras la barrera. No ingresó en convento por ser su padre de buen alma pero la chiquilla quedó marcada, abocada al cierro como canario a la jaula.

Poco escrupuloso era nuestro Sansón y pasó a cortejar a la heredera coincidiendo con ella en misa y ofreciéndole de su mano el agua bendita, el lejano parentesco dio pie a la conversación y el taimado entró en su casa.

El padre, como es natural, pidió informes del interesado a vinateros que frecuentaban “La Escribanía” y la casa de “Manolillo la Jigona”, resultando ser por allí mas conocío que la ruá. Una vez empapado de tó hizo sus cuentas.

Llamó al pretendiente preguntándole a bocajarro por sus intenciones.

—Tomar a su hija cristianamente por esposa y hacerla muy feliz. 

—Le supongo al tanto del desliz de la desdichada.

—Habladurías maledicientes!, pero aunque fuese verdad el amor profundísimo que siento por ella me hace perdonar su falta.

“¡Canalla!” pensó el hombre, pero autorizó el noviazgo.

Se iba a anunciar la buena nueva el domingo, tras una comida familiar a la que acudirían los íntimos.

Encargó el bodeguero a la cocinera que comprara bacalao pidiéndole algo que la asombró: “guárdame er pellejo y me lo  traes esta noche al despacho”.

Llegó por fin el día tan deseado por la niña, el novio y la suegra.

Celebróse el almuerzo y a los postres salieron al patio. Estaba la parejita bajo un jazmín recibiendo parabienes cuando el dueño de la casa, señalando a las alturas sobre la testa del novio gritó: “¡Valiente salamanquesa más gorda!”.

El melenudo, creyente acérrimo de la leyenda que culpa a estos diminutos dragones de escupir y dejar calvo, se puso a resguardo bajo el polisón de su novia, chillando femenilmente, “ay, mis guedejas!”.

Quedó patente ante todos la cobardía y el “amor” del pretendiente .

La muchacha lloraba, evaporado su sueño nupcial pero secó las lágrimas con el informe que le presentó el padre, “además la salamanquesa era de mentira, la recorté del pellejo del bacalao, mira”. Sacó de un cajón la silueta escamosa, sus ojillos de clavos de olor  parecían decirle:

“¡De buen moscardón te libráo!”.

D. W

*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 2 de octubre de 2020.








martes, 6 de octubre de 2020

OCTUBRE

 OCTUBRE 

Se percibe en la atmósfera la frescura prometida, coleando aún los calores del membrillo. El sol incita a enroscarse con su ternura, aprovechad, no se sabe si mañana vendrán nubes.

Palpita en la mano la granada de infinitos corazones encendidos; la luz oblicua hace trampantojos atravesando las persianas con mansedumbre de fiera circense.

Fuera, los árboles locos empiezan su striptease sin acordarse de que pronto llegará el frío.

D. W

*Fotografia: pintura al óleo de Elena Montull.

*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 2 de octubre de 2020.




domingo, 4 de octubre de 2020

EL DE ASÍS

 EL DE ASÍS

En 1182 nació, en el seno de una rica familia italiana, un niño que fue bautizado como Juan Bernardone aunque pasaría a la historia con el nombre de Francisco de Asís.

De esta forma dejó clara la renuncia a los privilegios de su rango, convirtiéndose en persona entregada a los demás.

Se dice que Francisco era capaz de entender a los animales entablando con ellos provechosas conversaciones, incluso convenció a un lobo para que no matara a las gallinas de las granjas cercanas. Cuenta la leyenda que las aves formaban sobre su cabeza bandadas haciendo la señal de la cruz; todas las mal llamadas bestias veían en aquel humano a uno de los suyos.

Daba el dulce nombre de “hermano” a todos los organismos pues decía que lo creado por Dios está hecho de la misma materia, también lo inanimado como dejó escrito en su “Cántico de las Criaturas” que no se enfoca en alabar a la divinidad sino en el respeto debido a todos los seres.

Es por eso el patrón de Veterinarios y Animalistas, de los Guardias forestales y de los Ecologistas (menos de los idiotas que, autodenominándose así, afirman que los gatos están acabando con los pájaros, eso lo hacen los cazadores, exterminándolos a miles con sus infames costillas y redes).

La iconografía de este santo es extensa, siempre representado con el sayal franciscano ceñido con el cordón de tres nudos significando los votos de pobreza, castidad y obediencia, con estigmas en las manos y los pies, usualmente rodeado de animales.

Quiero ilustrar este pequeño homenaje a mi patrón con la pintura que de él hizo el Greco. Se conserva en la capilla del antiguo Hospital de Mujeres de Cádiz, siendo una rareza pues la mayor parte de las obras de este autor, con excepción de aquellas que por diversos motivos acabaron en los museos más importantes del mundo, se concentran entre Madrid y Toledo.

El Greco dedicó a San Francisco unas veinticinco pinturas, esta que nos ocupa es especial. La referencia al paisaje es mínima, empleando magistralmente la gama de grises para crear contraste entre luces y sombras, haciendo la obra tan expresiva.

Intuyo que el artista buscó representar de la manera más pura a quien basó su vida en la grandeza de su humildad.

“Hermano Sol, hermano lobo, hermana agua” decía San Francisco.

Nadie debería ser más que nadie en nuestra Madre Tierra.

D. W



jueves, 1 de octubre de 2020

LA NIÑA QUE PONÍA PUNTOS A LAS ÍES

 LA NIÑA QUE PONÍA PUNTOS A LAS ÍES 

Resulta que la minifalda, Mafalda y yo compartimos año de nacimiento; también se estrenó por aquel entonces la película de Disney “Mary Poppins”, 1964 debió ser un año muy ajetreado.

Pasamos largamente nuestro medio siglo de vida y tengo que reconocer que la peor parada de las cuatro he sido yo.

A Quino, el creador de la niña contestataria, no le gustaba que le preguntaran por cómo sería ella de cincuentona y se enfadaba risueñamente, “¿que decís, loco?, si es solo un dibujito”. La gente le replicaba, “¿un dibujito?, por Dios, ¡si a mí me ha acompañado toda la vida!”.

Mafalda, que nació por un encargo de una fábrica de electrodomésticos para publicitar sus productos, solo vivió hasta 1973 porque casi pone en riesgo la vida de su padre. “Aquel año, tras el golpe de Chile, la situación latinoamericana se puso muy sangrienta y ella no podía dejar de hablar de lo que estaba pasando, y si lo hacía, me tenía que ir de Argentina, cosa que me ocurrió meses después” explicó el dibujante.

Escogió a una nena porque le pareció que abanderaba muy bien el feminismo poniendo en cuestión la educación empeñada en predicar ser buenas y obedientes con la cruel realidad de violencia y desigualdades. La hipocresía de los adultos vista con escándalo y restregada sin pudor por una niña de seis años, sin resultar jamás repelente.

Quino falleció un día después del cumpleaños de su criatura, parece que esperó para no empañarle el momento.

Yo sí puedo imaginar una Mafalda de 56 años, activista de todo, asidua a manifas y concentraciones. Con el pelo negro quizás azulado o morado, vistiendo camisetas reivindicativas apropiadas a cada ocasión. Y tenis (yo aún uso esa palabra para referirme a zapatillas deportivas). Seguirá sin gustarle la sopa y preferirá lo bio, lo eco y lo verde en los platos de todos y cada uno de los habitantes del planeta.

Hoy vestiría de oscuro y diría unas palabras para despedir a quien tan bien la engendró, tal vez estas: “Gracias, papá, por enseñarme a hablar así, por hacerme eternamente niña y sincera. Seguiré siendo la voz de tantas. 

Descansa en Paz”.

D. W

*En mi álbum de recuerdos gratos guardo esta entrevista de 2014, medio siglo es más de media vida.

Primero de octubre de 2020.