ER MOSQUITO (1945)
En pasando mayo apretaba la caló y en el corralón no existía otro explaye que sacar la silla de anea a la calle, al menos veían pasar al transeúnte y se compartía información sabrosa.
Las barrigas daban pa abundante palique. El talle de las mocitas estaba más vigilado que un polvorín y si ensanchaba...no era debido desde luego a la pitanza que era poca. Las conjeturas sobre la preñez entretenían la lengua un rato.
A eso de la medianoche la vecindad se recogía arrastrando las sillas hasta el portal para no atarragar con ellas escaleras arriba.
La llave casa, que pesaba medio kilo y era larga como un día sin pan, solo la tenía la confidente del casero. La puerta permanecía abierta de día pero a horas decentes se cerraba. El trasnochador debía llamar haciendo sonar el aldabón con el toque que cada familia tenía asignado, así no se abría a ningún extraño. Todos conocían la contraseña de los demás.
Todos... menos er Mosquito, borrachuzo impenitente, zapatero remendón y por más señas casáo medianamente con la Patro y sin hijos afortunadamente, como ella decía “noh hubieran salío uva en vé de chavea”.
La mujer tenía que estar al liquindoi para abrirle cuando llegaba tajáo ya de madrugá, prometiendo que seria la última y que se iba a poner a arreglar los zapatos. La pobre tenía que disuadirlo de no pegar martillazos a la tres de la mañana. Aparte que nadie le llevaba ya ni una alpargata pues la entregaba nunca y malamente.
Si no fuera porque la Patro servía en buena casa... aún más enjutos andarían los dos.
—Una noche, -le decía al Mosquito-, se te va a presentá mi padre que en pá descanse y te va a pregoná por como me tiene.
—Como un angelito te tengo...
—Si, como un angé, descarcita y encuero que si no fuera por mi señora...
Er Mosquito caía en la cama-catre y al despertar ya había olvidado sus promesas de redención.
Una noche la Patro no lo esperó ni acudió a sus voces. Sin acordarse de su seña fue a picar la aldaba sin compasión encontrándose que la puerta cedía. Trastabilló con algo entrando a trompicones.
El obstáculo era un bulto largo tapado con una sábana, tal que un “cuerpo presente”
Palideció cuando la figura se incorporó erigiéndose ante él.
—Pedro (así le pusieron al Mosquito en la pila), Periquillo, soy tu suegro y te vengo a castigá por la mala vía que le dá a mi iha.
Ar Mosquito se le quedaron pegadas las alas del susto y más cuando de los rincones salieron otros dos fantasmas que le dieron escobazos hasta dejarlo bardáo.
—Ahora estas muerto y te llevamos al infierno, - le dijeron colocándole una mortaja tapándole la cara.
Él desgraciado se desmayó de la impresión.
Despertó en su cama y después de reconocerse vivo se calentó el recuelo que le guardaba la Patro y se puso a adecentar su taller.
Tiesa se quedo la Mersede cuando le llevó las botitas de su niña primorosamente arregladas pero no se las pagó porque después de año y medio le quedaban chicas aunque le dio otro par para arreglar.
Dicen que no volvió a probar el vino ni en misa.
La Patro convío a los vecinos con rosquillas para celebrar la reconversión de su marío y añadió, de extranjis, tres escobas nuevecitas.
Por desgaste del material disuasorio.
D. W.
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