VERANO 1919. (Málaga)
Con la llegada del buen tiempo arraigaba, en la playa de la Malagueta, un complejo de madera que permitía el prodigio de bañarse sin meterse en el mar al módico precio de 1’50 ptas. Esteras que pesaban un quintal guardaban de miradas libidinosas, que no era cuestión de anteponer la salud del cuerpo a la del alma.
Las mamás, haciendo malabarismos con la economía familiar, llevaban a sus retoñas al balneario “Baños de Apolo” tres días correlativos y siempre entre las dos vírgenes veraniegas que si no las aguas no estaban benditas y por tanto sin garantizar el efecto salutífero.
Las progenitoras aguardaban la terapia de las niñas dándole a la sinhueso y abanicándose para mitigar los bochornos propios del estío.
Tras ponerse un recatado “camisón de baño” y cubrirse las largas cabelleras con un pañuelo las mozuelas se sumergían en grandes tinas llenas de agua de mar, dando repullos dado la poca costumbre de sentirse abrazadas por el líquido elemento.
Lo natural era lavarse en barreño y por comarcas así que esto constituía un acto heroico, en aras de la salud, para no acatarrarse mucho a la vuelta del invierno, que ya se sabe que una pulmonía se agarra denseguía ar pecho y se lleva palante a la más pintá.
Unas mujeronas controlaban religiosamente el tiempo de inmersión; pasado este envolvían a las bañistas en níveos toallones que absorbían una barbaridad, frotándolas como para sacarles brillo hasta dejarlas colorás.
Luego levantaban las toallas todo lo alto que permitían sus brazos para que las jóvenes se quitaran los camisones que quedaban a sus pies como piel mudada.
Cumpliendo con el decoro el telón no bajaba hasta que las interfectas cubrían sus blancas carnes, un tesoro de belleza que había que defender del sol a sombrillazo limpio.
En el sainete no faltaba el mirón que intentaba burlar la vigilancia del decentísimo establecimiento con la esperanza de ver siquiera una turgente pantorrilla.
Si el ratero visual era sorprendido los gritos mujeriles se oían en el Palo, pero pocas veces pescaron a alguno ¡como que nadaban mejor que un boquerón!.
Después del trajín las muchachas quedaban algo lacias así que las mamás previsoras les daban un dedal de Moscatel como reconstituyente.
Acabada la libación casi sacramental volvían a sus casas y desayunaban porque hay que decir que para que las aguas fuesen efectivas debían tomarse en ayunas y bien temprano.
Efectuado el paréntesis acuático a las nueve ya estaba cada una con su tarea.
No existía en esos tiempos el concepto de vacaciones, solo las clases pudientes disfrutaban de ellas, los demás se aviaban con botijo, abanico y alargarse con el pañillo algún domingo al campo, donde sabían mejor las papas en adobillo y la ensaladilla de pimientos asaos con su poquito de hormigas.
D. W.
Muy sabrosa y realista tu descripción, que seguro te contó alguien mayor que tú. De mi casa tengo un recuerdo relacionado con esto, y es que llamaban tiburones a los mirones.
ResponderEliminarAlgo mas tarde de 1919, en los Baños del Carmen se conocieron mis padres...
Tiburones como ahora que siguen pero de lejos, ayudados por la cámara del móvil.
ResponderEliminarLos baños del Carmen eran un lugar muy romántico donde se organizaban verbenas y bailes, todo muy propicio para iniciar noviazgos.