lunes, 3 de agosto de 2020

BROWNIES

BROWNIES
Hace unos años visitamos Escocia. Surcamos de orilla a orilla el Lago Ness con la esperanza de ver al monstruo aunque no fuimos obsequiados con su presencia. A cambio, la sensación de frialdad que venía de las profundas y negras aguas borró la idea de que transcurría julio y agradecimos enormemente haber llevado el polar. 
En los hermosos bosques de las Highland moran hadas y duendes. El aire es tan puro que una delicada especie de musgo blanco solo prospera allí, con él las criaturas mágicas rellenan sus almohadas.
Campos de cardos las protegen avisando con sus vocecitas agudas si llegan extraños por eso nadie las ha visto... o casi nadie.
Los toros escoceses son grandes, mansos y pelirrojos, lamen tus  manos cuando acaricias su testuz. Les llaman Hamish y pasean por las tierras heladas como su tocayo 007 por los casinos.
Paseando por Edimburgo te darás cuenta de porqué la UNESCO lo nombró patrimonio de la humanidad, de la querencia irreverente que sus habitantes tienen por cementerios y el “agua de la vida”, quizá también de su famosa cicatería. En ninguna destilería te dan a probar un buchito, su política es “vendemos whisky, quien quiera que se lo sirvan que vaya al pub”.
Si te cabreas puedes escupir la rabia gargajeando sobre la marca adecuada, cerca de San Giles. 
Al despedirnos de Alba, ya en la puerta del hotel esperando la vuelta de papá con taxi, se nos acercó un muchacho delgaducho y desgarbado, cubierto por un impermeable pardusco que solo permitía ver sus ojos y los tiesos mechones que los cubrían.
Se dirigió a nosotros en escocés, gaélico o puede que en otra vetusta lengua que ya nadie recuerde. 
Tras constatar nuestra incapacidad para entenderlo dio un salto con doble pirueta en el aire, hizo una reverencia palaciega y dando media vuelta se marchó.
Al llegar papá preguntamos, “¿lo has visto?” y dijo que no. Era una madrugada pintada de “haar”,la densa bruma marina que deshilacha los contornos.
Los niños y yo concluimos entonces que era un duende aunque ellos al crecer lo niegan afirmando que fue solo un chiflado.
Yo sostengo que era un Brownie, el trasgo escocés que viste de marrón, vive en las casas y ayuda en las tareas domésticas a cambio de un plato de crema.
Siempre me arrepiento de haberlo dejado allí.
D. W.   (“Viajando”)


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