La primavera de 1910 quedó en la memoria colectiva del mundo por ser año de visita del cometa Halley, “la Estrella er rabo” como la llamaron los malagueños (más que por guasa por lo descriptivo del nombre y la dificultad de pronunciar el vocablo extranjero).
La brillante estela de este cuerpo celeste suscitaba temor a una humanidad poco dada a calibrar los hechos naturales de forma científica. Algunos terrícolas, obnubilados por lo que creían el inminente fin del mundo, se suicidaron para no morir como consecuencia de este.
Los humanos somos incoherentes.
Astrólogos del tres al cuarto y videntes de pacotilla aseguraban oír ya a los ángeles tocar las trompetas citando al Juicio Final.
Málaga, fascinada y atrevida, subió a Gibralfaro para ver al Rabúo más de cerca, la inexistente contaminación lumínica de entonces permitía admirarlo en su esplendor.
La mayoría estaba cierta de que su cola, agitándose como la de un perro contento, mandaría a la humanidad a tomar viento y no precisamente a la Farola.
El 19 de mayo atravesamos su estela formada por gas cianógeno que si bien es venenoso se desintegraba antes de llegar a nuestra atmósfera. Fue como atravesar niebla sideral.
No faltaron avispados que vendieron a elevado precio máscaras “anticometas” para protegerse de sus malignos efluvios. De los dos mil millones de almas que entonces habitaban el planeta algunas fueron lo bastante cándidas y pudientes para permitirse tal profilaxis.
Las madres de familia ofrecían el rosario a la Virgen de la Estrella para que intercediera por Nos ante su Hijo librándolos de la Ira Divina.
Estaban firmemente convencidas de era el anuncio de grandes desgracias, justo castigo por ser pecadores pero pasaron los días, se fue el astro arrastrando el rabo y solo se llevó prendidos en él a quienes empujaron superstición o cobardía.
Brindaban los compadres en Casa de Guardia por haber salido vivos de esta hecha.
_”¡Ojú, meno má que no ha pasaó ná!”, decía uno.
_”¡Digo!”, contestaba otro.
_”Maesttro rellena, que si guerve noh pille bebío!”.
_”¡Digo!”.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 15 de mayo de 2020.
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