“Susana era esposa de un próspero mercader a la que gustaba bañarse en su jardín, allí dos viejos jueces, amigos de su marido, se prendaron de su belleza.
Una mañana la esperaron proponiéndole que yaciera con ellos a lo que la virtuosa mujer se negó.
Los miserables amenazaron con acusarla de adulterio, delito que costaba ser lapidada, abusando de su poder de magistrados. Ella volvió a negarse y puso su vida en manos del Creador.
Tras un juicio injusto Susana fue condenada pero sus oraciones fueron oídas. Envió Dios al profeta Daniel, entonces casi un niño, que impidió la ejecución e interrogó a los jueces por separado haciéndoles incurrir en tales discrepancias que se mostraron culpables. Y fueron ellos los castigados”.
Hace un año Verónica fue empujada al suicidio por un antiguo novio que decidió, al cabo de los años y cuando ella ya se había casado y parido dos hijos, difundir un vídeo íntimo de ambos.
Al igual que los viejos a Susana este tipo le daba a escoger entre volver con él o el escándalo; trabajaban en la misma fábrica y se había propuesto recuperar “lo suyo”.
Ningún delito cometió esta mujer al confiar en quien creía confiable, solo pecó de ingenua, al parecer no debe fiarse una ni de su padre. Recibió la venganza cuando menos esperaba, los prepotentes que no conciben la ruptura prefieren saborearla congelada.
Desesperada veía cómo se formaban grupitos a su paso, los labios convertidos en sonrisas socarronas. Quizá oyó las palabras “folladora, puta, mosquita muerta”, hasta imaginó a las demás madres en la puerta del colegio señalando a sus hijos.
Se vio en un callejón sin salida, sin fuerzas para trepar y buscarla. Temió el rechazo de los suyos, aún se nos educa en la culpa y la vergüenza de “tener pasado”.
Un año después se cierra el caso “porque no se ha podido identificar al primero que compartió las imágenes”, no cabe mayor insulto a su memoria y a la inteligencia.
La plantilla de Iveco la componen 2.500 personas, hubiese bastado conque todas hubieran borrado el ignominioso vídeo al recibirlo.
Prefirieron lapidarla.
D. W.
*Ilustro el relato con la pintura “Susana y los viejos” de mi admirada Artemisia Gentileschi. Ella supo plasmar con maestría, por haberlo padecido, el asco, el miedo y la rabia ante el acoso sexual.
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