domingo, 31 de mayo de 2020

MAESTRO LENCERO

MAESTRO LENCERO
Levantaba muy temprano la corredera de la mercería y volvía a echarla quedándose ahora del otro lado, ataviando seductoramente a las maniquíes del escaparate.
Después pasaba revista al probador entelado, con tres espejos y sus correspondientes focos para que la clienta se viera en cinemascope. Completaban la bombonera un sillón tapizado en terciopelo, un velador y un perchero dorado donde dejar la ropa.
Por último fregaba el suelo con un detergente discretamente perfumado.
Solo cuando se  volvía a poner el pantalón de pinzas y la camisa bajo una rebeca sin una sola bolita, abría al público.
Su madre llegaba a media mañana, hecha ya la compra y el almuerzo común.
Había heredado de ella la habilidad de manejar a la clientela,  superándola con creces pues además amaba el oficio.
La sección de mercería era un gran mueble constituido por docenas de cajoncitos preñados de botones, cremalleras y cintas,  cuyo orden se sabía ya desde niño aunque lo suyo era atender el mostrador de lencería. Acertaba la talla de sujetador de cualquier mujer al primer vistazo, con una mirada tan profesional que a ninguna molestaba, antes bien, agradecían pues solía añadir: “si me lo permite creo que este modelo sentará mejor a su constitución”, ahorrándoles pruebas inútiles.
Después sacaba los catálogos con las piezas más atrevidas dejando caer: “los recibí anteayer y están volando, si quiere  probarse alguno sin compromiso...”
Salían todas de allí gastando más de lo pensado pero encantadas.
Su madre le alababa la pericia:  “¡Ay hijo, si tuvieras esa labia para procurarte novia...”
Él hubiese cambiado su verborrea por poder lucir esas prendas en público sin que le costara un disgusto.
Hubo un tiempo en el que los sábados noche peregrinaba hasta Torremolinos, un Camelot donde los caballeros podían ser damas con desparpajo.
Hasta que llegó el dragón.
Unos borrachos al percatarse del encaje bajo su blazer le pusieron los pies en el suelo del hospital.
Dijo a su madre que se había resbalado.
Cuando la mujer lo contó en el mercado el carnicero se río:
_“¡Naturaca,, perdiendo tanto aceite...!”.
Ella, que siempre se hizo la tonta, le soltó:
_ “¡Má vale perdé que engañá!” y remató a voz en grito:
_ “!MATAGATOS, vendiendo Micifús por conejo!”.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 22 de mayo de 2020.


sábado, 30 de mayo de 2020

ACOSO Y DERRIBO A UNA MUJER

ACOSO Y DERRIBO A UNA MUJER
“Susana era esposa de un próspero mercader a la que gustaba bañarse en su jardín, allí dos viejos jueces, amigos de su marido, se prendaron de su belleza.
Una mañana la esperaron proponiéndole que yaciera con ellos a lo que la virtuosa mujer se negó.
Los miserables amenazaron con acusarla de adulterio, delito que costaba ser lapidada, abusando de su poder de magistrados. Ella volvió a negarse y puso su vida en manos del Creador.
Tras un juicio injusto Susana fue condenada pero sus oraciones fueron oídas. Envió Dios al profeta Daniel, entonces casi un niño, que impidió la ejecución e interrogó a los jueces por separado haciéndoles incurrir en tales discrepancias que se mostraron culpables. Y fueron ellos los castigados”.
Hace un año Verónica fue empujada al suicidio por un antiguo novio que decidió, al cabo de los años y cuando ella ya se había casado y parido dos hijos, difundir un vídeo íntimo de ambos.
Al igual que los viejos a Susana este tipo le daba a escoger entre volver con él o el escándalo; trabajaban en la misma fábrica y se había propuesto recuperar “lo suyo”.
Ningún delito cometió esta mujer al confiar en quien creía confiable, solo pecó de ingenua, al parecer no debe fiarse una ni de su padre. Recibió la venganza cuando menos esperaba, los prepotentes que no conciben la ruptura prefieren saborearla congelada.
Desesperada veía cómo se formaban grupitos a su paso, los labios convertidos en sonrisas socarronas. Quizá oyó las palabras “folladora, puta, mosquita muerta”, hasta imaginó a las demás madres en la puerta del colegio señalando a sus hijos.
Se vio en un callejón sin salida, sin fuerzas para trepar y buscarla. Temió el rechazo de los suyos, aún se nos educa en la culpa y la vergüenza de “tener pasado”.
Un año después se cierra el caso “porque no se ha podido identificar al primero que compartió las imágenes”, no cabe mayor insulto a su memoria y a la inteligencia.
La plantilla de Iveco la componen 2.500 personas, hubiese bastado conque todas hubieran borrado el ignominioso vídeo al recibirlo.
Prefirieron lapidarla.
D. W.
*Ilustro el relato con la pintura “Susana y los viejos” de mi admirada  Artemisia Gentileschi. Ella supo plasmar con maestría, por haberlo padecido, el asco, el miedo y la rabia ante el acoso sexual.


jueves, 28 de mayo de 2020

SIN TÍTULO

CON TÍTULO
La señora marquesa de Casa Fuerte se cabreó porque la mentaron, y con su poco de recochineo, por su título. Fiel a su temperamento aristocrático reaccionó insultando miserablemente a su adversario llamándolo “hijo de terrorista”.
Luchar contra la dictadura de Franco (que para ella no fue tal) es cosa de proletarios subversivos, ni comparación con lo que (según ella también) hizo su ilustre progenitor, combatir junto a la resistencia francesa.
Todos en el hemiciclo parecen haber olvidado la máxima: “al contrario no se le vence insultándolo sino superándolo”.
Esta mujer, portavoz del PP, que afirma: “fui apátrida hasta los 18, argentina hasta los 24, franco- argentina hasta los 32 y desde entonces soy técnicamente hispano-franco-argentina”, consiguió la nacionalidad española en 2007, casualmente a tiempo para concurrir en las elecciones generales de 2008 en la circunscripción de Madrid, convirtiéndose en diputada de la IX legislatura.
Su nombre de pila, Cayetana, viene del gentilicio “caietanus”, de Caieta, ciudad situada al norte de Nápoles. Muy cosmopolita todo en su vida.
Ella, que posee tres nacionalidades, nacida en Madrid y criada entre Inglaterra y Buenos Aires ha declarado muchas veces: “Yo decidí ser española”. Es lo que tiene que le hayan dado una educación internacional, privilegiada, de derecha rancia y celestona: hace y dice lo que le sale de su concha, hiera o denigre a otro, sea verdad o mentira.
Es tan, tan española... que odia a los catalanes siendo una de las primera firmantes del manifiesto contra el nacionalismo catalán “Libres e Iguales”, dos palabras que en su boca pierden sentido.
A  Rajoy lo considera un blanducho y jamás perdonará a Manuela Carmena el trauma que causó a su hijita de seis años vistiendo a los reyes Magos de hippies.
Broncosa ya desde sus tiempos de tertuliana con Losantos en la santísima Cope y como periodista en “El mundo”, se erigió como adalid en la teoría de la conspiración del 11M. También se permite criticar a sus compañeros vascos llamándolos tibios.
Si los modos con sus “Iguales” son así puedo imaginar el trato a subalternos.
Aunque para quien nace en alta cuna todos lo somos.
D. W.
*Ilustro mi escrito con un “Estudio de cabeza” de Modigliani, pintor que dotaba a sus modelos con cuellos infinitos.


martes, 26 de mayo de 2020

GAMBERRADA

GAMBERRADA
“Anoche decidí tomarme la justicia por mi mano. Ya está bien de tragarme reguetones hasta las tantas de la noche, de ruido de motos desbocás a la hora de la siesta y de carbonizá sardinas llenándome el patio de peste. Llevo dos meses encerrá porque lo dice la gente que sale en la tele y ni abrí las ventanas puedo.
A eso de la medianoche aún estaban dando la murga. Salí a la terraza, me pegue lo que pude a la barandilla y escondiéndome detrás de las pilitras que están mú hermosas me puse a toser.
Para que se oyera más me hice un megáfono con el catálogo del LIDL. También simulé gargajos con un pompero. Yo es que no sé escupir profesionalmente, no soy furbolista.
Poco a poco se empezaron a encender las luces y alzar los visillos tratando de localizar al “infectado”.
Entonces saqué el tarrillo de pimienta blanca molía y lo aspiré como si fueran sales para el vahído.
Estornudé como una loca, tanto que me dio hipo. Para entonces ya tenía escamada a toda la vecindad.
De balcón a balcón se espiaban, como cuando salen a aplaudir pero sin esa guasa, oye, con la cara más larga que un confinamiento.
Yo lo pasé requetebién.
Hubo quien dijo: “¡Que poco civismo, si tiene síntomas que avise y la metan en el arca de Noé!”, supongo que se referirá al  crucero ese que no dejaron atracar en ningún puerto, y por ahí seguirá como el holandé errante...
Tengo unos vecinos mú lindos. Esta mañana me echaron un cartelón por debajo la puerta escrito con retuladó gordo.
    SI ESTÁ CONTAGIADA SU OBLIGACIÓN ES COMUNICARLO
                             O LLAMAMOS A LA POLICÍA.
Pues eso mismo hará servidora y sin mala conciencia. Cada vez que den por culo o incumplan llamaré yo, que para eso tengo el medallón de asistencia siempre colgáo y un móvil de números grandes y pre marcáos.
Que tengo 90 años y me he chupao una guerra, la dictadura y tó los años la derrota en Eurovisión menos cuando fueron la Massié y la Salomé.
Y ya no trago má.
Palabra de cuarta edad”.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 22 de mayo de 2020.


domingo, 24 de mayo de 2020

EL ESCOTE

EL ESCOTE ( 1958 )
El pueblo andaba revolicáo con el casamiento, sobre todo por ver las hechuras de la madrina, señorita de la capital que paraba allí por temporadas.
La novia pensó que con tal testigo su boda sería inolvidable.
Acertó.
Las golondrinas llegaron con sus gorjeos, ella con tintineos de  semanario, frufrú de cancán y perfume.
Tabú como todo entonces.
A las autóctonas les prevelicaban sus mudas de nailon puestas a secar. Sugerentes combinaciones, prácticos medios visos, fajitas con liguero para las medias de costura trasera y los camisones casi tontitos, espabilados de día por las mañanitas pastel.  
Para la boda lució mantilla, vestido de raso negro con sobrefalda de tul y tacones de aguja.
Una racial Bette Davis aterrizada en la Axarquía.
La comitiva avanzaba gloriosa hacia la iglesia, andando para bien  lucirse. Detrás se iba añadiendo todo el pueblo.
Ante el altar se persignaron. El monaguillo precedió al oficiante, que estrenaba puesto.
Y empezó el tangay litúrgico:
_”No habrá boda hasta que la madrina no se cubra el escote”.
Los parroquianos se cuajaron, las parroquianas desenfundaron las lenguas.
El sacerdote confinó a los interesados en la sacristía. Allí la novia prorrumpió en llanto.
_”¡Ay, que no me cazo … 12 año de novio y po mor der descote…!”
_”¡Por Dio, Aurorita, tápate!”, apremiaba el novio abanicando a su futura con la “Hoja Parroquial”.
Apenas se le veían las clavículas pero la Jezabel involuntaria ardía en bochorno. Jamás ningún hueso, quitando la quijada asesina de Abel, fue tan denostado.
Una señora de negro con reclinatorio fijo salvó el apuro. Con un gastado velo de misa que llevaba en el bolso cubrió píamente el casus belli.
El Páter engordó tres kilos, cumplida su misión de guardián del templo, olvidando que hasta Cristo admiró los cabellos de la Magdalena.
La novia se sonó y fueron dadas las bendiciones.
Pasó esa noche el siervo de Dios abrazado al cilicio, sabedor que la tentación estuvo en sus ojos no en el trocito de piel femenina.
Hubo más comidilla en el convite que salchichón y queso de bola.
El “descote” tenía mejor miga que el pan de artesa.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 15 de mayo de 2020.


sábado, 23 de mayo de 2020

BASURA

BASURA
Una grandísima parcela se extiende tras mi casa. Está plena de olivos cuajados de aceitunas que su dueño no recoge. Tal vez un día la venda, mientras le conviene más alquilarla para vallas publicitarias pues linda con la autovía.
Un arroyuelo sequerón la corta en un extremo, suele estar lleno de basura a pesar de que a cien metros campan varios contenedores.
Allí, como un desecho más, alguien tiró un gatillo de no más de dos semanas. Maullaba desesperadamente pero nadie quería reparar en él.
Chillaba aún más cuando me lo trajeron, muertecito de hambre.
Esa noche llovió así que lo libramos de una muerte cierta.
Probablemente la gata de un miserable parió y este decidiera deshacerse del “problema”. Del resto de la camada ni rastro.
Los primeros días pensé que no lo sacaría adelante, se mostraba tan apagado que temí que se fuera apenas llegado.
Ya me llama cada tres horas pidiendo su biberón, yo capto su mínimo ronroneo. Él conoce mi voz y como huelo.
Soy su madre porque lo es quien cría y ama.
Le han salido dientes, no como jazmines adolescentes sino de vampirillo bebé. Ya se le están despegando las orejas del casco, dándole aspecto de Yoda y haciéndome preguntar por qué no le llamé Carlos Windsor.
Quisiera que el basura canalla que lo tiró supiera que no se salió con la suya, que vive feliz y es querido.
Considero que quienes no dan valor a la vida de un animal tienen el corazón tan pequeño que le no cabrán ni sus propias miserias. Deben ser gentuza capaz de matar por la última aceituna o el único respirador.
Mi nuevo gato se llama Rivi.
No hay quinto malo.
D. W.


miércoles, 20 de mayo de 2020

EL HALLEY OCHENTERO

EL HALLEY OCHENTERO
El cometa volvió a gravitar nuestro cielo justamente 75 años y 10 meses después que nos visitara en mayo de 1910.
Se llamó “la noche del Cometa” a la transcurrida entre el 14 y el 15 de marzo de 1986. Rafael Alberti que vio con asombrados ojos de niño su penúltima aparición sobre la Bahía de Cádiz se reencontró con él, ya anciano, en la mágica Tenerife.
Lo mentaba en su “Marinero en tierra”:
 “Ya era lo que no era
Cuando apareció el cometa...”.
La ciencia, “que adelantó una barbaridad” se imponía a la superstición y todo giraba, valga la redundancia, en torno a desentrañar la conformación del astro. Aunque alguno hubo que consultara a Rappel.
Muchos científicos concuerdan en asociar el origen de la vida en la Tierra a los cometas y meteoritos. Digamos que aquí teníamos las condiciones pero nos faltaba algún ingrediente, polizón de estas estrellas.
HALLEY, que había dejado un planeta con dos mil millones de individuos atontaos se lo encontraba con  más de cinco mil ansiosos por entrevistarle. Debió sentirse como Michael Jackson fuera de Neverland.
Pongo la comparación porque el astro de resplandeciente blancura es un cuerpo negro como el carbón. Acercarse al sol sublima su lomo, desprendiendo gas volátil.
Una vez más las apariencias triunfan.
La Agencia Espacial Europea había lanzado al espacio en julio del ochenta y cinco una diminuta sonda llamada Giotto, en honor al pintor del fresco “Adoración de los magos” donde se ve claramente sobre el Portal una Estrella de cola. Es probable que el artista tomara de modelo a HALLEY pues pudo verlo a su paso en 1301.
Cuando la sonda emitió las primeras imágenes los científicos rugieron emocionados, por fin iban a conocer al puntual visitante a fondo. De pronto, una partícula del cometa la golpeó desestabilizándola. Ante el asombro general el pequeño artilugio se recompuso y cumplió su misión.
HALLEY  recorre un “ciclo corto” por lo que cualquier humano que planee adecuadamente su nacimiento puede llegar a verlo hasta dos veces en su vida.
Originariamente su órbita era larga pero fue secuestrado por la atracción gravitatoria de los Gigantes Gaseosos quedando atrapado en el interior de nuestro Sistema Solar.
Parece historia de piratas siderales.
En cuanto a los ciudadanos de a pie no logramos verlo. Ese año las posiciones relativas Sol/ Tierra / Cometa fueron desfavorables siendo además su situación respecto al horizonte muy baja, quedó vedado por cualquier obstáculo.
Yo esperaba ansiosa aquel 1986, espoleada la imaginación por lo que me contaba mi abuela desde niña.
Ella, que no lo vio por miedo, lo describía como si hubiese subido a Gibralfaro, y puesto de puntillas para tocarlo. Yo no lo pude ver por pudoroso.
Alberti dijo en una lectura de “Retornos del cometa HALLEY” que en 2061 volvería cabalgando sobre él.
“Yo soy tu cola, tu incendiado núcleo.
Tú ya eras yo cuando te apareciste.
Como tú, llegados desde los más remotos infinitos...”.
Nada más eterno que las palabras de un poeta.
D. W.


martes, 19 de mayo de 2020

EL RABÚO

  EL RABÚO
La primavera de 1910 quedó en la memoria colectiva del mundo por ser año de visita del cometa Halley, “la Estrella er rabo” como la llamaron los malagueños (más que por guasa por lo descriptivo del nombre y la dificultad de pronunciar el vocablo extranjero).
La brillante estela de este cuerpo celeste suscitaba temor a una humanidad poco dada a calibrar los hechos naturales de forma científica. Algunos terrícolas, obnubilados por lo que creían el inminente fin del mundo, se suicidaron para no morir como consecuencia de este.
Los humanos somos incoherentes.
Astrólogos del tres al cuarto y videntes de pacotilla aseguraban oír ya a los ángeles tocar las trompetas citando al Juicio Final.
Málaga, fascinada y atrevida, subió a Gibralfaro para ver al Rabúo más de cerca, la inexistente contaminación lumínica de entonces permitía admirarlo en su esplendor.
La mayoría estaba cierta de que su cola, agitándose como la de un perro contento, mandaría a la humanidad a tomar viento y no precisamente a la Farola.
El 19 de mayo atravesamos su estela formada por gas cianógeno que si bien es venenoso se desintegraba  antes de llegar a nuestra atmósfera. Fue como atravesar niebla sideral.
No faltaron avispados que vendieron a elevado precio máscaras “anticometas” para protegerse de sus malignos efluvios. De los dos mil millones de almas que entonces habitaban el planeta algunas fueron lo bastante cándidas y pudientes para permitirse tal profilaxis.
Las madres de familia ofrecían el rosario a la Virgen de la Estrella para que intercediera por Nos ante su Hijo librándolos de la Ira Divina.
Estaban firmemente convencidas de era el anuncio de grandes desgracias, justo castigo por ser pecadores pero pasaron los días, se fue el astro arrastrando el rabo y solo se llevó prendidos en él a quienes empujaron superstición o cobardía.
Brindaban los compadres en Casa de Guardia por haber salido vivos de esta hecha.
_”¡Ojú, meno má que no ha pasaó ná!”, decía uno.
_”¡Digo!”, contestaba otro.
_”Maesttro rellena, que si guerve noh pille bebío!”.
_”¡Digo!”.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 15 de mayo de 2020.


lunes, 18 de mayo de 2020

DORA MENGUANTE

DORA MENGUANTE
Llegó por fin el día que la dejaron levantarse tras un mes postrada por el Colorín. La enfermedad se había cebado con Dorita pero a cambio le aumentó la estatura.
“¡Cuanto has crecido!” le dijeron su familia y en el colegio.
Cada vez que le dolían las piernas su abuela le daba friegas con alcohol de romero, era lo único que la aliviaba. El pediatra decía que eran “molestias del crecimiento”, músculos que se expandían causando dolor.
Dorita se quejaba de que para hacerse grande hubiera que padecer tanto sobre todo porque a sus amigas no les pasaba.
Las punzadas se fueron espaciando pero nunca la dejaron. Aunque se daba unturas con el remedio de su abuela ya no surtía efecto y cayó en la cuenta que las sanadoras eran las manos queridas que sabían desmenuzar el dolor.
Desde la madurez cambiaron las tornas y mengua cada vez que sale de un achaque. Ya mide cinco centímetros menos que en su plena juventud, “la columna, que la tienes un poco doblá”,  confirma el médico ladrón de estatura que además le ha recortado los tacones.
Hasta su nombre ha perdido dos letras, Dora va más con su edad.
Otro síntoma de encogimiento son las líneas de expresión. Supone que no se marcan de la noche a la mañana pero ella se las ve de repente cuando usa el espejo lupa para depilarse pelos faciales impertinentes.
Las últimas descubiertas son tres rayitas verticales en el entrecejo. Las primeras fueron los arcos nasolabiales, paréntesis permanentes que le dan una expresión triste. Dicen los tutoriales de belleza que lo mejor para disimularlos es sonreír y  ella cree que es precisamente por eso por lo que le han salido.
Mañana y noche desde que tenía trece años se aplica crema en rostro, cuello y escote para prevenirlos así que se siente estafada. El tiempo es tan insensible como el tatuador de un  campo de exterminio.
Teme que si sigue así, reduciéndose, llegará el día que sus allegados encuentren en su cama solo el camisón.
Y denunciaran su secuestro sin saber que, simplemente, se ha liofilizado.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 8 de mayo de 2020.


domingo, 17 de mayo de 2020

LOS PRESCINDIBLES

LOS PRESCINDIBLES
Los acontecimientos lo certifican: el putovirus ha llegado para quedarse, solo queda aprender a esquivarlo protegiéndonos,  como hacemos con la gripe o el sida.
La vida debe reanudarse en torno a dos pilares: respeto al otro y responsabilidad individual (¡ay, esa desconocida!).
Me sobrepasa acatar normas mientras pocos de mis vecinos las cumplen, nunca vi tanto visiteo y barbacoas que durante la cuarentena. Sin mentar los desplazamientos de camellos “cargaditos de juguetes para al niño entretener”.
He salido un par de veces para ver, a dos metros, a mi hija, encontrando la calle abarrotada de autómatas y pseudo deportistas trotando al son de su franja.
Todo apenas cruzando la frontera de mi barrio. El sol de las veinte horas muere matando por falta de vitamina D.
El espejo me replica en blanco nuclear.
En mi “paseo” encuentro convertidos en viviendas dos cajeros automáticos y la marquesina de un bar. Bajo esta un colchón mugriento y en los otros sendas cajas de nevera constituyen el dormitorio.
Son los que estorban, los malditos que hay que eludir porque contagian, no ya una enfermedad sino la Miseria, que espanta aún más.
No han querido o podido hacer el confinamiento en un albergue, de esos “que están muy bien” para “esa clase de personas”, los PRESCINDIBLES que al final seremos todos porque miramos por el culo propio así le den por ídem a los demás.
Quienes menos tienen nos dan lecciones. Viven sin el miedo del que nada teme perder.
Ahora que nos faltan Salud y Libertad deberíamos darnos cuenta que el problema y la solución están dentro de cada cual.
Y ser consecuentes.
D. W.


miércoles, 13 de mayo de 2020

LA GURRITA

LA GURRITA
Piaba de una forma que partía el corazón pero nadie se atrevía a recogerlo del suelo. Sobre el polluelo caído del nido revoloteaban sus padres con desesperación. Cuando comprobaron que sus esfuerzos eran baldíos desistieron,  sacrificando al desdichado en aras de las tres bocas hambrientas que les exigían vivir.
Según dicho si se toca una golondrina será rechazada por los suyos, siendo aves que mueren en cautividad.
Aún así una vecina tomó el rubio plumoncillo envolviéndolo en  un pañuelo para calentarlo entre sus senos.
Puso a sus hijos a cazar moscas, el aburrimiento los había hecho hábiles en su captura por lo que no faltó pitanza al nuevo hermanito.
Con mucha paciencia abría las boqueras del bebé empujando el insecto al buche.
Pronto la pelusilla cayó metamorfoseándose en una pizpireta golondrina de jaula. Solo la soltaba un rato en el patinillo interior donde estaban los lebrillos de lavar.
Allí cerraba la desvencijada puerta para que los muchos gatos residentes en el Corralón no la tomaran de almuerzo.
Remedios quería enseñarla a volar, el pajarillo daba bandazos para después volver al hombro de quien creía haberle dado la vida, buscando la abertura de la blusa para sentir los latidos con los que se arrullaba.
Con un cordoncillo de seda roja le hizo un collar, estaba guapa la Gurrita , que así le pusieron los niños, con él.
Era consciente de que debía conseguir que se uniera a su bandada por mucho que le doliera la separación.
Un día levantó el vuelo, la vieron bailar y charlar con las demás viajeras. Antes de irse giró en círculos sobre su familia humana que la despidió llorando de pena y alegría.
Domingo de Resurrección, preludio de primavera.
Está Remedios en el patio desgranando chícharos cuando una voz familiar le hace alzar la vista.
Allí estaba la Gurrita sobre el alambre donde secan las sábanas, componiendo partitura musical junto a sus hermanas, llevando aún el cintillo rojo.
Ese verano docenas de golondrinas anidaron en el Corralón para admiración de Málaga entera.
La Gurrita engoró sobre el dintel de Remedios haciéndola abuela de dos puestas.
Milagro de la vida que se renueva.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 8 de mayo de 2020.
Si os gustan mis historias aquí estoy:
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lunes, 11 de mayo de 2020

DE SEGUNDA MANO

DE SEGUNDA MANO
La cita con el dentista coincidió con una tormenta de granizo, la  hubiera anulado de no serle insoportable el dolor.
Salió con un hueco en la boca, mordiendo una torunda. Seguían los cielos abiertos y se metió en una tienda de libros de viejo, aunque el vendedor era joven.
_ “¡Vaya diíta!”.
_¿Del dentista, no?”
_ “Ya ve, ¿puedo...?”, mascuyó.
_”Está usted en su casa”, le animó. La mañana no prometía mucha clientela así que mejor ser amable.
Entre las estanterías se olvidó del mal rato. Leía los títulos balanceando la cabeza como un metrónomo, descartando los leídos de la primera hilera y dejándolos con cuidado en el suelo para huronear en la segunda.
Tenía apartados varios cuando detrás de “El jinete polaco” apareció, reconociendo la encuadernación enseguida. Su madre había comprado la colección completa en Círculo de Lectores y él la devoró siendo adolescente. “Son para ti, quiero que el día de mañana tengas una biblioteca”, le decía a pesar tener que echar horas extra para pagarlos.
Ese título le faltaba. Lo sustrajo, sacándolo de su casa como un  ladrón, para regalárselo a la novia ochentera un San Valentín que le pilló sin un pavo.
Ella deseaba unos inalcanzables Levi’s 501, y él solo pudo  ofrecerle los despojos de una hamburguesería y filete de postre en un coche prestado. Aunque ambas carnes le fueron gratas dejó entrever un encantador desdén hacia el papel impreso.
No podía creer cuando lo abrió que fuera el mismo. La apasionada dedicatoria escrita cuarenta años atrás lo confirmaba.
La imaginó tirando el libro en la caja de los estorbos, el desprecio le escoció como recién infligido.
Lo devolvió al sitio, alguien sería feliz fantaseando sobre una historia de amor que al fin fue unilateral y carnívora.
_”Me llevo estos”. El librero estaba enfrascado quitando una bolsa de agua del toldo.
Ya no llovía.
_”Pos van a ser... 20 €  que los disfrute y a mejorarse”.
_”La vida es un bumerán, hay que aprender a cogerlo al vuelo o esquivarlo”, las palabras aún sabían a metal y colutorio.
_”¿Perdón?”.
_”Todo está en los libros” dijo alargando el billete azul.
Y se marchó esquivando los charcos.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 24 de abril de 2020).


domingo, 10 de mayo de 2020

CROQUETAS

CROQUETAS
Hay cierta cadencia al elaborar las croquetas. Se toma un pegote de masa, se le da forma alargada, se empana doblemente. El proceso se repite hasta convertir el delicioso engrudo en pequeñas matrioshkas. Después se fríen.
A Porfiria le gustaba que salieran calibradas para comerlas en  dos bocados como había oído que se hace en las recepciones de postín.
“Las croquetas son como yo -se decía- hechas de sobras y con mucho trabajo encima”.
Rumiaba que de no haber dejado su trabajo para cuidar de su madre ahora las estaría preparando para su propia familia.
Hubo de renunciar a demasiadas cosas pero su obligación de hija no le dio opción. “Con las rentas de papá nos sobra, no vas a penar por un miserable sueldo mientras se lo come el pagar mercenaria que me asista”.
Y así, con este argumento, Porfiria perdió las riendas de su vida.
Con las telenovelas conoció la teoría de la pasión. Aprendió la forma precisa de acariciar la nuca de un hombre y a ronronear como es debido pero jamás hizo las prácticas.
Imaginaba que de haber sido valiente hubiera vivido tórridos  romances y ya, en la madurez, se habría acurrucado plácidamente con el amor definitivo.
Puso sobre un plato una servilleta de papel donde aliviar al frito de su exceso. Luego, con delicadeza, las pasó a la bandeja de servir y las llevó humeantes hasta la mesa, orgullosa del color dorado conseguido.
_”Se te han quemáo”, despreció la vieja, “tantos años de chacha y no sabes darles el punto. Si no fueras mi hija te echaba a la calle por fullera”.
Amoldada a los desaires simuló no ofenderse.
_”Lo que digas mamá, pero tienen buen sabor, pruébalas”.
Para no estar a su gusto tragó una docena bajándolas con vino que es “bueno para el corazón”.
_”No has comío ná, así estás que pareces una escoba...Oye, Porfi, me estoy indisponiendo... tráeme el bicarbonato”. Las últimas sílabas se perdieron en un eructo.
Porfiria se levantó de la mesa y fue a su cuarto. A la hora salió de allí vestida con el traje de chaqueta que estrenó en la boda de un primo, quince años atrás.
La madre daba los últimos estertores sobre la mesa pero aún pudo decir: “¡Inútil, todavía no lo has encontráo!”.
Marchó la hija portando su maleta y algo de dinero.
Se alojó en un hotel caro, pidió servicio de peluquería y belleza, cenó con Moët Chandon y cuando se terminó el cash ella misma llamó a la policía.
La cárcel real se le antojaba paraíso.
D. W.
* Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el martes 28 de abril de 2020).


domingo, 3 de mayo de 2020

EL PASILLO

EL PASILLO
El trocito de cartulina brillante apareció en un álbum pequeñito, de los que solían regalar como propaganda los laboratorios fotográficos.
Una niña de dos años avanza por un corredor asiendo una muñeca. Su madre, detrás y con sonrisa inmensa, abre los brazos como dejándola ir o acaso esperándola. 
No recuerdo ese preciso instante sin embargo tengo memoria del todo. El monigote de trapo vestía un traje de asturiana rojo ribeteado en negro. Estaba deslucido ya en aquel entonces probablemente la heredé así con su ruda suavidad. Al contrario de los demás críos siempre odié los peluches; me parecían jirones de animal muerto.
Puedo describir la textura de la ropa de mi madre como si la estuviera tocando, la falda blanca no era de tela lisa, tenía un plisado menudo a modo de celdillas, lo sé porque cuando abrazaba sus rodillas seguía los dibujos con el dedo.
El suéter tiraba a turquesa combinando con los pendientes que solía llevar entonces y que me encantaban.
Ayer vi en la foto la metáfora de mi vida, de cualquier vida. Avanzar por un largo corredor equilibrando el cuerpo para no caer, alejándonos de un inicio al que es imposible retornar.
Las macetas en las ventanas, la ropa puesta a secar en los altos alambres tendidos sobre el patio llenaban el pasillo de olor a tierra regada y jabón verde. 
Ella desprendía aroma a Tabú, Promesa o Simpatía.
La primera infancia huele a mamá.
D. W.    (3 MY 2020). 


viernes, 1 de mayo de 2020

NORMALIZARSE

NORMALIZARSE 
La consigna es “Amoldarse o morir”, nada como la política para pintar con eufemismos. La inquietante perífrasis “nueva normalidad” lo demuestra.
Pasaremos del encierro a una situación surrealista, el contacto humano que ha sido causante de la evolución de la especie hoy se torna en extinción de la misma. Necesario y mortal paradójicamente.
Una sinrazón que nos quita derechos, el trabajo ya no es castigo bíblico sino privilegio de pocos y además acojonados.    
Los telones tienen agujeros por donde el elenco mira ansioso el aforo antes de la representación; imagino un patio de butacas ocupadas al 20%  lo que traducido a la “nueva normalidad”  significa lleno absoluto. Ya 2+2 no son 4. 
La restauración debe restaurarse, comer y beber junto a semejantes nutre más alma que estómago, estresante se vuelve lo lúdico entre mamparas y ozono, el “quédate en casa” se ve apetecible.
Supongo que estamos ya en ese futuro apocalíptico del que tanto hemos disfrutado, mientras era ficción, en películas y cómics desde principios del XX.  Que chula era la vida del superviviente literario y que miserable la que nos espera.
Imposible saltar de provincia en provincia, para eso haría falta ser ardilla y que nuestros ancestros no hubiesen acabado con los árboles. Me quedo sin ver a quien quiero viviendo a dos horas de coche porque nuestras fases no están sincronizadas y no desescalamos adecuadamente.
Bonito presente pluscuamimperfecto tenemos.
Al vehículo eléctrico que querían imponernos antes de la pandemia le ha salido versión unipersonal; iremos de casa a donde nos dejen metidos en él. Su llave de contacto será el único ídem permitido.
Tiempo atrás, fuimos felices siendo anormales sin saberlo. 
D. W.    (V 1MY 2020).