EL TIRO POR LA CULATA
Apareció en todos los buzones del barrio un sobre con el letrero de “SE ALQUILA”.
Contenía fotos de una mujer desnuda sobre un satinado edredón, los brazos alzados sujetándose la nuca con las manos, el viejo truco fotográfico que eleva los senos.
En otras posaba de pie, bebiendo de una copa o mordiendo una manzana. En todas ataviada solo con su belleza, el blanco cuerpo subrayado por la negrura de la cabellera y el agreste pubis.
Tras la primera sorpresa vino la bomba, era una vecina bien conocida por muchos en el sentido bíblico. Más de una esposa pidió explicaciones al marido estupefacto que juraba no haber intercambiado con ella más que los saludos que dicta la buena educación.
Al comprobarse que todos habían recibido tan curiosa propaganda la cosa se serenó. Se decía que un amante, encabronado después de sacarle el jugo, le había devuelto la jugarreta.
Hubo de soportar la interesada la risa malévola allá por donde iba pero segura de su belleza erguía su figura y se lo pasaba por el pepe, sobre todo la de aquellas a las que ganaba en lozanía.
Si hubiesen sido tiempos de internet el asunto hubiera tomado peor cariz pero en época analógica la mayoría de esposas optó por romper las fotos para evitarles a sus maridos manolas a su salud. O quisieran apagar el ardor en sus pilones sin ser ellas el fósforo.
Y hete aquí que uno se lleva las fotos y las enseña.
Y las ve quien no estaba previsto.
En todo catálogo de ropa interior que se preciara no faltaba nuestra Mantis, esta vez medio vestida para vender las prendas que tan garbosamente anunciaba.
Quien quiso hacerle daño le proporcionó trabajo y un buen capital que empleó para mudarse del inmundo barrio.
Cuentan que montó una Sauna de lujo pero nadie osa afirmarlo porque las mujeres preguntan, “¿y tú cómo lo sabes?”.
En ciertas cuestiones es mejor hacerse el tonto.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 20 de marzo de 2020.
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