DE NEGROS Y FETICHES
Fogonazo de mi infancia: la trasera de una puerta gris de la que colgaban una taleguilla de tela listada fuertemente anudada y una herradura con los extremos hacía arriba. Según mi abuela si miraba hacia el suelo llamaba al bajío.
Enriquecía el retablo un cromo roído de San Onofre tamaño A4 sujeto por chinchetas sobre el que pendía una rosquita de pan blanco, alimento que según la tradición le llevaban los diligentes ángeles a su cueva.
Era la puerta del comedor anexo a la cocina y nunca se cerraba quedando siempre oculto el ecléctico altar.
Más tarde se añadió otro curioso amuleto para llamar a la suerte, un muñequito negro y desnudo por el que suplicaba me dejaran jugar. Me daba pena verlo con las extremidades al aire, pendientes de elásticos que parecían ir a romperse.
Solo me dejaban tocarlo para quitarle el polvo, advirtiéndome seriamente que si lo manoseaba mucho perdía el poder.
En la talega había carbón para que no faltara lumbre, sal gruesa, un par de eslabones de una cadenita de oro, escapularios, medallas... y más cosas que no recuerdo o no me contaron, para que guardaran la casa y sus moradores.
La almáciga de talismanes cumplió medianamente su función pues, parafraseando a Tolstòi, no fuimos una familia afortunada pero tampoco especialmente desdichada.
Cuando manos mercenarias cambiaron las puertas se perdieron hatillo y herradura, encontrándome castigados en un rincón a santo y muñeco.
Al primero le compré un marco y al segundo, después de una delicada cirugía elasticária, lo dignifiqué apañándole un faldón con la manga de una blusa.
Uno lo tengo sobre la puerta calle abastecido de pan y otro en la Billy acristalada, delante de los libros donde aprendí a leer.
Sin ser supersticiosa me serenan estas supercherías infantiles.
Total, si te roban, la policía lo zanja filosófica y cachazudamente: “Señora, no hay ná que hasé. Ni alarma ni buena puerta.
Si quieren entrar, entran”.
Dela Uvedoble
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 13 de marzo de 2020.
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