AMANTES DE PAPEL
Anoche se acostó con un libro.
Cambió las sábanas para agasajarlo, el olor a jabón de Marsella macerado en cómoda tomaba un buqué dulzón que inducía a replegarse.
La noche era blanquecina. Una excedida luna en ascuas se burlaba de los terrícolas que se deslumbraban al mirarla.
La luna ríe hacia dentro como si leyera. Su risa es incisiva, capaz de provocar partos, remover instintos y volver licántropos a los que beben en charcos que la reflejan.
Sueña que tiene examen. Alguien sin rostro le invita a subir a un taxi pero está en pijama en medio de unos grandes almacenes y dos señoras le regañan porque acaban de fregar.
Sus huellas son rojas como de haber hollado sangre.
Despoja de ropa a los maniquíes y se viste con ella. Corre en pos de un tren tomándolo como en las películas, al vuelo.
En el trayecto se da cuenta que no ha estudiado ni sabe a qué prueba va a enfrentarse.
El aula es un plató de televisión y van a retransmitir en directo. Aunque las preguntas son absurdas las contesta lúcidamente.
Como calificaciones le dan un puñado de canicas que guarda en los bolsillos pero caen por un agujero estrellándose ruidosamente contra el suelo.
Despierta. El calorcito de la cama es tan dulce en la madrugada como los brazos del amante. La brega en sueños debería contar como cotización en la Seguridad Social.
Quienes pernoctan con libros amanecen soñados.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 20 de marzo de 2020.
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