MEDIO MÉDIUM
Diez minutos antes de la cita ya estaba revestida con la túnica naranja ribeteada de dorado y turquesa cubriendo el chándal térmico. Las babuchas bordadas de arabescos le quedaban pequeñas, dejando medio talón fuera.
Una maraña de collares sobre el opulento torso se balanceaba al menor movimiento de sus cien airosos kilos dándole prestancia de nigromante femenina y poderosa, no en balde su tarjeta de visita la anunciaba así
Mireia Puig
Vidente a través del Tarot
Sonó el timbre sobresaltándola a pesar de esperarlo.
—Yo lo que quiero sabé é si me engaña. Y pillarlo pa darle un escarmiento a loh dó. Má a ella, por guarra. Y aluego echarle un amarre pa que no se vuerva a encoñá na má que conmigo.
La tarorista la hizo barajar y cortar.
—Con la mano izquierda, Xiqueta, la del corazón, -dirigía muy profesional.
Luna, Ermitaño, Sol. Unas para arriba y otras hacia abajo.
—Molt bé, aquí veo que es ella la que lo ha seducido. Tu esposo te quiere pero es un hombre y si se lo ponen a huevo... ¿me has traído lo que te dije?.
La clienta saca del bolso la foto de un otoñal barrigón.
—Mi marío no é gran coza, pero lo que tenemo lo ganamo lo dó echando la asaura , pa que ahora se lo coma tó la puta ehta.
Asentía la médium apoyando las purpúreas uñas sobre las cartas.
—¿De la querendona que me traes?.
—Un fulá que me encontré en er coche.
Tomó la prenda poniéndose de pie, alzándola sobre su cabeza.
—¡Que caigan sobre su dueña todos los males del mundo!.
Después la rasgó en dos “¡així es trenqui su vida!”, clamó quemándola en un platillo adornado con dragones comprado en el Asía Bazar. El olor del poliéster quemado se juntó con el incienso y carraspearon las dos.
Metió las cenizas en un bote de cristal con polvos verdes y agua salada, “para que esté siempre jodida”.
—En cuanto a él échale esto en la cena”, le alargó un botecito como de muestra de colonia, “se pondrá dolentíssim pero después no tendrá ojos para otra”, decía mientras horadaba los del maromo con una aguja. Luego chamuscó los bordes de la foto con la llama de una vela negra, hizo un canuto y la envolvió en papel albal.
—Ahora al congelador per sempre.
—¿Er aluminio que intitula?.
—Res de res... pero conserva.
Marchó contenta y más ligera después de soltar 100 €.
El marido se fue patas abajo durante una semana, perdiendo algo de barriga.
En cuanto se recuperó arrambló con las cuentas poniendo pies en polvorosa y plantando a su mujer.
Poco después a ella le empezó una alopecia galopante, gastó en dermatólogos lo que no tenía. Lo achacaba a la putada del mamonazo y confiaba en superarla. No salía a la calle sin peluca o pañuelo que le tapara las calvas.
Su hija para animarla le regaló un precioso vestido estampado.
—¡Lástima que papá perdiera el fulá que te compré pa tu santo, le hubiera venío al pelo... uy, perdón!, - dijo compungida al haber mentado la soga en casa del ahorcado.
La madre mudó de color.
El móvil de la vidente no contestaba. Se presentó en el piso y le abrió otra mujer.
—La catalana se fue, le salió un novio rico, -se le notaba la envidia-, aquí hizo buena pesca.
Allí mismo cayó redonda la doblemente engañada.
D. W.
*Este relato fue publicado por la revista “El Observador” el viernes 7 de febrero de 2020.
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